Descargar libro - Manuel Requena
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7.- Le puso otra vez las manos sobre los ojos, y comenzó a ver perfectamente;<br />
8.- recobró la vista de una forma, que veía de lejos todas las cosas.<br />
9.- Jesús lo envió a casa, diciéndole: "Ni entres en la aldea". (Mc 8, 23-26)<br />
Podía simplemente haber dicho “abre los ojos, primo”, y Cleofás hubiera recuperado la vista,<br />
como ocurrió después con otro ciego llamado Bartimeo, en Jericó. Pero no lo hizo así. Jesús<br />
quería demostrarle al muchacho del bosque y de la música, de la madera y de Dios, que lo<br />
amaba de cerca y que abrir los ojos para él, iba a suponer un cambio total de su vida. Por eso lo<br />
cogió de la mano y lo sacó por el camino grande, hacia el norte, hacia su propio bosque. Cleofás<br />
no sintió miedo alguno porque ya conocía aquella mano amiga, solo le sorprendió que ahora<br />
tenía un calor muy especial. El ciego acostumbrado a leer en las cosas y en las personas por el<br />
tacto y por el sonido de su voz, supo que en aquel hombre había vida, que su calor era como el<br />
del verano cuando hace madurar la cosecha y el fruto de los árboles, pero no oyó que le dijera<br />
nada. Solo se oía el griterío de la gente que le tenía embotados sus oídos, acostumbrados al<br />
silencio vivo de su bosque. Jesús le hizo caminar un buen trecho junto a Él sin decirle palabra,<br />
con su mano cogida. A su tacto, no solo le ardía la mano, sino que aquel calor se convirtió en un<br />
estado muy especial de su conciencia. "Esto es magnífico, -pensó el ciego- Esto debe ser eso que<br />
llaman luz". Y no se equivocaba Cleofás, porque era la Luz del corazón, que antes de abrirle sus<br />
ojos a los rayos del sol, le había abierto el alma al encuentro de Dios. De pronto Jesús se paró, lo<br />
apartó un poco del camino, y ya no había ruidos. Sintió que su guía se ponía frente a él, y en<br />
aquella cercanía silenciosa, fuera del gentío que seguía a Jesús, Cleofás oyó sonidos conocidos,<br />
los pájaros, el rumor del río, y el viento entre las hojas de los árboles, envuelto todo en aquel<br />
fuego que le ardía por dentro. Sintió el tacto de Jesús sobre sus ojos, y que estaban húmedos de<br />
nuevo, como toda la noche, aunque ahora no estaba llorando. No supo lo que le habían echado<br />
sobre el ojo, pero a él le pareció que no era agua, le pareció, y le olió a la savia fresca de la vid,<br />
cuando está haciendo engordar y madurar sus racimos sobre los sarmientos con toda la fuerza<br />
del verano. Sus ojos se bebieron aquel jugo y sin que pudiera nunca explicarse como, su<br />
pituitaria se llenó de aroma, y hasta la garganta y el paladar sintió el sabor entre salado y dulce,<br />
entre agrio y sabroso, entre suave y áspero, entre madera y vino que tienen las puntas tiernas de<br />
los sarmientos de la vid cuando se pelan y se chupan en verano, para quitar la sed. No pudo<br />
sentir más aquel néctar, porque las manos grandes, enormes, de Jesús, cayeron sobre él. Cubrían<br />
toda su cara y la mitad de su cabeza. Sintió la pulpa de los dos abductores del pulgar rellenando<br />
la cuenca de sus ojos húmedos. El flexor corto le presionaba el glóbulo del ojo, y cuando el<br />
reflejo aculo-vagal le estaba produciendo el mareo de la bradicardia, Jesús aminoró la presión.<br />
Su corazón, -lo sabía bien Cleofás- se paró un segundo, y allí, en ese segundo sin respiración, sin<br />
pulso y sin latidos, se produjo el milagro. Si se hubiese prolongado aquel estado, hubiera<br />
muerto, porque muerto estuvo durante un segundo. Pero sintió el músculo oponente del pulgar<br />
sobre el lateral de su nariz y hasta su boca, los abductores y flexores del meñique de Jesús le<br />
estaban haciendo un pequeño masaje sobre las sienes, junto a sus oídos, y los lumbricales le<br />
acariciaban las cejas y buena parte de la frente, mientras las puntas de los dedos tocaban la<br />
coronilla de su pelo. Cleofás, acostumbrado a la oscuridad del interior, había regresado en su<br />
conciencia muchas veces al inicio de su déficit sensorial, y ahora se sintió como en aquel<br />
momento en que salió del vientre de su madre, como en aquel segundo antes de respirar el aire,<br />
y oír las voces de la gente, solo que entonces, a él, nadie le dijo nada. Todas las voces le<br />
hablaban a su madre, " ¡ Animo María ya está fuera"¡ ¡Muy bien.... es un niño! Y parece muy<br />
sano. Oyó algo de dar a luz, pero él no había visto luz alguna. Y en aquel pasillo oscuro que los<br />
hombres llamaban vida, había seguido casi treinta años en su oscuridad. De sus sensaciones en<br />
aquel instante de silencio, sin ruidos ni siquiera de latidos en su corazón, lo sacó el sonido de