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Descargar libro - Manuel Requena

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ojos de Dios. No dejes que nadie enturbie tu vista. Ya tendrás tiempo de ver el mundo, hasta las<br />

regiones más lejanas que se conocen”.<br />

Y así fue. Cleofás estuvo un tiempo solo con su padre, su madre y sus hermanas. Aprendió la<br />

construcción de instrumentos musicales, y con su canto, hacía las delicias de todos los que oían<br />

su versión de los salmos acompasados en acordes de cítara. Jesús venía a verlo con alguna<br />

frecuencia, y se hospedaba en su casa del bosque porque su fama había crecido tanto que no<br />

encontraba sitio donde descansar. A veces venía solo, y a veces con sus discípulos más íntimos,<br />

sobre todo con los pescadores de Betsaida, Simón, Andrés, y Felipe, con los de Cafarnaúm, los<br />

hijos de Zebedeo, y con sus propios hermanos Jacob y Joset, que seguían permanentemente a<br />

Jesús.<br />

Al poco de morir el viejo kitarero Clopás, vino su tía, la de Nazaret, María, la madre de Jesús, y<br />

esposa de José el carpintero fino, que también había muerto. Estaba preocupada por su hijo. Le<br />

habían dicho algunos que se había vuelto loco, otros decían que un diablo enorme había<br />

entrado en Él. No paraba de recorrer la región con sus discípulos, de predicar el reino, de curar<br />

a enfermos, y no tenían tiempo ni para comer. Incluso se oían comentarios de que los Sumos<br />

sacerdotes y el Sanedrín de Jerusalén, habían decretado su muerte. Había enflaquecido, y su<br />

piel estaba curtida por el sol de los caminos. Le había crecido la barba hasta tocarle el pecho, y el<br />

pelo, que llevaba siempre suelto, le cubría los hombros. Su mirada y sus gestos eran<br />

desconcertantes para su propia madre, y para todos los que habían conocido aquel niñito dulce<br />

de Nazaret, después carpintero concienzudo y serio. María la de Clopás, la madre de Cleofás,<br />

también estaba preocupada por sus dos hijos mayores que lo seguían e iban ya con Jesús a todas<br />

partes. Cuando supieron que estaba en Cafarnaúm, y que un gentío inmenso había acudido a Él<br />

con enfermos de todas clases para que los curase, y escuchar de sus labios la palabra de Dios,<br />

decidieron ir a por Él y traérselo al bosque para que descasara. Lo encontraron enseguida. No<br />

tuvieron que preguntar dónde estaba porque el río de gente que iba hacia la casa del pescador<br />

Simón, al que ahora llamaban Pedro, era inmenso. Cerca ya de la puerta, encontraron a Jacob y<br />

a José, los hermanos mayores de Cleofás. Había un gentío agolpado hasta la esquina de la calle<br />

que les impedía el paso, y viendo que les sería imposible llevárselo habiendo tanta gente, le<br />

enviaron recado para que saliera a hablar con ellas, con su familia, con su Madre, su tía y sus<br />

primos que Él llamaba hermanos. En realidad lo que querían era convencerlo para que dejara<br />

aquel ajetreo de vida, y se fuera con ellas a la finca maderera de Cleofás, al bosque, donde<br />

pudiera descansar y reponerse un poco. Entró a por él Santiago, y en una pausa de su charla le<br />

dijo a Jesús, “tu madre y nuestros hermanos están buscándote ahí fuera”. Se hizo un gran silencio y se<br />

oyó casi hasta la playa su voz potente respondiendo:<br />

-“¿Quienes son mi madre y mis hermanos?......<br />

Extendió los dos brazos, y trazó un semicírculo sobre los que estaban sentados a sus pies<br />

escuchándolo, a la vez que decía<br />

- ¡Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios ese es mi hermano, mi<br />

hermana y mi madre!” (Mc 3, 31-35)<br />

María, su madre, María la madre de Cleofás y sus otros hijos que se sabían ‘su familia”, no<br />

necesitaron oír más. Allí mismo decidieron no estorbar más la obra de Dios, sino unirse a la<br />

proclamación de la Buena Noticia, ayudando en lo que se pudiera. Cada uno tomó su cruz y lo

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