09.05.2013 Views

Descargar libro - Manuel Requena

Descargar libro - Manuel Requena

Descargar libro - Manuel Requena

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Paseando por Jerusalén, creyéndose sana volvió al templo con la intención segura de dar<br />

gracias, y por casualidad, sin buscarlo, vio al rabino que estaba a la puerta del atrio donde se<br />

ponían los vendedores, hablando con otro hombre, que era un sacerdote. Como había mucha<br />

gente, ella se acercó por detrás para no perder de vista al rabino, y en cuanto terminara de<br />

hablar con aquel hombre, darle las gracias por su curación. No pudo evitar oírlos hablar, porque<br />

además de sus muchos gestos con manos y cuerpo, lo hacían en tono elevado de voz, casi a<br />

gritos, en medio de las voces más fuertes aún de los vendedores que llenaban el atrio. Estaban<br />

discutiendo sobre el precio de la compraventa de un mulo.<br />

- Ese mulo no vale ni diez denarios,-decía el sacerdote comprador.<br />

- Pues no te lo dejo en menos de doscientos, le decía el rabino.<br />

-¡Pero si no puede ni engancharse al arado, ni apenas llevar una carga de agua!<br />

- Eso es verdad, pero es el único mulo blanco de la región, y cada visita que le hacen para buscar<br />

un grano de cebada, y cumplir con la fórmula de arreglo del flujo menstrual o cualquier otro<br />

flujo de las mujeres, se puede cobrar más de diez denarios la primera vez, y hasta veinte todas<br />

las siguientes, cuando ha surtido efecto la primera.<br />

La pobre Berniké se quedó de piedra. A ella le había cobrado el mozo de la cuadra cincuenta<br />

denarios la primera vez, y le había dicho que si volvía al tercer día, muy temprano, antes de que<br />

el mulo hubiese terminado con la supuesta cebada del pienso, encontraría seguro los tres<br />

granos, y quedaría curada para siempre. Pero solo entrar, costaría ya ciento cincuenta denarios.<br />

En un momento aquella enferma comprendió todo el engaño. El animal blanco era propiedad<br />

del mismo rabino que formulaba el remedio, y el mozo de cuadra, más sinvergüenza aún que su<br />

amo, también hacía negocio aparte, por su cuenta. Seguramente por eso estaba el amo<br />

vendiendo el mulo.<br />

La mujer no lo pudo evitar, se puso en medio de los dos hombres, de cara al sacerdote<br />

curandero, y sin dudar, mirándolo a los ojos, le dijo a voz en grito que se oyó en todo el atrio del<br />

templo: ¡Sinvergüenza! ¡Que Dios te pague el bien de tus remedios!<br />

No dijo más, salió del templo y volvió a su tierra, en la ribera norte del Lago Tiberíades, con su<br />

flujo diario, pero habiendo aprendido que su propia fe en las personas era el auténtico principio<br />

de su curación. Solo necesitaba encontrar al médico que no la defraudase, y fuera digno de tener<br />

toda su fe.<br />

Había aprendido, con esa y con otras experiencias, tal vez más denigrantes aún para su orgullo<br />

de mujer, a desechar lo inútil, lo fraudulento. Había aprendido en la costosísima escuela de la<br />

vida, a descubrir la verdad y la mentira en el tono de voz de las personas, y en sus gestos. Y eso<br />

no era poco, sino el principio de cualquier proceso de salud. Era el discernimiento.<br />

Supo por experiencia, que la ciencia de su tiempo y de su entorno tenía pocas y precarias<br />

soluciones objetivas para su mal, y para cualquier otro. Se requería siempre la fe, la confianza,<br />

las ganas de curarse del enfermo. Supo que eso que era decisivo, no podía darlo nadie. Ni se<br />

compraba ni se vendía en ningún mercado de Israel, ¡Ni siquiera en el Templo de Jerusalén!<br />

Eso tenía que ponerlo ella.<br />

Supo además que al menos en su caso, la curación no tenía relación directa, sino inversa, con el

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!