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Descargar libro - Manuel Requena

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añado a la mañana. A penas pisó la orilla, sino que dando un enorme salto que parecía un<br />

vuelo, se zambulló entera en el centro del cauce. Sus ropas se desprendieron del cuerpo y<br />

quedaron flotando en el remanso dejando correr de ellas, sobre la superficie suave de la<br />

corriente, como una fuente nueva de algún río interior que manara sangre, dando color al agua.<br />

Sin que ella lo advirtiera, un hombre joven la había seguido corriendo como pudo desde la<br />

playa al río, y cuando el joven asomó a la orilla, le pareció que había brotado en el Jordán una<br />

gigantesca flor se loto, como no la había visto ni en el Nilo, el gran río de Egipto. Eran el manto<br />

y la túnica de Berniké flotando. Efraín esperó casi dos minutos llamando a voces a su amada, y<br />

viendo que la mujer no aparecía, aunque era hombre paciente, que había sabido esperar doce<br />

años sin acercarse a ella, no pudo esperar más. Se quitó la túnica, el manto y todas sus ropas y<br />

se lanzó también al río de cabeza. Debajo de la mancha de sangre que soltaban las ropas que<br />

flotaban, la encontró. Allí mismo la envolvió entre sus brazos bajo el agua, y abrazados,<br />

desnudos como estaban, asomaron a la superficie. La abierta sonrisa de Berniké, era el más<br />

explícito permiso de amor que se había dado nunca en aquel río sagrado, cargado de pecados<br />

de la gente y fuerza limpiadora, y ahora, por la misma fuerza creadora que un día se bautizó en<br />

sus vados, se había convertido para ellos en río consagrado al amor. Cuando se descubrían<br />

mutuamente los tesoros acumulados durante tantos años, aún en la corriente, en el silencio y<br />

soledad mojada de su amor, oyeron unas palabras que no supieron entonces lo que podrían<br />

significar, ni de dónde venían, pero que les sonaron como todo lo que estaba sucediendo en<br />

aquellos momentos, a gloria celestial. ¡Talitá kum!” Lo oyeron con claridad. Una garceta blanca<br />

que estaba escondida entre los juncos salió volando del río y tomó rumbo al pueblo, hacia la<br />

parte alta de las casas blancas recostadas en la única colina que tenía vista al lago, donde vivía<br />

Jairo, el jefe de la sinagoga. Subió en su vuelo, y se dejó caer en picado sobre la casa del<br />

arquisinagogo, colindante a la que, hacía doce años, Berniké y Efraín habían construido para<br />

vivir en ella. “El río del amor es un río de vida”, pensaron ellos, y sin decir palabra, siguieron<br />

amándose como nadie había amado hasta entonces entre Cafarnaúm y Betsaida.<br />

* * *<br />

Alguno de los escribas y rabinos que por allí rondaban, entre la gente, cuando Jesús tocó a la<br />

mujer y consolidó su curación, no se sintieron bien tratados por la historia que había contado<br />

ella, pero no pudieron hacer nada. Ni siquiera pudieron impedir que toda aquella gente que<br />

creía en el Maestro Nazareno, empezara a pensar desde entonces, que lo que hace impuros al<br />

hombre y la mujer, no son los flujos de semen y de sangre, (Levítico 15), sino la mentira que sale<br />

del corazón y que amedrenta o engaña a otros hombres cuando tienen necesidad de ayuda.<br />

Algunos más atrevidos aún, incluso empezaron a pensar desde entonces que el amor limpia<br />

todos los pecados.<br />

La mujer y su hombre, cuando se sintieron perseguidos por los maestros de la Ley para que al<br />

menos presentasen en el templo dos tórtolas por su purificación, tuvieron la gentileza de no<br />

humillarlos demasiado, y solo comentaban a quienes preguntaban para saber su historia que al<br />

fin y al cabo, las recetas de los rabinos para la impureza de la mujer no iban muy descaminadas,<br />

aunque no fueran muy precisas, pues para la plenitud de la salud, efectivamente iba a ser<br />

necesario encontrar una bifurcación en el camino,-- pero en el antiguo camino de la propia<br />

vida--, con una copa de vino, -- ahora consagrada--, y una voz fuerte que lo orientase a uno.<br />

Y la receta del mulo blanco y el grano de cebada, tampoco estaba demasiado lejos de la verdad,<br />

solamente que el grano no era de cebada sino de trigo, y el mulo blanco no era tal mulo blanco,<br />

sino un Maestro vestido de blanco. Habían oído campanas y no sabían dónde.

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