Descargar libro - Manuel Requena
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en blanco, y el temblor bien conocido de su cuerpo. El pobre obrero nunca había hablado ante la<br />
gente, y le costaba sudores que lo vieran en medio, pero sin saber como, sintió una valentía<br />
interior como cuando vio por primera vez a Miriam y se dio cuenta de que era mujer; o como<br />
cuando tuvo que trepar al andamio más alto de la obra. Algo le brotaba de dentro en situaciones<br />
límites y le daba una lucidez que nadie hubiese sospechado unos momentos antes por su<br />
aspecto. Cogió a su hijo, se echó adelante hasta la primera fila, y en medio del silencio<br />
asombrado de la gente, casi gritando, dijo:<br />
-"Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu mudo; y cuando se apodera de él, lo tira al<br />
suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. He pedido a tus discípulos que lo<br />
echasen, pero no han podido".<br />
Jesús le tendió la mano para que se acercaran. Miriam se quedó escondida detrás de la primera<br />
fila de gente, porque sentía una vergüenza insuperable de que su hijo fuera visto por tanta<br />
gente en una de aquellas crisis horrorosas. El naggar nazareno, con el brazo tendido a Josías, y<br />
mirando a los discípulos, a los escribas y a la gente, dijo con su voz potente y timbrada que se<br />
oía de lejos:<br />
-"¡Gente incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar entre vosotros?¿Hasta cuándo tendré que<br />
soportaros? ¡Traédmelo!".<br />
Josías se sintió paralizado. Sabía que no era un ejemplo de hombre creyente, y pensó que el<br />
Maestro se dirigía a él cuando increpaba de incredulidad, aunque le extrañó que hablase en<br />
plural y dirigiendo su mirada a los discípulos y a los fariseos, más que a él mismo. Viendo su<br />
turbación, los discípulos, también algo azorados por el reproche de Jesús, cogieron al<br />
muchacho y a Josías, y se los acercaron. Cuando Josías, que erguido y de puntillas no llegaba<br />
ni al hombro de Jesús, levantó los ojos, algo vio en el rostro y la mirada del naggar nazareno<br />
que de algún modo lo tranquilizó, porque se estaba sintiendo como si hubiera llegado el<br />
último momento de su vida. Y en realidad era así, aunque él aún no lo supiera. Su vida sin fe,<br />
iba a terminar un momento después.<br />
Entre los apretones de los discípulos para tratar de corregir su rigidez creciente, la cara de su<br />
padre y las lágrimas de su madre, la crisis de Jonás se acentuó y se precipitó abiertamente. En<br />
cuanto lo pusieron ante Jesús empezó a retorcerse y revolcarse por el suelo con unas<br />
convulsiones y temblores que ponían los pelos de punta a los que no habían visto nunca un<br />
ataque epiléptico. El sudor y la saliva en forma de espuma le chorreaban por el pecho y le<br />
empapaban ya la túnica. Aunque era apenas un muchacho, nadie podía sujetarlo. En medio del<br />
silencio expectante, Jesús preguntó al padre:<br />
-"¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto?".<br />
Josías, con aquella lucidez de vida o muerte que lo había invadido, le resumió la historia y<br />
respondió:<br />
-"Desde la infancia, Señor; y muchas veces lo tira al fuego y al agua para matarlo. Si puedes hacer<br />
algo, apiádate de nosotros y ayúdanos".<br />
Jesús le dijo:<br />
-"¡Qué es eso de si puedes...! Todo es posible para el que cree".<br />
Josías no pudo aguantar más. Su hijo retorciéndose en el suelo, toda la gente mirando, y Jesús<br />
poniendo al aire libre, ante todos, la escasez de su fe. Estuvo a punto de coger a su hijo y salir<br />
huyendo de allí para siempre. Pero de nuevo el impulso de supervivencia que brotaba en su<br />
interior, unido a la paciencia que le había dado el sufrimiento, y la humildad casi natural que<br />
fragua la pobreza cuando es noble, le hicieron comportarse de un modo insospechado y audaz.<br />
Se arrodilló junto a su hijo que estaba temblando, y en medio de un borbotón de lágrimas, de<br />
todas las clases que tienen las lágrimas, en medio de una confusión entre sus sentimientos de