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Descargar libro - Manuel Requena

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la presencia física del Maestro. Solos ante su propia gente con aquella fuerza nueva que venía<br />

de Dios y salía por ellos. Ni en sueños pudieron imaginarse que el inicio del reino pudiera ser<br />

así (Mc 6, 7-13). Esa primera misión estuvo entrelazada con la muerte trágica de alguien muy<br />

querido especialmente por algunos de ellos, y muy respetado por todos: Juan el Bautista. Su<br />

degollamiento por Herodes debió de ser un golpe tremendo para la gente sencilla y piadosa de<br />

Israel (Mc 6, 14-29)<br />

Pero la vuelta del camino fatigoso de aquel primer envío, estuvo vinculada sobretodo con la<br />

intención cariñosa y entrañable de Jesús hacia ellos, que los llevó a un lugar solitario, a<br />

descansar un poco, reinventando a su modo la vida monástica (Mc 6, 30-32). También estuvo<br />

vinculada con un suceso extraordinario que les supuso a los pobres hombres acostumbrados a<br />

la soledad del lago, y al esfuerzo por su propia supervivencia, a salir de si mismos, y ponerse en<br />

servicio a la gente, dándoles de comer hasta que se hartaron, recogiendo luego las sobras hasta<br />

llenar doce canastos (Mc 6, 33-42), y cuando ya pensaban que habían acabado y podrían ponerse<br />

por fin a descansar, Jesús les ordenó que se embarcaran inmediatamente y se fueran solos a la<br />

otra orilla “mientras Él despedía a la gente” (Mc 6,45). Ellos lo hicieron a pesar del mal tiempo, y a<br />

pesar del cansancio. Y la travesía fue otro milagro. Cansados de caminar, cansados de repartir<br />

comida y recoger las sobras en pura educación ecológica, tuvieron que remar en medio de una<br />

gran tormenta, y por si el miedo de las olas fuera poco, tuvieron que soportar aterrados la<br />

presencia de Jesús caminando sobre las aguas como si fuera un fantasma. Ya no pudieron más y<br />

se pusieron a gritar aterrados (Mc 6, 46-50) hasta que Jesús subió a la barca, y el viento se calmó.<br />

Ellos quedaron más estupefactos todavía con la calma que con la tormenta, y la conclusión de S.<br />

Marcos es el sentido de todo lo que cuenta en el capítulo seis: "Ellos quedaron más asombrados<br />

todavía, ya que no habían entendido nada lo de los panes – y suponemos que tampoco habían<br />

entendido nada ni de la predicación, ni de los milagros que por ellos mismos se hicieron, ni de<br />

la muerte de Juan Bautista, ni del servicio hasta el agotamiento a la gente sencilla,-- su mente<br />

seguía embotada” dice el evangelista(Mc 6,52).<br />

Y ahí no quedó todo. La gente necesitada y hambrienta del Mesías, era incansable,<br />

incombustible, incomprensible en su aguante y en su esperanza, en el cuidado de sus enfermos,<br />

y en el seguimiento de Jesús. El sentido de orientación de aquella gente hacia las cosas de Dios<br />

aparece prodigioso en el Evangelio de Marcos, y ni Jesús ni los discípulos pudieron esconderse<br />

de aquel pueblo, ni acallar el eco noticioso de su presencia y de su cercanía. Allí entendieron<br />

que estaban llamados para ellos, para la gente.<br />

Acabada la travesía, tomaron tierra en Genesaret y atracaron. Nada más desembarcar, fue –Jesús<br />

y el grupo de los doce- reconocido en seguida por la gente.<br />

Se pusieron a recorrer toda aquella región, y las gentes acudían llevando en las camillas<br />

todos sus enfermos adonde oían decir que Jesús se encontraba.<br />

Cuando entraba en aldeas, ciudades o caseríos, ponían a los enfermos en las plazas y le pedían que<br />

les dejase tocar al menos la orla de su manto, y todos los que lo tocaban quedaban curados. (Mc 6,<br />

53-56)<br />

Las gentes hacia Jesús, y Jesús hacia las gentes, y en el encuentro, en el contacto, se produce la<br />

salud del hombre concreto. La “saluación” que es la esencia del reino, y el título más humano

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