Descargar libro - Manuel Requena
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Y se dejó amar. La voz que escuchaba claramente en su alma era la de su esposo, su forma de<br />
estar cerca era también la suya, y el olor inconfundible de su cuerpo, le lleno el olfato. No se<br />
asustó. Pensó que el amor le había hecho perder la cabeza, y que el corazón le estaba jugando<br />
una pasada. Iba a ponerse en pié cuando oyó claramente: “No te asustes. Soy Juan. El Señor ha<br />
bajado al seol y nos has rescatado. Nos están preparando para subir con Él al reino de su Padre,<br />
que es nuestro Padre, de su Dios, que es también nuestro Dios. Yo voy con Él a prepararos un<br />
lugar. La Jerusalén con la que soñábamos para nosotros y para nuestros hijos, no está aquí, sino<br />
allá arriba, a dónde vamos con Él”. Y sin despertar a los niños, Juan y María se hicieron uno de<br />
una forma nueva, en el espíritu, y oraron así con el salmo 118 que se conocían de memoria y que<br />
solo ahora entendieron lo que significaba de verdad:<br />
¡Aleluya! Demos gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor.<br />
Juan en un firme susurro decía: ¡Es eterno su amor!<br />
Y María sintiéndose plena con él repetía:¡ Es eterno su amor!<br />
Y los dos, en una sola voz, cantaban: ¡Es eterno el amor!<br />
Ella tenía una enorme necesidad de contarle a Juan lo que había sentido en su interior durante<br />
su ausencia y le abrió el corazón con las mismas palabras del salmo:<br />
En mi angustia clamé al Señor, él me atendió y me dio un respiro. El Señor está ya<br />
conmigo y de nada tengo miedo, ¿qué puede hacerme el hombre? El Señor está también<br />
contigo, él es nuestro apoyo…<br />
Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse del hombre; Mejor es refugiarse en el Señor que<br />
fiarse del jefe. Todas las necesidades me cercaron, pero en el nombre del Señor las superé;<br />
me rodearon, me cercaron, pero en el nombre del Señor todas las superé; me cercaron<br />
como avispas la necesidad, el hambre y la angustia, ardían como fuego de espinos a mi<br />
alrededor, pero en el nombre del Señor las trituré.<br />
Juan escuchaba la oración, mismado en ella, y cuando hizo una pausa, siguió con el salmo,<br />
contando su vivencia y moriencia personal:<br />
A mí me atropellaron, me explotaron hasta que caí, pero el Señor vino en mi ayuda; mi<br />
fuerza y mi grito de arte y de guerra desde ese día es él, a él le debo la victoria. He oído<br />
un clamor de alegría y de victoria en la tienda de los justos:<br />
¡Ha resucitado el Señor de la vida y de la muerte, y nosotros hemos resucitado con Él!<br />
Aquel matrimonio de pobres del Espíritu, hechos uno en sus sentimientos y en sus voces,<br />
conociéndose en la plenitud de su amor en el alma, entonaron a una:<br />
¡La diestra del Señor hace proezas!<br />
¡La diestra del Señor es poderosa!<br />
¡La diestra del Señor hace proezas!.<br />
¡No, no moriremos, seguiremos viviendo para contar las obras del Señor!<br />
Y María casi a gritos de júbilo, volvió a recordar su historia:<br />
¡El Señor me ha castigado duramente pero no ha permitido que muera. Abridme esas<br />
puertas de la justicia, que voy a entrar a dar gracias al Señor!<br />
Juan le mostró todo el interior de su pecho repleto de amor, y atrayéndola a sí de nuevo le dijo:<br />
Ésta es la puerta del Señor; puedes entrar por ella. Y elevando los brazos al cielo, le gritaba a su<br />
Padre, reconociéndolo como el origen y meta de todos los canteros que construyen el reino con<br />
piedras vivas, talladas en el sufrimiento:<br />
Te doy gracias porque nos has escuchado. A ti te debemos la victoria que ha conseguido<br />
tu Hijo amado para nosotros. La piedra que desecharon los constructores se ha<br />
convertido en piedra angular; esa ha sido tu obra Señor, una maravilla a nuestros ojos.<br />
Sin que se diesen cuenta, había amanecido y cinco cabecitas asomaban sus ojos muy abiertos<br />
por el marco de la puerta. No se atrevían los niños a entrar, porque veían la habitación llena de