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Descargar libro - Manuel Requena

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los juncos, pudo ver cómo el Maestro se subió a la barca grande, y cómo remaron hasta unos<br />

cincuenta codos de la orilla, hacia la punta donde estaba el paralítico escondido. Pudo oír con<br />

toda claridad aquella voz que recordaba una trompa suave y potente, y que hablaba desde la<br />

barca a la gente sentada en la playa. “El Reino de Dios ha llegado a vosotros, abridle vuestro corazón y<br />

entended…. No es un reino de trabajo y de pan, aunque los tenga, sino de escucha de la Palabra de Dios y<br />

de fe… ¡Aquí mismo lo tenéis, delante de vosotros!<br />

Cuando acabó de hablar, casi a la hora de tercia, oyó Samuel al Maestro ordenar a los que<br />

estaban en la barca: ¡Remad mar adentro, y echad de nuevo vuestras redes! No debía de ser<br />

para pescar, pensó el muchacho, porque no era hora de de hacer faena alguna que no fuera<br />

repasar las redes, y prepararlas para el día siguiente. Pero aún se extrañó más de que Simón,<br />

pescador curtido, y además cascarrabias para todo el que se atreviera a romper sus costumbres,<br />

obedeciera tan rápido y sin protestar. El resultado fue extraordinario. Echaron las redes no muy<br />

lejos de tierra y casi al momento ya no podían arrastrarlas, ni volver con aquella pesca que<br />

nunca se había visto en la región. Ni siquiera Samuel, el paralítico soñador, había visto en sus<br />

más grandes fantasías cosa igual, ni había oído nada parecido en los cuentos de los pescadores<br />

que él se sabía de memoria.<br />

El sábado siguiente, el paralítico sí fue a la sinagoga para ver y oír hablar de nuevo al Maestro.<br />

También allí el espectáculo fue impresionante, tanto o más que el de la pesca extraordinaria.<br />

Como hacía cuando era pequeño, él muchacho se sentó casi en primera fila, en el pequeño<br />

rincón que formaba la columna de la puerta con la pared de la fachada de piedra nueva caliza<br />

blanca, que parecía hecho a la medida de la tabla con la que se deslizaba por el suelo. El<br />

Maestro entró en la sinagoga decidido, y al pasar le rozó la orla de su manto. Subió al estrado,<br />

leyó la Palabra y empezó a hablar. La armonía de su voz y su discurso quedaron rotos por Juan<br />

el de la fuente, que se puso a gritar como otras veces, pero esta vez con más fuerza que nunca<br />

había oído Samuel. Se decía que estaba endemoniado, pero lo estuviese o no, lo que hacía de<br />

forma espeluznante era gritar. Y esta vez gritó y gritó hasta que el Maestro le dijo en un tono<br />

grave de su voz, que denotaba autoridad incuestionable:<br />

-Cállate y sal de él!<br />

Entonces, como si le hubieran dado un golpe en la cabeza, cayó Juan al suelo retorciéndose.<br />

Cayó muy cerca de donde estaba Samuel, que se asustó no solo por los gritos, sino porque sintió<br />

también dentro de sí la tremenda fuerza de la palabra de aquel hombre que, como un vendaval<br />

de final del invierno, ordenaba al diablo salir de Juan. El clímax de su miedo llegó cuando vio<br />

salir por la boca del caído en el suelo, aquellos animales como sapos dando saltos hacia el lago.<br />

Casi rozaron la pálida cara de Samuel, que se hizo un ovillo en su tabla. El muchacho, antes de<br />

que la gente comenzara a salir, y mientras se pronunciaba la acción de gracias, mezclada con<br />

gritos de sorpresa, se arrastró como pudo hasta su casa, y asustado, estuvo una semana sin salir<br />

de su rincón.<br />

2.- CUATRO HOMBRES CON FE, Y UN OBJETIVO COMUN.-<br />

A la semana de ocurrir aquello, cuatro jornaleros de Zebedeo, -uno era el propio hermano<br />

mayor del paralítico Samuel-, supieron que Jesús llegaba de nuevo a Cafarnaúm con Santiago y<br />

Juan, y que se hospedaba en casa de Simón. Entonces cogieron al pequeño, lo sentaron sobre

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