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Descargar libro - Manuel Requena

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Berniké había sido una muchacha alegre, risueña, y aunque no hubiera de qué reír<br />

abiertamente, ella siempre adornaba su cara con una especie de sonrisa que la hacía amable a<br />

primera vista para hombres y mujeres. Sabía que aquellos hoyuelos que se formaban en sus<br />

mejillas desde que iniciaba la sonrisa, le daban a su rostro una gracia que atraía. Y en su<br />

coquetería natural, aprendió a usar el gesto. Cuando su sonrisa explotaba en carcajada, entonces<br />

su forma de reír contagiaba de franca alegría a todas las personas que estuviesen cerca. Esa fue<br />

la llave de entrada a su prometido, la alegría.<br />

Desde que su familia llegó a Cafarnaúm, surgió la amistad con María, vecina y compañera de<br />

juegos y confidencias, de paseos y trabajos. Llegó su cercanía a la cumbre, cuando Berniké se<br />

prometió con Efraín, y este, sabiendo que su hermano mayor Jairo, que se había pasado la vida<br />

estudiando y en piadoso celibato, necesitaba también casarse para lograr ser arquisinagogo, le<br />

pidió a la muchacha ayuda para encontrar una digna esposa de su hermano. Berniké no lo dudo<br />

un momento. Su amiga María era la mujer perfecta para Jairo, mucho más piadosa y estable que<br />

ella misma.<br />

Calcularon hasta la fecha de la boda, teniendo en cuenta los ritmos de sus reglas, para no estar<br />

“impuras” aquel día. Era sabido que a más de una le había costado el repudio tener la<br />

menstruación en la noche de bodas. Claro que Efraín su novio tampoco era como su hermano<br />

Jairo el piadoso, pero sabiendo que era tolerante, y que la amaba personalmente, sin<br />

componendas de familia ni otro interés que ella misma, no quiso ofenderlo. Cuando Berniké<br />

descubrió su enfermedad, al primero y al único que contó su problema fue precisamente a su<br />

prometido Efraín. Incluso antes que a propia su madre, y a su amiga íntima María se lo contó a<br />

él, que en un primer arrebato de amante apasionado, dijo no importarle para nada la sangre<br />

para amarla, pero si había que esperar, esperaría por ella hasta la muerte.<br />

Berniké era mujer prudente, por eso rompiéndose el alma, y alegando también amor hasta la<br />

muerte, le pidió un poco de paciencia a Efraín, hasta que estuviese curada de su flujo. Pensaba<br />

ir a los mejores médicos, y hacer los sacrificios que hicieran falta. Pronto, le dijo a Efraín, estaría<br />

curada y podrían realizar todos sus sueños.<br />

En vez de una luna de miel, lo que vivió Berniké fue una noche oscura de injusticia y de<br />

oprobio, de engaños, desengaños, esperanza y desesperanza. Durante doce años anduvo su<br />

camino personal hacia el calvario, cargando con aquella cruz íntima de su sangre que la hacía<br />

impura. Así estuvo hasta que se encontró otra sangre que, antes de derramarse, ya era<br />

redentora.<br />

Cuando empezó su flujo, ni siquiera su amiga íntima de infancia y futura cuñada, María, supo<br />

entenderla. Habían señalado el mismo día las bodas y los festejos, y al tener que suspenderlos<br />

con la historia de Berniké, se sintió frustrada. Su actitud fue condenatoria. No solo lo pensó,<br />

sino que manifestó a su amiga que ella creía en un Dios justo, y que ‘algo’ debería de haber<br />

hecho para merecer aquel castigo. El apasionamiento natural de Berniké daba pie a todas las<br />

sospechas.<br />

La pobre hemorroisa descubrió su enfermedad cuando sintió en su cuerpo que aquella no era<br />

una menstruación normal. No era, como querían su madre y su prometido, un pequeño<br />

desarreglo por los nervios de la boda. Era un flujo constante, abundante, de sangre roja y clara,<br />

que debía lavar diariamente varias veces, para que no se pudriese en su cuerpo, porque si se

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