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Descargar libro - Manuel Requena

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me di cuenta estaba apuntando con su dedo a la enorme piedra de la entrada, y otro hombre<br />

también vestido de blanco le empujó a la piedra que comenzó a moverse. Sin palancas, sin<br />

cuerdas ni empujones, sin rodillos ni ayuda, tan solo apuntándole uno con su dedo que parecía<br />

de luz, y el otro con su mano suavemente, se movió la piedra. ¡Y nosotros habíamos necesitado<br />

cinco hombres para correrla hasta tapar la entrada!""Cuando vi acercarse al joven vestido de<br />

blanco, quedé paralizado, casi sin sentido, sin poderme mover, como cuando estuve tres horas<br />

en pie firme, delante de su cruz....... Yo no creía en ángeles, ni en Dios, pero supe sin que<br />

nadie me lo dijera que era un ángel, o alguien poseído.""Antes de amanecer de aquel tercer día<br />

de su muerte, llegaron las mujeres que había visto llorando cerquita de la cruz, y que luego con<br />

José de Arimatea habían traído su cuerpo hasta la cueva. Venían corriendo y hablando entre<br />

ellas, de forma que sabía que venían desde mucho antes que llegaran. Cuando llegaron, se<br />

asomaron al sepulcro y gritaron ¡El cuerpo ya no estaba allí! Entonces yo pude moverme, y me<br />

asomé también, porque iba mi honor militar en ello. Como decían el joven de blanco y las<br />

mujeres, el cuerpo de aquel hombre ¡ya no estaba allí! Parecía imposible, pero era cierto. ¡El<br />

sepulcro estaba vacío! A la cueva no se había acercado nadie ¡Lo juro por mi honor! Desde que<br />

pusieron allí el cuerpo fajado con las vendas, y envuelto en una sábana, hasta que llegó aquel<br />

extraño joven, que tampoco entró, allí no vino nadie que pudiera haber corrido la piedra o<br />

llevarse el cuerpo. Antes que el joven, tan solo estuvo cerca del sepulcro aquella mujer arrugada<br />

de pena, y los ojos brillantes, pero no de odio, que se sentó cerquita de la entrada, y se quedó<br />

casi toda la noche mirando al cielo, como si estuviera orando, o hablando con alguien de allá<br />

arriba. Ni yo, ni ninguno de los soldados le dijimos nada, porque era demasiado pequeña y<br />

débil para mover la piedra, y además nos dejó como enfermos de ternura. Sabíamos que era la<br />

madre del crucificado. Todos nos acordamos de nuestra propia madre, y no temimos nada de<br />

ella, ni preguntamos nada, ni le dijimos nada. Era como parte del paisaje aquella noche y la<br />

siguiente. Y la dejamos allí. Hasta nos trajo algo de comer y beber. Yo ya la había visto debajo<br />

de la cruz, y también la dejé estar allí con otras dos mujeres y un muchacho. Allí me dijeron que<br />

ella era la madre del crucificado. A todos los demás, les obligué a quedarse a distancia, y<br />

circular por el camino, para que pudieran ver el espectáculo todos los caminantes. Pero ella me<br />

rompió la coraza, y no tuve valor para echarla." "Yo juro que oí al crucificado, decirle al<br />

muchacho que la acompañaba: "Ahí tienes a tu madre! Y a ella le dijo: "Ahí tienes a tu hijo" Y vi<br />

como ellos se abrazaban. Pensé que sería alguno de esos secretos de familia que se revelan solo<br />

a la hora de la muerte. Después he sabido que era mucho más." "Recuerdo que el sábado de<br />

madrugada, cuando llegó al sepulcro el joven vestido de blanco, y con su compañero movió la<br />

piedra grande, aquella mujer tenía en las manos un paño blanco y lo estaba doblando con<br />

mucho cuidado. Después desapareció, y no la volví a ver hasta algún tiempo después, el día<br />

que los judíos llaman de Pentecostés. Tenía la misma cara de alegría que la última vez que la vi<br />

a la entrada del sepulcro en la madrugada de aquel sábado al domingo, antes de que ella<br />

desapareciera, y a mi me cayera la bronca y el castigo, por haber dejado acercarse a los<br />

discípulos de aquel hombre al sepulcro, al rato de marcharse las mujeres. No sentó nada bien a<br />

los magistrados y sacadotes judíos que no hubiéramos impedido la entrada de aquellos dos<br />

discípulos en la cueva. Pero antes de que llegaran las mujeres, y hablaran con el joven de<br />

blanco, y aún otra vez antes de que llegaran corriendo aquel muchacho que había estado bajo la<br />

cruz con la madre, e inmediatamente después el otro hombre, jadeando, con sus piernas medio<br />

encorvadas porque no debía de ser hombre de tierra firme, sino de mar, yo me asomé al<br />

sepulcro varias veces, y allí no estaba el cuerpo !Nadie había entrado! ¡Lo juro! Pero allí no<br />

estaba el cuerpo de aquel hombre. Yo no dejé entrar ni al joven ni al que parecía pescador en el<br />

sepulcro. Tan solo los dejé asomarse y mirar todo lo que quisieron. Estaban tan asustados como<br />

yo.”“Cuado ellos se fueron allí solo quedó la prostituta. Yo la conocía desde hacía tiempo, y a

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