Descargar libro - Manuel Requena
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pequeño Samuel, no tuve explicación.<br />
Él utilizó para dar de comer a su Apóstoles aquella mañana, unos peces que le regaló Samuel,<br />
el que había estado paralítico y que ahora, era el mejor pescador del lago. Cuando a Pedro le<br />
dio la nostalgia de la pesca, y los discípulos que estaban con él decidieron acompañarlo, los<br />
jornaleros de Zebedeo -entre ellos Samuel- se quedaron en tierra. Pedro se aventuró sobre la<br />
orilla oeste, hacia Betania, donde tenía sus marcas, pero ese no era el lugar correcto aquella<br />
noche, y no pescaron nada. Samuel se lo advirtió y se sentó en la orilla. Pedro lo miró casi<br />
enfadado con su enorme ceño fruncido, como diciendo, “que sabrá este mequetrefe”,<br />
“todavía soy el mejor pescador de Galilea”, y se adentró a la mar.<br />
El fenómeno extraordinario ocurrió en la playa a la primera vigila de la noche. Samuel<br />
endormiscado sobre la arena y los aparejos tuvo un sobresalto. ¿Sería verdad lo que estaba<br />
viendo? Se restregó los ojos varias veces por si fuera un espejismo óptico proyectado en su<br />
imaginación pasmosa por el amor de su corazón entero, pero no, aquella figura de hombre,<br />
en pie sobre la misma orilla de las aguas, seguía estando allí. Su vestido largo, era del mismo<br />
color del mar iluminado por la primera luna llena después de la terrible Pascua en que<br />
habían matado al Maestro. Al principio no pudo distinguirlo bien, Parecía una prolongación<br />
del mar que en la orilla se elevara hacia el cielo formando la silueta de un hombre. Samuel se<br />
levantó de un salto, se acercó, y antes de llegar lo conoció. No fueron sus ojos, sino su<br />
corazón el que reconoció al Maestro, y su primer impulso fue postrarse a sus pies. Se<br />
saludaron y hablaron despacio el resto de la noche, hasta el amanecer cuando las barcas<br />
regresaron. Hablaron de la pesca, de los hombres, de la crisis de Pedro y los otros discípulos,<br />
que ya no sabían pescar peces, y aún no habían aprendido a pescar hombres, del servicio en<br />
la Iglesia, de la marcha definitiva de Jesús al lugar que le tenía el Padre reservado hasta que<br />
le entregase la creación entera rescatas por su sangre……. Y Samuel preguntó por ese sitio a<br />
donde iba el Maestro. Casi lo sabía, pero necesitaba confirmación, y el Maestro se la dio. Su<br />
nuevo “sitio”, donde iba a estar sentado con su Padre, era el corazón del hombre, de<br />
cualquier hombre que creyera en el amor y en servicio a los otros hombres. “Yo creo en eso<br />
Señor” le dijo Samuel. Jesús lo miró, y subido en su mirada que perforó su piel, se metió en<br />
su alma. Allí le siguió hablando. Allí, donde anidan los recuerdos, donde nace la oración<br />
auténtica, los amores y las penas de los hombres, le enseñó Jesús su auténtica morada entre<br />
los hombres. Lo curioso fue que cuando llegaron las barcas a la orilla, los discípulos cansados<br />
de estar toda la noche bregando y discutiendo sobre la procedencia de aquel trabajo, y casi<br />
enfrentados Pedro y Juan, solo vieron a una persona en la orilla, que les dijo: ”Muchachos<br />
habéis pescado algo?”(Jn 21,5-6) Pero no lo reconocieron, ni al Maestro, ni a Samuel que se<br />
habían hecho uno, y solo cuando el criterio común de esa unidad, les sugirió que echasen las<br />
redes al lado derecho de la barca, y tuvieron aquel resultado extraordinario de la segunda<br />
pesca milagrosa, reconoció S. Juan, el apóstol del conocimiento, que allí estaba el Señor.<br />
Aunque sus ojos no le reconocieron, y más bien se parecía a Samuel el jornalero, antes<br />
tullido y ahora pescador, no preguntaron nada, sabían que allí estaba el Señor. “Ninguno de<br />
los discípulos se atrevió a preguntar ¿quién eres? Porque sabían muy bien que era el Señor…(Jn<br />
21,12)<br />
Es la confirmación de una de las tesis más atrevidas de la predicación evangélica. La unión de<br />
Jesús con los suyos, con los humildes, con los pequeños que Él ama, en los que de algún<br />
modo se “encarna” de nuevo y se manifiesta como un sacramento que incide en el mundo<br />
físico, para todo el que tiene ‘ojos de ver’, y no exige pruebas antecedentes, sino resultados