Descargar libro - Manuel Requena
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Santiago era más hombre de la mar. Juan casi un muchacho aún, andaba más en las cosas de la<br />
casa y en la venta del pescado con su madre. La cuidaba y la mimaba como si fuera un niño<br />
grande, y tenía una inquietud especial por todo lo que se refiriese a las cosas de Dios, del<br />
Mesías, del Templo, del Reino de Dios… como ella.<br />
Zebedeo había pensado a veces que se iban a unir definitivamente al profeta del desierto, que<br />
bautizaba ahora en el Jordán, o incluso a la comunidad de los monjes Esenios, que vivían a la<br />
espera del Reino de Dios en las cuevas de Qumrám, de los que había salido el propio Juan el<br />
Bautista. Lo pensaba Zebedeo por las temporadas que pasaban sus hijos, y en especial Juan, con<br />
él. Incluso Salomé se iba a veces con ellos, y volvían todos como si estuviesen esperando un<br />
gran acontecimiento, ilusionados por una realidad que no era la vida diaria del lago, las barcas,<br />
la pesca y las redes….<br />
A Zebedeo aquel hombre Juan el bautista y sus discípulos no le gustaban mucho. Los veía<br />
preocupados, excesivamente preocupados, de la pureza religiosa, y no los veía trabajar<br />
demasiado en ‘cosas de provecho’. Incluso tenía la impresión, -y lo había comentado también<br />
con Salomé para que pusiera remedio,- que muchos de los gastos del grupo los pagaban sus<br />
hijos y ella, del dinero de la familia, de su propio bolsillo de pescador. Él no estaba en contra de<br />
socorrer a los pobres, ni de entregar sus diezmos en tiempo y forma para el Templo y los<br />
sacerdotes, porque el trabajo le daba sobradamente para su modo de vivir sencillo, pero a<br />
cualquiera que se erigiese en el Mesías no estaba dispuesto a sufragarlo.<br />
Y para Zebedeo no solo era cuestión de dinero. La predicación de aquel hombre Juan, en el<br />
Jordán y por toda Galilea, le constaba que no era bien vista por Herodes el rey, ni por otros<br />
dirigentes político-religiosos, ni por muchos de los mejores clientes de su pesca, que pagaban<br />
sin rechistar y al contado. La predicación de Juan era hiriente, con un vocabulario al que la<br />
gente religiosa sencilla no estaba muy acostumbrada. Apenas hacía unos meses, lo habían<br />
llevado sus hijos y su esposa a escucharlo, y el pescador vino escandalizado. Aquel vendaval<br />
vestido de pieles, llamaba a los fariseos, a los escribas y a los fundamentalistas saduceos, que<br />
para Zebedeo eran la clase alta de Israel, “raza de víboras”, y en su propia cara. ¡Y los exhortaba<br />
a convertirse!! A los que parecían la pureza andante…!! Aquello no podía acabar bien, se lo<br />
había dicho a su esposa para que convenciera a sus hijos y dejaran a aquel hombre seguir su<br />
camino. En aquel tiempo, ser así de Dios, apasionadamente, era peligroso. Y Zebedeo no se<br />
equivocó. Poco tiempo después, Juan Bautista fue mandado decapitar por un capricho de<br />
Herodes. No se equivocaba mucho el viejo pescador, aunque el no lo viera. Diez años después,<br />
sobre el año cuarenta y dos de nuestra era, su propio hijo Santiago correría la misma suerte,<br />
siendo el primero de los Apóstoles que daría su vida por el nuevo Maestro.<br />
Según lo que predicaba Juan el Bautista, la manifestación de la ira de Dios era inminente. Ya<br />
estaba “puesta el hacha a la raíz de los árboles”, y el que no diera buen fruto iba a ser cortado.. Y el<br />
fruto que pedía era comprometedor, "el que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene, y el<br />
que tenga para comer que haga lo mismo…”(Lc 3,11) Nada de pesos falsos, ni de engañar a nadie.<br />
Incluso a unos soldados que habían ido hasta el Jordán para investigar qué movimiento de<br />
gente era aquel, los empalabró hasta casi convencerlos de conversión. (Lc 3,14) “No más<br />
denuncias falsas, para cobrar después por retirarlas…...¡No más mentiras! Debían contentarse con su<br />
salario”