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Descargar libro - Manuel Requena

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salinas que bordeaban aquel mar interior de Galilea, adornando una frente pequeña, que tenía<br />

en su orilla inferior dos cejas espesas, cerradas, muy juntas, como para servir de techo a las<br />

luces audaces que brillaban siempre en la pequeña esfera de sus ojos, acostumbrados a ver y<br />

mirar la verdad palpable de las cosas. No solo por sus genes, sino por el aprendizaje que le<br />

había dado la defensa ante el viento feroz de la rivera, y ante el reflejo fuerte del sol sobre las<br />

aguas, sus párpados ahumados, estaban casi siempre entrecerrados, formando una línea<br />

secante, como la que forman lo remos de una barca, sobre la eslora de una nariz rojiza y<br />

aguileña, que sobresalía de la redonda cara con dos enormes aletas, como velas henchidas<br />

sobre la superficie de olas embravecidas, que era su barba, también canosa, rizada y cerrada<br />

hasta los pómulos.<br />

Sus pequeños y musculosos brazos terminaban en unos abanicos andaluces que tenía por<br />

manos, que se abrían y cerraban como lo más dicente de su figura. Hablaba más por el brillo<br />

sorpresivo de sus ojos, y por el movimiento inteligente de sus manos, que por sonidos de<br />

palabras comprensibles. Como hombre de mar a los cincuenta años, su respiración ya era<br />

sonora y resoplante, pero aún emitía con nitidez los sonidos casi guturales que acompañaban<br />

cada frase, y casi cada una de sus palabras, cuando a él le parecía importante lo que quería<br />

decir. Oírlo y verlo hablar, -que no ocurría con frecuencia- era todo un espectáculo y una replica<br />

exacta del lago que lo había visto nacer, crecer, y vivir. La figura de Zebedeo era un mapa de<br />

Genesaret.<br />

Según nos cuentan los Evangelios que le dieron la fama a él, a su esposa, y a sus dos hijos Jacob<br />

(Santiago) y Juan, Zebedeo fue uno de los primeros personajes que ‘sufrió’ el paso de aquel<br />

huracán de Jesús hacia el Reino de Dios, cuando estaba creando su Iglesia, llamando hombres,<br />

cambiando proyectos personales, y proponiendo una nueva forma de vivir. Los planes de<br />

Zebedeo se vieron truncados por aquella presencia intempestiva, aunque esperada desde siglos.<br />

Sus sueños de hombre de la mar se los llevo el Maestro, trenzados en la cuerda de la red que<br />

había inventado Él para pescar hombres. A sus hijos y a sus socios de pesca, los hermanos<br />

Simón y Andrés, los hijos Juan el de Betsaida, los llamó el Nazareno, pero a él, al viejo Zebedeo,<br />

ni siquiera le pidieron permiso u opinión.<br />

Así nos cuenta Marcos en su Evangelio qué sucedió, cuando ya hubo llamado a Pedro y a su<br />

hermano Andrés:<br />

Un poco más adelante, vio a Santiago el de Zebedeo, y a su hermano Juan que estaban en la barca,<br />

remendando sus redes, y al punto los llamó. Ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los<br />

jornaleros, le siguieron. (Mc 1,19-20)++<<br />

Rellenando los huecos del escueto relato, también pudo ocurrir lo siguiente:<br />

Zebedeo era de la misma edad, del mismo ambiente de juventud y vida, que Eliú, el tejedor de<br />

redes y aparejos de pesca más famoso de toda Galilea, y hasta el mar grande. Trabajaba en el<br />

oficio junto con su familia, y antes de él lo habían hecho su padre y su abuelo. Casi todos los<br />

pescadores del lago de Tiberias, e incluso del Arabá, del mar muerto, y del Mediterráneo le<br />

encargaban las redes a él, porque era el mejor. Se creía entre los del gremio, quizás porque él<br />

mismo presumía con frecuencia de ello, que su talento familiar, su habilidad genética para<br />

todos los oficios, y en especial los oficios de la mar, le venía de su antepasado Besalel (Ex. 35,<br />

30), hijo de Urí, hijo de Jur, de la tribu de Judá, al que Yahvé había ungido especialmente con el

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