Descargar libro - Manuel Requena
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hijos, intentaba distraerles el hambre con la historia de lo sucedido en el templo. José tocó a la<br />
puerta, y a María, que se asomó por la rendija de la ventana le dio un vuelco el corazón. Todos<br />
los que estaban en el templo el mediodía, se habían dado cuenta de que el juicio del Maestro<br />
sobre los ricos, señalando a José, en comparación con la sinceridad de pequeña ofrenda de la<br />
viuda lo había dejado en gran ridículo. María no conocía la conversión de José, y pensó que<br />
vendría a cobrarse en ella la ofensa. Se asustó. Su miedo llegó al límite cuando vio que José<br />
llevaba con él a algunos de sus criados que conducían un carro lleno de algo. Sin decir palabra a<br />
sus hijos, abrió la puerta y se arrojó a los pies del rico escriba. Casi no le dio tiempo de llegar al<br />
suelo, porque José personalmente la levantó, y le dijo: “Levántate, no tengas miedo, entremos a<br />
tu casa”. Detrás de ellos, entraron los criados comenzaron a descargar el contenido del carro<br />
dentro de la casa. Los niños no tenían fuerzas ni para llorar, así es que se limitaron a abrir sus<br />
ojos y observar lo que pasaba. Cuando descargaron sin decir palabra, la casa estaba<br />
materialmente llena de alimentos y de ropas, de grano, de aceite, de harina de carne y de<br />
pescado, fresco y seco en salazón…. Ni siquiera en una sola tienda había tanta diversidad de<br />
cosas. José también callaba. Cuando los criados terminaron su tarea, miró a María que estaba<br />
llorando a borbotones sin saber si era de pena, de miedo o de alegría, y le dijo con voz<br />
entrecortada por el orgullo del deber cumplido: “El Maestro tenía razón. Os he ofendido a ti ni a<br />
tus hijos y a la memoria de Juan. Pido vuestro perdón. Desde ahora no os faltará nada” Y así<br />
fue, porque la contrató como criada personal de su casa, para comenzar inmediatamente, ya que<br />
tenía invitados a celebrar la Pascua, y había que preparar el cordero, los panes ázimos y las<br />
hierbas, las copas y los platos.<br />
José de Arimatea ya nunca más volvió al templo con sus ropajes enjaezados de borlas y<br />
granadas de oro, aunque siguió algún tiempo acudiendo aún al sanedrín donde se tejían las<br />
decisiones políticas del pueblo. Allí supo que la muerte del Nazareno estaba decretada, y no<br />
pudo hacer nada por evitarlo. Ni él, ni su amigo y maestro Nicodemo. José empezó a orar con<br />
una sinceridad como no había hecho antes en toda su vida, y lo hacía en todas partes.<br />
* * *<br />
Al día siguiente, miércoles, sin decir nada a nadie, José se levantó temprano y se fue a Betania,<br />
donde sabía que estaba el Maestro. Al llegar a la altura de los huertos de Getsemaní, volvió la<br />
cabeza y vio su hermosa casa de piedra terminada, junto al muro del templo, tan hermosa como<br />
el palacio de Herodes al otro lado de la ciudad, y se empezó de nuevo a sentir orgulloso de sí<br />
mismo. Se sentó un momento en el muro de piedra de un huerto de olivos, y un muchacho salió<br />
del huerto y se sentó a su lado. Se llamaba Marcos, y era vecino suyo. -¡Que hermosa es<br />
Jerusalén! Mira Marcos, aquella que reluce en sus vetas verdes, la más nueva y preciosa, es mi<br />
casa, ya lo sabes. Me ha costado un dineral extraer y tallar las piedras de mi cantera de<br />
malaquita, en mi jardín del Gólgota…..No pudo terminar el elogio de sí mismo, porque el joven<br />
le dijo escuetamente:- Pues ayer el Maestro, aquí mismo sentado, le dijo a sus discípulos“¿Ves<br />
todas esas grandiosas construcciones? ¡Pues no quedará piedra sobre piedra! Todo será<br />
destruido”. José, viendo la higuera de Anás que tenía delante, seca hasta la raíz, se puso pálido<br />
porque creyó que la predicción sería verdad pronto, y que aún no habían entendido la<br />
enormidad de lo que estaban viviendo aquellos días en Jerusalén. Pero no se asustó en la misma<br />
forma como antes de conocer al Maestro se hubiera asustado, sino que encuadró la destrucción<br />
de su obra y su casa, dentro de un gran plan de Dios que aún no entendía, y sintió ganas de<br />
verlo realizado cuanto antes.<br />
Después del episodio del templo, muchos de los escribas ricos, de los sacerdotes y de los<br />
maestros fariseos tuvieron que plantearse necesariamente que la fuerza del humilde nazareno,<br />
era más cierta y penetrante de lo que habían pensado. Y aunque les quedaba mucho por ver, ese