09.05.2013 Views

Descargar libro - Manuel Requena

Descargar libro - Manuel Requena

Descargar libro - Manuel Requena

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

cerciorarse de que no era un sueño. La miró con los ojos salidos de sus órbitas, y no pudo<br />

apreciar ni siquiera un corte o un rasguño en el tronco. Todo perecía sano y la tierra húmeda,<br />

pero la higuera breval estaba seca. ¿Era cosa de magia diabólica? No había otra explicación. No<br />

es que el árbol estuviera enfermo, o secándose, sino que estaba seco hasta las raíces, y ¡en una<br />

sola noche! Había visto cosas raras en la vida, caprichosas, torticeras, infames, siniestras y<br />

malditas, pero esto era excesivo para él. Volvió a Jerusalén como si fuera joven, demasiado<br />

deprisa y demasiado excitado para su edad. Cuando llegó tuvo que sentarse en el poyo del arco<br />

de la puerta que franqueaba el muro de la ciudad santa a descasar un rato, tomando resuello<br />

después de la subida. Allí mismo en la puerta, sentado, y antes de que su aliento estuviera<br />

acompasado y sereno, supo lo que había ocurrido con su higuera. No tuvo que investigar<br />

mucho. Le contó lo sucedido un muchacho redondo, bajito, que olía a cebolla, ajo, y otros aliños<br />

a más de veinte metros de distancia, porque comía más adobos que chicha para pasar la torta o<br />

el pan de su alimento. Cuidaba en las noches los turnos del agua de la acequia para riego de las<br />

fincas de los ricos, al oriente de Jerusalén. Anás le pagaba para eso, y también le daba alguna<br />

monedita extra, para que le contara las cosas del camino, los chismes de las gentes que iban y<br />

venían, y en especial, si eran los grandes de Jerusalén: cuándo iban a sus fincas, a qué hora<br />

pasaron, si iban solos o acompañados, de qué hablaban, que habían dicho de él y de su finca.<br />

Cuanto más gordo fuera el chisme, más propina recibía aquel pobre regador, convertido en<br />

periodista del corazón y `paparachi oral' por la simple fuerza del dinero. Lo que contó el<br />

muchacho fue esto: El día anterior, aquel nuevo profeta llamado Jesús de Nazaret, que venía de<br />

Betania en la compaña de muchos galileos, se salió del camino, se metió en la finca de Anás, se<br />

acercó a la higuera grande y rebuscó entre ella alguna breva o higo maduro. Buscó y rebuscó<br />

pero no encontró nada que pudiera comerse. Cuando dejó de hurgar entre las hojas, con las<br />

manos vacías alzadas al cielo, levantó también la voz y maldijo claramente a la higuera.<br />

Después la apuntó con su dedo y le dijo gritando:<br />

--"Que nunca jamás coma nadie ya fruto de tí"<br />

A la tarde, cuando volvió a repartir el agua en los turnos de noche, la higuera estaba seca de<br />

raíz. Ante aquella historia, Anás no supo reaccionar. Había oído personalmente al Nazareno<br />

hablar de paz, de armonía, de justicia de Dios, y alguna vez también del incumplimiento<br />

notorio de la ley por parte de los sacerdotes y de los doctores, de los escribas y los fariseos, pero<br />

con él personalmente no se había metido nunca, salvo alguna alusión a las riquezas adquiridas<br />

injustamente que le hizo, mirándolo a los ojos descaradamente, mientras hablaba al pueblo.<br />

¡Ahora entendía su actitud provocadora al cruzarse con Él en el torrente! Aquello era<br />

demasiado. El inculto carpintero de Nazaret, no solo era descarado e irrespetuoso en el hablar,<br />

sino que se había metido como un ladrón en su finca, había violado sus mandatos y normas de<br />

dueño, y aunque no había robado nada, maldiciendo la higuera le había causado un daño<br />

irreparable. ¡No sabía aquel paleto galileo con quién se había metido! Y dejó crecer su ira, que<br />

terminó influyendo mucho más que su ciencia en la historia de su pueblo y de la humanidad.<br />

No supo Anás leer el verdadero sentido del gesto de Jesús, obnubilado por el orgullo de poseer<br />

una higuera hermosa en las huertas de Jerusalén. Rojo de cólera, se fue directamente a casa de<br />

su hija y encontró desayunando a su yerno Caifás quien, gracias a su influencia, era el sumo<br />

sacerdote de aquel año. Abierta y acaloradamente, entre los balbuceos de su rabia, como un<br />

niño al que le han quitado su juguete nuevo, le contó la historia de la higuera y le pidió la vida<br />

de aquel engreído profeta de los pobres, aquel a quien el pueblo había recibido como “Rey de<br />

Israel” el día anterior, y que venía a por ellos. -¡Y está hoy en Jerusalén! ¡Yo lo he visto entrar<br />

esta mañana con los suyos! Hay que darle un escarmiento. No es que quiera solo ilustrar al<br />

pueblo sobre lo bueno y lo malo, -argumentaba sin parar el viejo, mientras Caifás engullía-, lo<br />

que agrada a Dios y lo que no, sino que viene a por nosotros. Quiere destruir la clase sacerdotal

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!