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Descargar libro - Manuel Requena

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modo que aquella era una fiesta de pascua definitiva. Que cada uno de ellos, y todos juntos<br />

formando el grupo de la gente llana como pueblo santo, iban a ser protagonistas de la pascua de<br />

Jerusalén.<br />

Marchaban a buen paso comentando a voces las últimas noticias. Los chismes de la corte del rey<br />

Herodes, que ese año también iba a estar en la fiesta; el atrevimiento de las revueltas de los<br />

zelotes, que mantenían en ascuas a los romanos; y las baladronadas de los bandidos de siempre,<br />

que arrimándose al sol que más brillaba, llenaban sus bolsillos incluso a costa de vidas de las<br />

gentes sencillas del camino. Se comentaban los decretos y órdenes del gobernador romano, sus<br />

apuros en el trato con lo dirigentes del pueblo, y sobre todo, se hablaba de los celos de los<br />

sacerdotes y maestros de la Ley por el cariño y respeto que la gente del pueblo profesaba al<br />

nuevo profeta pueblerino, de Nazaret. Junto a la orilla del camino hacia Jerusalén, y casi a la<br />

salida de la antigua Jericó, estaba sentado, como siempre en esas fechas, cantando las hablillas y<br />

noticias en romances de ciego, un hombre llamado Joset, aunque era conocido más por<br />

Bartimeo, el hijo de Timeo.<br />

Enjuto, con el escaso pelo de su cabeza casi gris, largo y llegando a la barba rala, empercudida y<br />

grasienta de restos de comida, de polvo del camino y de sus juramentos, tenía el pobre ciego ya<br />

casi cincuenta años. Su piel oscura, arrugada y quemada en la parte superior de la cara, contaba,<br />

sin que él lo dijera, la historia real de su ceguera. Había perdido la vista en las caleras cercanas a<br />

Jericó, cuando siendo apenas un muchacho, apagaba la cal viva que su padre, Timeo, vendía<br />

preparada ya para blanquear y desinfectar fachadas y el interior de las cuevas. Su familia vivía<br />

en las grutas cercanas al mismo venero de la cal, en un rincón del cerro que llamaban ‘la calera’,<br />

donde el agua era un lujo, y la suciedad el adorno natural. Era el tercero de los ocho hermanos,<br />

y eso le había obligado a espabilar. Seguramente había desarrollado más que los otros la<br />

herencia genética de Jacob, con la que hizo frente a todo. Una mañana al apagar la cal, le había<br />

cogido el tufo caliente de la piedra cuando le cae el agua, y en ese instante se sintió herido. En<br />

menos de tres meses sus ojos purulentos de tracoma ya casi no veían, y al año de dolor, se<br />

quedó ciego.<br />

En realidad la conjuntivitis granular, u oftalmia egipcia, llevaba años evolucionando en aquel<br />

barrio, y el hijo de Timeo, con sus párpados rojos, sus legañas, su picazón constante producto<br />

de la endémica infección de su familia y vecinos, causada por tracoma --Chlamydia<br />

trachomatis--, no había recibido tratamiento alguno. Su cicatrización crónica fue la causa real de la<br />

ceguera. Doce días de incubación, y comenzó la irritación cerca del ojo. Sus párpados se pusieron más<br />

rosados, y sus hermanos comenzaron a reírse de él. Pero su padre sabía lo que era. Había visto personas<br />

del barrio y de su propia familia legañosas y ciegas, o muy heridas en los ojos, por el tracoma. Los<br />

párpados irritados, las pestañas invertidas y rozando la córnea, produciendo ulceraciones oculares, con el<br />

peligro cierto de cicatrización posterior, y pérdida visual, que a veces llegaba a la ceguera. Y en el caso de<br />

Joset, llegó. El tracoma se cebó con toda su dureza en el niño Joset, que a falta de otro mérito<br />

personal, fue para todos el ciego Bar-timeo, el hijo de Timeo. Aunque sea cruel reconocerlo, fue<br />

su simpatía, la frescura de su trato con todos sus vecinos, y el contacto con ellos, la puerta de su<br />

mal. Cuando la tufarada de calor de la cal viva le dio en la cara, comenzó a manifestarse lo que<br />

ya tenía. Secreción ocular, párpados inflamados, pestañas invertidas… pero lo que alarmó a su<br />

padre Timeo y a los mayores del lugar, fue la inflamación de los ganglios linfáticos justo delante<br />

de las orejas. Eran noticias claras de que un nuevo cieguito iba a calificar el barrio como el de la<br />

legaña. La opacidad total de su córnea no tardó ni un año en producirse. Acababa de cumplir<br />

los quince años, y desde entonces no había vuelto a ver. Pero el hijo ciego de Timeo, tenía otros<br />

muchos dones personales además de la vista. Su memoria se hizo prodigiosa para las voces y<br />

las palabras, las noticias y los cantos. Se conocía perfectamente el pueblo y los alrededores, y no<br />

necesitaba lazarillo. Bartimeo se hizo un profesional de la limosna, y vivía bien de ella. En las

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