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Descargar libro - Manuel Requena

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Como buen contable, se había hecho amigo, más por necesidad que por devoción, de Leví el de<br />

Alfeo, el sangrante recaudador de impuestos, y de otros muchos publicanos que, como él,<br />

tenían la concesión de recaudar tributos para Roma. Diríamos hoy que era experto en derecho<br />

fiscal, si es que entonces la recaudación hubiese estado sujeta a derecho. Más veraz sería decir<br />

que era experto en trapicheos fiscales.<br />

Eufrasio no era demasiado religioso, pero iba algunas veces a la sinagoga cuando sabía que<br />

algún cliente importante estaría allí, porque la sinagoga no era solo el sitio para relacionarse con<br />

Dios, sino también con los hombres. Por ejemplo Juan, el rico de la fuente, al que llevaba<br />

muchas de sus cuentas, cuando lo veía en al sinagoga, quizás para oír sus lisonjeros comentarios<br />

sobre la intervención que había tenido ese día, lo invitaba también a sus banquetes, y lo dejaba<br />

solazarse con las mujeres de sus negocios sin cobrarle nada. Eufrasio no era hombre que<br />

abusara de nada, ni tomaba lo que no era suyo.<br />

Cuando apareció el Maestro Nazareno en la zona norte galilea, y comenzó a hacer milagros, no<br />

solo en Cafarnaúm, sino en toda la región, el contable de la mano seca cambió sus costumbres<br />

religiosas y no solo iba constantemente a la sinagoga, sino que procuraba ponerse en la primera<br />

fila del lugar donde estuviera predicando aquel hombre de Dios. Se colocaba en lugar bien<br />

visible para todos, mostrado ahora sin pudor la deformidad de su mano derecha parecida a un<br />

garfio, que siempre había ocultado desde niño bajo el manto. Ahora parecía desear que pudiera<br />

ser vista por todos. Aunque en verdad solo quería que la viera Él.<br />

Como todos en la región había oído hablar del Maestro, al que muchos llamaban ya Señor, y lo<br />

conoció personalmente en casa del recaudador de impuestos Leví el de Alfeo, o Mateo, el día<br />

que le dio un espléndido banquete al Nazareno. Conociendo a Leví, aquel banquete espléndido<br />

le extrañó tremendamente a Eufrasio, y más aún, su cambio de comportamiento tras la llamada<br />

personal de seguimiento que recibió del que se presentaba como Mesías. Todo aquello fue más<br />

milagroso que la curación de un joven paralítico. Le pareció al contable que debía ser más fácil<br />

restablecer su mano seca a la normalidad, que convertir a Leví y a sus amigos.<br />

Asistían al banquete de Mateo casi todos los recaudadores, publicanos, hombres de negocios y<br />

sus contables de aquella próspera región. Eufrasio, perdido como siempre entre los invitados de<br />

la última fila, pudo escuchar a los escribas del partido de los fariseos cuando se iban calentado<br />

entre ellos y con los pescadores que seguían a Jesús, hasta que uno dijo en alta voz, sin gritar,<br />

pero para ser oído:<br />

“¿Qué? ¿Es que un hombre de Dios come y bebe con los pecadores? (Mc 2,16)<br />

Eufrasio conocía bien al que había dicho aquello, y sintió asco. No hacía ni una semana que él<br />

mismo había asistido en casa del escriba criticón a una comida con muchos de los que allí<br />

estaban y no precisamente para hablar de Dios, sino de los negocios que ahora, según sus<br />

argumentos críticos, manchaban de pecado y eran “sucios”. Aunque el ruido de las<br />

conversaciones, calientes ya por el vino esplendido, era muy alto, y las críticas del escriba<br />

fariseo casi ni se oyeron, Jesús si pareció escuchar perfectamente la alegación hecha al fondo de<br />

la sala a sus discípulos, y que estos no sabían responder nada, asustados por la autoridad del<br />

escriba y por la contundencia de sus argumentos de ley. Entonces el Maestro se incorporó y<br />

levantó la mano en dirección al crítico escriba. Se hizo un silencio espeso, como sol picante antes<br />

de una tormenta, y los discípulos no tuvieron ya que contestar nada. Tras unos segundos en los

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