Descargar libro - Manuel Requena
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se humilla y la pide a gritos, hasta conseguir la interacción sinérgica que buscaba de Jesús, es<br />
aquel hombre, “uno de entre la gente”, que venía a pedir sencillamente la curación de su hijo.<br />
Vino como hacían otros muchos de la región con sus enfermos, y fue puesto personalmente en<br />
evidencia por su falta de fe, ante Jesús y el pueblo, incluyendo los fariseos. Josías, el humilde<br />
obrero prototipo de la gente, fue el detonante de un nuevo alboroto entre los maestros de la ley<br />
y los aún tímidos discípulos de Jesús, que se habían quedado solos ante ellos, cuando el Maestro<br />
subió al monte Tabor.<br />
Como cumbre de gloria del camino hacia Jerusalén, Jesús había subido sin la gente, con solo<br />
Pedro, Santiago y Juan, a un monte alto. Allí se había transfigurado ante la presencia de su<br />
Padre, con Moisés y Elías como testigos de su abrazo, y los tres discípulos, Pedro, Juan y<br />
Santiago viendo la ‘metamorfosis’, la transformación o cambio hacia la naturaleza de luz que<br />
producía su gloria en la apariencia de la carne humana. Y fue al bajar del monte, atontados aún<br />
por el misterio de luz y de palabra que se produjo en el seno de aquella nube oscura de la<br />
altura, cuando descubrieron, ya en el camino de la tierra, al gentío. Muchísima gente rodeaba a<br />
los discípulos, y los maestros de la ley estaban discutiendo con ellos. No dice de qué discutían.<br />
Al evangelista, solo le interesa poner de manifiesto la enfermedad discutidora del hombre que<br />
trata de imponer a los otros su razón, aunque ni él mismo se la crea. Antes del encuentro, Josías<br />
era un obrero pobre, en un pueblo pobre, viviendo entre las cosas que pasan a los pobres,<br />
mucho más notorias y sangrantes cuando se pueden comparar con la riqueza que la naturaleza<br />
manifestaba en su entorno, y la de algunos privilegiados del lugar, que eran los ricos. Pero el<br />
paisaje humano siempre tendrá pobres, según dijo Jesús, y por tanto, aunque no lo dijera<br />
expresamente, también siempre habrá ricos. A Josías, solo con verlo, se sabía que era pobre, en<br />
una tierra rica. Su tez morena, endurecida y áspera de trabajar al sol y al aire libre, denotaba que<br />
sabía soportaba el tiempo con toda su inclemencia en el espacio al aire libre de su trabajo.<br />
Trabajaba bajo el cielo, con toda su caricia y su castigo. Sus manos eran los terminales de unos<br />
brazos demasiado largos para su estatura, que no superaba en mucho los tres codos y un palmo,<br />
-en nuestro sistema decimal no llegaría al metro y sesenta centímetros-, pero los trabajos de<br />
todo tipo le habían proporcionado una fuerza y contextura que le daban un aspecto simiesco,<br />
bamboleante al andar, lo que permitía identificarlo incluso desde lejos, antes que pudiera verse<br />
su cara. Sus ropas solo consistían en unos calzones ceñidos, cogidos a la cintura con una<br />
cuerda gruesa de esparto cocido que le daba cuatro vueltas a la cintura, por si se necesitaba para<br />
otros menesteres, y una escasa túnica rala, que cubría en el camino y fuera del trabajo con un<br />
raído manto. Aunque no estaban sucias o desarregladas, sus ropas se veían ya descoloridas por<br />
el sol y las muchas lavadas. Los remiendos, especialmente a la altura de rodillas y codos, se<br />
sobreponían unos a otros, incluyendo algún parche de paño distinto al original, que a él no le<br />
importaba mucho lucir, porque eran como parte de su identidad. Josías era un pobre honrado, y<br />
un trabajador empedernido, de esos que parecen no cansarse nunca. Su hijo Jonás era epiléptico<br />
usando un diagnóstico de hoy, pero en aquella pobreza suya, como ocurre en la pobreza de<br />
todos los tiempos, ni siquiera había enfermedades claras. Josías y su esposa no podían<br />
permitirse el lujo para un pobre de tener un diagnóstico fiable, ni un remedio fiable, dado por<br />
médico fiable. Tenía que conformarse con el motivo genérico, primero y universal de todas las<br />
enfermedades: el diablo. Para aquella gente pobre, lo bueno era de Dios y lo malo del diablo. Y<br />
no tenían más. Josías y su esposa Miriam ni se habían planteado durante los más de diez años<br />
que llevaban soportando la enfermedad de su hijo, la posible solución médica de aquella<br />
situación. Simplemente la había aceptado como se acepta la vida: tirando hacia delante como<br />
podían. Solo pensaban en vivir, y cuando Dios les mandara su hora, morirse sin saber de qué se<br />
morían, porque saber las causas y los efectos de las enfermedades, son cosas de ricos. Una de las