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Descargar libro - Manuel Requena

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verdad. Desde entonces solo digo la Verdad. Y puedo gritar aún hoy esa verdad que está por<br />

encima de todas las verdades. Puedo jurarlo, no por mi honor de soldado que ya no vale<br />

mucho, sino por Dios Eterno. Desde entonces, grito lo que se ha convertido en mi vida. ¡Este<br />

hombre es el Hijo de Dios, y ahora está vivo! Si queremos podemos estar desde hoy -como aquel ladrón<br />

que colgamos a su lado-- con Él, en el paraíso de la fe que a mi me conquistó cuando quedé impregnado de<br />

su sangre y del agua que brotó como fuente de su pecho, cuando le atravesé el costado con la lanza”. El<br />

viejo centurión, si solo había gente de confianza escuchando, enseñaba con cuidado la lanza que<br />

tenía colgada en una esquina de su dormitorio, casi confundiéndose con las vigas que sostenían<br />

la pared de adobe. Y continuaba al rato, después de un silencio y alguna que otra lágrima y<br />

suspiro: “Sé por mis guardias que aquellos jefes de Israel le ofrecieron dinero para que dijeran<br />

que nos habíamos dormido, y mientras, los discípulos de aquel hombre habían robado el<br />

cuerpo. Los guardias que sacaban dinero de cualquier cosa, contaron eso, pero la verdad de lo<br />

que sucedió, fue así, como yo lo cuento. Pilatos me llamó, como me había llamado antes para<br />

preguntarme si había muerto ya aquel hombre, y ordenarme que dejara descolgar su cuerpo y<br />

que se lo llevara un hombre rico del Sanedrín que se llamaba José y era de Arimatea,<br />

ordenándome también que custodiásemos el cuerpo en el sepulcro. A los tres días, cuando de<br />

nuevo me llamó al pretorio, le dije la verdad y él no me preguntó nada más. Cerró los ojos, y yo,<br />

al cabo de más de media hora de estar allí firme, en silencio delante de él, me retiré despacito,<br />

andando de espaldas, hasta la puerta de su habitación. Dejé mis armas en la Torre Antonia, y<br />

me fui a mi casa. Nadie me llamó más, ni me pidió mas explicaciones de lo que había pasado.<br />

Dejé el ejército, y todos parecían agradecérmelo. Hoy puedo estar seguro. Su paraíso empieza<br />

siendo de sangre, de hiel, de vinagre, de latigazos, de soledad y de muerte, pero si vas con Él, a<br />

su lado, termina siendo Paraíso auténtico de paz y de verdad, de serenidad y de presencia de<br />

Dios ....¡Dios está ya aquí! ..... El letrero que estaba encima de su cabeza, y que también me<br />

traje a mi casa dice la verdad, pero se queda corto. Él es el Rey de los Judíos, pero también es el<br />

Rey del mundo entero. Estoy seguro”.<br />

* * *<br />

Aquel hombre de guerra, ya no quiso hacer otra cosa en toda su vida que gritar la verdad del<br />

que se había convertido para él en el auténtico Señor de los Ejércitos. Después, con el tiempo,<br />

supo que ya estaba anunciado todo eso que había visto, en los salmos judíos :<br />

"¿Quien es ese Rey de la Gloria? ¡Es Yaveh, El señor de los ejércitos, Él es el Rey de la Gloria?"<br />

(Salmo 23)<br />

Supo por experiencia que “su Verdad”, lo que él sabía y contaba, se estaba proclamando por el<br />

mundo entero, y el que la creía, pasaba a ser de los hermanos que tenían por Padre al dueño de<br />

la Vida. Longinos con toda su familia se fueron a vivir con aquel hombre que se llamaba Pedro,<br />

y con el joven que se llamaba Juan, y conoció mejor a la mujer que llamaban Maria Magdalena.<br />

Pero sobre todos conoció al Señor vivo de nuevo, y oró con los hermanos delante de su túnica<br />

talar, de una sola pieza, empapada de sangre y de sudor, que guardaba en su casa, junto con el<br />

letrero de encima de la cruz, y la lanza que le abrió el pecho, como un tesoro de salud y<br />

recuerdos. Supo después, cómo y quien le había hecho la túnica al Maestro. La Madre de Jesús<br />

se lo contó. El repetía la historia del letrero y de la lanza, de la caña y a la esponja empapada de<br />

vinagre. Y lo curioso es que sabiendo los judíos y romanos que él tenía todo aquello, nadie se lo<br />

pidió, ni siquiera cuando, mucho tiempo después, llegó a Jerusalén una especie de fiebre de<br />

buscar reliquias de Jesús.<br />

30.- MUJERES PIADOSAS, MUJERES...<br />

Hay unas que seguían a Jesús, y otras que no. Pero no eran solamente ‘la gente’ que rodeaba a

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