Descargar libro - Manuel Requena
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.(Zac. 9,9)<br />
Fuera de aquel pernil abrazo del silencioso jinete, que le dio sentido pleno a su vida de burro de<br />
carga, solo oía el jumento la algarabía de la gente mezclada con el ambiente de odio, sin sentido<br />
alguno de vida, sino de muerte. Confieso que he aprendido mucho de la acémila y de alguna<br />
forma, he sentido envidia. Es casi la revelación de un estado de conciencia en medio del<br />
mundanal ruido de todos los tiempos. A uno le toca cargar con la cruz, pero al animal le tocó<br />
cargar con el que da sentido a todas las cruces. Cuando la comitiva se fue reduciendo, y los<br />
íntimos de Jesús llegaron a Betania, ya a la tarde, Marcos se volvió despacito, subido en el casi<br />
sacramental jumento hacia su casa. Fue su segundo y ya único jinete. Antes de cruzar el torrente<br />
Cedrón, sintió que no podía continuar, y que deseaba estar solo para rumiar todo lo que había<br />
pasado ese día, dejando que los recuerdos se aposentasen bien en su alma joven e inteligente.<br />
Por eso aquella noche se quedó a dormir, solo con su burro, en la pequeña y escondida cabaña<br />
del monte de los olivos, en la finca de su padre, como hacía tantas veces cuando e esperaba el<br />
turno del agua para riego que venía por la acequia grande. Poca gente ha tenido el privilegio de<br />
que Jesús haya usado de sus pequeñas cosas para proclamar el reino, con la intensidad y<br />
cercanía de las de aquel muchacho, al que luego hemos conocido como San Marcos el<br />
Evangelista, que no solo entregó sus cinco panecillos y sus dos peces para que Jesús,<br />
multiplicándolos a su especial estilo, alimentase con ellos a la gente, sino que requerido, y casi<br />
mejor dicho, requisado, puso a disposición del Maestro su pollino nuevo, para que fuese<br />
instrumento de alabanza aquel día primero del Señor, y también día primero de ‘la gente’, aquel<br />
primer Domingo de la era cristiana. Algún tiempo después, desnudo ya de todo, su peculiar<br />
forma literaria, su forma sencilla de escribir y relatar los recuerdos vivos que le brotaban del<br />
alma, servirían también a Jesús para manifestarse a la gente que íbamos ser definitivamente<br />
Iglesia.<br />
LUNES<br />
Mc 11, 12-19<br />
En Betania se pasó casi toda la noche hablando con Lázaro y sus propios discípulos. Después se<br />
puso a orar hasta el amanecer. ¿Por eso a la mañana sintió hambre? Cuando pasó temprano por<br />
los huertos de Getsemaní, en el camino que va de Betania a Jerusalén, vio la espléndida higuera<br />
breval. Estaba lo suficientemente cerca del camino, como para que todos la vieran, y lo<br />
suficientemente alejada, como para que no se pudieran coger sus frutos. Había que adentrarse<br />
en el huerto para llegar a ella, y Jesús lo hizo. Él sabía perfectamente de quien era el huerto, y la<br />
lujosa higuera. No era “su” huerto de Getsemaní, aunque también tenía olivos e higueras,<br />
granados y viñas, chumberas, verduras y frutas de todas clases. Los discípulos, cuando el<br />
Maestro se metió en el huerto y se puso a buscar en la higuera, se quedaron mirando<br />
asombrados. ¿Sintió hambre de higos? Él estaba acostumbrado a viajar en abril hasta Jerusalén<br />
para la Pascua, y sabía que no era tiempo de higos, ni siquiera de brevas. Por eso los discípulos<br />
se asombraron más. Buscar higos a primeros de abril, era como pedirle peras al olmo. Pero Él<br />
era el Señor, y se quedaron mirando. Todos sabían que el dueño de la higuera se llamaba Anás,<br />
nsumo sacerdote y propietario de la gran finca en las suaves colinas que había frente a<br />
Jerusalén, al otro lado del estrecho valle del Cedrón. El enorme huerto era su orgullo personal y<br />
presumía de sus plantaciones de olivos y viñas, de higueras, granados, almendros, moreras y<br />
nogales. El camino grande que venia por la ruta del Jordán, después de atravesar Betania,<br />
cruzaba por su finca, admirada por todos los caminantes y peregrinos. Como aquel año había<br />
sido lluvioso, la primavera fue también muy fértil, y en la luna de abril, todos los campos<br />
estaban cuajados de la exhuberancia atosigante de olores, colores y brotes de todas las yemas