Descargar libro - Manuel Requena
Descargar libro - Manuel Requena
Descargar libro - Manuel Requena
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
no tiene arreglo. Hay que matarlo”.Y así lo hicieron. Pero en el lago de la Galilea había ya otra<br />
forma de acercarse a Dios, otra forma de interpretar la Ley, y otra forma de amar a Dios y a los<br />
hombres. Los que habían visto morir, resucitar, y seguir viviendo a la niña de Jairo, fueron<br />
testigos unos años después, de otra muerte, otra resurrección, y otra vida, que ya fue para<br />
siempre. El hombre en Galilea comenzó a gustar la vida eterna.<br />
La pequeña rada que hacía de puerto en Cafarnaúm fue escenario de algo más extraordinario<br />
aún que la vuelta a la vida de una niña muerta. Al cabo de tres años de aquel suceso, hubo otra<br />
pesca milagrosa, y el Maestro que había muerto de forma ignominiosa en Jerusalén, fue visto<br />
vivo, rondando de nuevo por la playa, cenando con los suyos, asando pescado en unas brasas, y<br />
repartiendo pan recién cocido.<br />
Aunque solo sea en esbozo, quiero dar testimonio de un personaje casi desapercibido en el<br />
relato, pero necesario para que las cosas ocurrieran como ocurrieron. La llamo Maruja por ser<br />
un paradigma. Era esposa de Jairo, ‘tan solo’ una mujer, madre y señora de su casa, que<br />
aprendió a vivir la soledad a su manera, como todas las madres esposas de un hombre público.<br />
Pero ella además fue signo de la iglesia naciente, porque fue testigo de la primera resurrección<br />
que cuenta el evangelio, la de su propia hija. No se nos cuenta más. Ni siquiera se nos dice<br />
oficialmente su nombre, porque ser una mujer en Israel hace unos dos mil años, no se tenía por<br />
gran cosa, pero como algunas otras mujeres de su tiempo y lugar, intervino de forma decisiva<br />
en el nacimiento de la nueva humanidad y en la vida de Jesús, en su anuncio del reino y en el<br />
amor confiado que pedía a su propia persona y circunstancias de hombre galileo, carpintero,<br />
profeta, Maestro, Mesías Salvador e Hijo de Dios.<br />
En su juventud, Maruja había sido amiga íntima de Berniké, con la intimidad y compromiso al<br />
que podían llegar allí unas adolescentes. Juntas sus desposorios, sus bodas, sus convites y sus<br />
hogares, que físicamente iban a estar unidos. La enfermedad vergonzante de su amiga, que solo<br />
ella en su familia conocía, impidió que realizaran su sueño en el tiempo programado por ellas.<br />
Tuvieron que esperar “el tiempo de Dios”. A partir de la boda, su orgullo y su pasión fueron su<br />
esposo, su casa, su posición social, y sobre todo eso, en el amor y cuidado de su hija que cargó<br />
de ternura. Se sabía una de las mujeres más ricas del pueblo, y quizás por compensación de su<br />
soledad, le gustaba lucir el poder adquisitivo de su marido y suyo. Ni a él, ni a ella, le faltaban<br />
nunca las mejores telas, las más costosas y las más vistosas. Y a su hijita, ni para que decir...<br />
siempre parecía ir de gala. No porque a la niña le gustase ir vestida así, sino porque le gustaba a<br />
la madre, y quizás ni a la madre, sino a los patrones de moda de su tiempo, como ocurre en<br />
todas las culturas. Maruja así se creía feliz, y en ese pasatiempo compensaba la ausencia de su<br />
esposo en la intimidad del hogar. Jairo, por su papel de Jefe en la sinagoga, y también por su<br />
afición al estudio de la Ley, siempre estaba viajando. A Jerusalén, a su antigua escuela con<br />
los monjes esenios, al Sanedrín, a las sinagogas de los pueblos circundantes…. Nunca se perdía<br />
una fiesta litúrgica importante en el templo de Jerusalén. Maruja, incluso embarazada, lo<br />
acompañaba siempre, pero con el nacimiento de la hija, disminuyó los viajes, y se quedaba en<br />
casa cuidando de la niña. En sus ratos de ocio replanteó los jardines, encargó en la cercana<br />
Nazaret, donde había un magnífico naggar, un carpintero fino que trabajaba con la ayuda de su<br />
hijo, mubles de buena calidad y caros, de las mejores maderas, para dar a la casa el aspecto<br />
entre palacio y templo que tenia por dentro. Su esposo parecía siempre a punto de subirse a los<br />
cielos, y aceptaba todo lo que ella quisiera hacer en casa. Además reconocía que tenía mejor<br />
gusto que él para adornarla. En el salón grande de la parte inferior, donde se reunía Jairo<br />
algunas veces con otros jefes de sinagoga, o con algún maestro de la ley que venía de lejos, ella