Descargar libro - Manuel Requena
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acercó y le preguntó:<br />
"Maestro, ¿cual es el primero de todos los mandamientos?<br />
La respuesta fue inmediata: El amor. A Dios y a los hombres. Sobre todas las cosas, sobre todas<br />
las teorías, sobre todos los ritos y sobre todas las leyes y costumbres. El escriba lo entendió, y en<br />
aquel momento solemne se declaró su amigo. "Muy bien Maestro........(Mc 12,32) dijo en alta voz,<br />
para que todos lo oyeran, "Tienes razón en decir que Él es el Único y que no hay otro fuera de Él; y<br />
amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí<br />
mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios” (Mc 12,32-34) José tuvo la valentía de gritar<br />
aquel apoyo público a Jesús, aún sabiendo que en el sanedrín se buscaba una excusa para matar<br />
al Maestro por perjuro. Y aquel día consumó lo que quería haber hecho desde hacía tiempo,<br />
romper con los hipócritas, estuvieran donde estuvieran. También creyó José que diciendo<br />
aquello había quedado bien ante la gente. Desde luego mejor al menos que los fariseos y<br />
saduceos. Incluso llegó a pensar un momento que aquel hombre vestido de blanco, estaba<br />
también impresionado de su sabiduría, de su conocimiento y capacidad de síntesis de la ley, o<br />
al menos de su espléndido donativo que acaba de echar en el arca del tesoro. En eso tampoco<br />
podían imitarlo los fariseos y saduceos. Y José se tuvo a sí mismo en aquel momento por un<br />
hombre grande y auténtico. Se hinchó como un pavo, al sentirse admirado por sus obras de ley.<br />
Pero la admiración de Jesús y su pronóstico, también ante todo el pueblo, no iban por ahí<br />
cuando le dijo:<br />
-"No estás lejos del reino de Dios". (Mc 12,34)<br />
Jesús había visto la fibra sensible de aquel hombre, y a ella le lanzó un dardo encendido, de los<br />
dardos suyos que hieren, encienden e iluminan las conciencias, y abren las puertas de las plazas<br />
fuertes. José de Arimatea, el escriba prudente, pensó que el Maestro alababa su estilo y forma de<br />
vida hasta ahora, pero pronto descubriría con auténtica vergüenza que no era así. La frase de<br />
Jesús apenas fue una profecía sobre el futuro inmediato de José y del pueblo de Dios. El reino<br />
del amor estaba cerca para él y para todos. José encontró la puerta de entrada ese mismo día. Lo<br />
que en verdad hizo grande a José, y apto para el reino de Dios, no fue su conocimiento teórico<br />
de la Ley, sino su aguante de la reprimenda y humillación que le propinó Jesús inmediatamente<br />
después de su asentimiento teórico del amor. Tras anunciarle al escriba rico que "no estaba lejos<br />
del Reino de Dios”, Jesús se sentó junto al cepillo y a los pocos momentos entró en la escena<br />
María, la viuda pobre del pobre obrero Juan, el trabajador que había muerto hacía muy pocos<br />
meses en la obra de la nueva casa del rico escriba José de Arimatea.<br />
19.- LA VIUDA POBRE, O el reconocimiento del amor.<br />
En su vida hasta ahora, todo pudo haber sido, pero no todo fue. Los sueños juveniles de María<br />
en su amor quinceañero, consistían en llegar a ser 'alguien' en Jerusalén, con su familia, con su<br />
esposo Juan, el cantero y constructor de muros en piedra de sillería, y todo tipo de obras<br />
talladas en roca. Juan le había prometido que en Jerusalén sería alguien, que su trabajo era<br />
querido por Dios, y que allí su arte vería el milagro de ser reconocido por todos. Estaba seguro<br />
de que su obra maestra de cantería sería visitada por más gentes que todos los monumentos del<br />
mundo. A María ese sueño le había cuajado simplemente en boda, y en los cinco hijos que él le<br />
había engendrado durante los siete años que duró su matrimonio, pero nunca había llegado la<br />
plenitud y el despegue económico que tenían los sueños de Juan. A ella le daba igual. Era feliz<br />
con los sueños de su esposo, porque en la realidad de cada día, apenas entre todos, incluyendo<br />
a los niños, habían conseguido terminar una casa de adobe en el barrio de la torre, junto a la<br />
piscina de Siloé, la parte pobre de Jerusalén. Pero los sueños siguieron empujando, ilusionando<br />
y de alguna forma quemando sus vidas como siempre, cuando a Juan le ofrecieron un buen