Descargar libro - Manuel Requena
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mercantil entre ellos, pero la camaradería y la servicialidad de sus hijos, e incluso de Simón y de<br />
Andrés, con aquel hombre, eran evidentes.<br />
Se había agolpado mucha gente sobre la playa, cerca de al barca, pero pronto se dio cuenta<br />
pensó Zebedeo que no venían a comprar pescado. Lo que querían todos era escuchar al Maestro<br />
de Nazaret y que Él tocase a sus enfermos, porque según decían, con solo tocarlos quedaban<br />
curados.<br />
Al ver aquellas apreturas, Jesús pidió a Simón y a Andrés que le dejasen subir a la barca, y sin<br />
bajar aún los aparejos, salieran hasta unos treinta codos de la orilla, para hablar desde allí a la<br />
gente. Zebedeo quedó más asombrado aún. ¡Simón aceptó sin protestar! Sin desayunar siquiera,<br />
cansado de toda la brega nocturna, con el fracaso encima de sus hombros que le subía<br />
claramente a la cara, al no haber pescado nada el primer día que usaban las redes nuevas de<br />
Eliú, aquel hombre práctico, y de carácter duro como una piedra, ayudó a Jesús el de Nazaret a<br />
subir a la barca. Sin decir palabra remó unos metros sobre la orilla. Zebedeo se quedó pasmado<br />
pues conocía a Simón. El Maestro empezó a hablar, y mientras sus hijos comían algo, Zebedeo<br />
se sentó también sobre la arena de la orilla, un poco apartado de la gente, junto al pequeño<br />
Samuel, el paralítico, entre las otras barcas.<br />
“El reino de Dios está cerca”, gritó aquel hombre desde la barca, con una voz grave y sonora,<br />
adornada con el terciopelo inconfundible del que dice la verdad. Durante el desayuno, en la<br />
intimidad de la cabaña de pesca, no había sonado así, y nunca hubiera sospechado Zebedeo que<br />
tuviera aquel timbre de fuerza que llegaba a todos los rincones de la playa, y del alma. Era la<br />
voz de un general que llega a todas las líneas del ejército. Desde la primera palabra se hizo un<br />
silencio impresionante en la playa. Hasta los niños y los enfermos que un momento antes no<br />
dejaban de quejarse y levantar un murmullo de gentío inquieto en aquellas tempranas horas de<br />
la mañana, se habían quedado en silencio total que dejaba oír hasta el frágil mugido de las<br />
pequeñas olas.<br />
“El Reino de los cielos, está cerca”. “Vuestra liberación es inminente”. “La tierra prometida que<br />
mana leche y miel, ya está por fin delante de vosotros. No os preocupéis tanto de la comida y la<br />
bebida, ni de la ropa ni del calzado, sino de cómo agradar a Dios, y ayudar al hermano”……<br />
“Convertíos hacia mí, y vuestro Padre del Cielo os dará todo lo necesario. ¡Creed en mi! Y el<br />
Padre del Cielo os dará lo que pide vuestro corazón…”<br />
Aquello era distinto. A Zebedeo se le abrieron los ojos de asombro porque nunca había oído<br />
hablar así, y aquella palabra se le pegó en el alma, como el olor a mar que llevaba pegado a su<br />
piel.<br />
Cuando terminó Jesús de hablar desde la barca a la gente sentada en la orilla, entre juncos y<br />
arena, Zebedeo volvió inmediatamente a ser el hombre práctico que era y pensó: "Todo eso es<br />
precioso, pero ¿quien nos dará peces para comer y pagar las redes?” Simón Pedro, su socio<br />
sentado a los remos en la barca, pensaba como él aunque no dijo nada. Jesús se dio cuenta de<br />
sus razonamientos y sus dudas, los miró, y se hizo para ellos hombre práctico. No solo sabía<br />
cosas del cielo, de su Padre Dios, de la vida desbordante de gozo en el Espíritu, sino que era un<br />
hombre de la tierra, conocedor de las cosas de la tierra, preocupado por las preocupaciones de<br />
sus amigos, y actuó. Aprovechando su ‘mano de Dios’ organizó una mañana de pesca que sería<br />
manifestación de su señorío sobre todo, y su cercanía a sus amigos.