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Descargar libro - Manuel Requena

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Algo habían visto, oído, comido o bebido, que los había cambiado, y en vez de levantarse a<br />

medianoche para salir de pesca, se levantaban, pero ¡a hacer oración! Era increíble, ¡como si no<br />

hubiese nada más urgente que hacer!<br />

Su madre Salomé se había puesto incondicionalmente de parte de los hijos cuando Zebedeo les<br />

exigió más ardiles. Y el pobre viejo, ni quiso, ni pudo discutir más el asunto, así es que contrató<br />

más jornaleros jóvenes para arrastrar la járcena, y así quedó la cosa por lo pronto en un empate<br />

armónico.<br />

Acababa de entregarle Eliú las redes nuevas, e incluso estaba en tratos para comprar otras dos<br />

barcas, pero sus hijos no manifestaban ilusión alguna por aquello. Los veía sujetos a su<br />

industria de pesca solo por respeto familiar, por veneración paterna, y eso le halagaba, pero el<br />

trabajo no era en modo alguno bueno. “Habrá que esperar aún un poco, a que se enamoren- le<br />

había dicho el viejo pescador a su esposa-- y quieran fundar una familia”. “Entonces arrastrarán<br />

las redes y lo que haga falta”. Esta vez la experiencia se equivocó, y el amor, como siempre fue<br />

nuevo, con una novedad extraordinaria.<br />

Recordaba Zebedeo su propia experiencia juvenil, y le parecía haber pasado por lo mismo. En<br />

realidad las personas siempre medimos por nuestras propias varas de medir, y nos parece que<br />

el mundo tiene nuestras propias dimensiones, aunque la mejor experiencia personal sea<br />

precisamente la ruptura de los cánones marcados, como se rompe necesariamente la placenta<br />

para poder nacer. Zebedeo había estado con su padre, vinculado a la casa e industria familiar,<br />

hasta que aquella muchachita Salomé, preciosa y terrible, pasó por delante de su vida como un<br />

relámpago en una noche oscura. Se quedó prendido del anzuelo el joven pescador, y<br />

obnubilado la siguió. Nunca pudo explicarse como la conquistó. Él era hosco, y ella dulce. El<br />

apenas hablaba, y ella tenía que explicarlo todo con la palabra, incluso lo más obvio. Él tenía<br />

bastante espacio para vivir con su lago y su cielo, con la orilla del mar y su casa, y ella<br />

necesitaba hacer todos los años las peregrinaciones de todas las fiestas programadas a Jerusalén,<br />

a Qumrám, a la orilla del Jordán, y a cualquier parte donde se dijera que había aparecido un<br />

hombre de Dios, algún profeta, algún signo distinto y nuevo de la presencia de Yahvé en su<br />

pueblo. Salomé en Andalucía hubiera sido rociera. Y su romería constante tuvo luego su<br />

premio. A pesar de su diferencia de caracteres, Zebedeo la amó, y la hizo su esposa. Fue un<br />

ejemplo de esposo tolerante podemos pensar, porque sabemos por los evangelios que Salomé<br />

fue de las que siguieron a Jesús por toda Galilea, lo sirvieron con sus bienes, y llegó hasta la<br />

cruz, donde se estuvo en pie ante el mayor signo de peregrinación que ha dado la historia<br />

humana.<br />

Los dos hijos que le dio a Zebedeo, Jacob (Santiago) y Juan, se parecían a ella. Eran inquietos,<br />

ambiciosos, intolerantes con lo extraño a sus costumbres y a sus aspiraciones, pero a la vez<br />

sensibles y obedientes, con una capacidad de síntesis y contemplación aprendida de su padre<br />

Zebedeo y del propio lago. Quizás por eso les llamó Jesús los ‘boanerges’, los hijos del trueno.<br />

Los Evangelistas les llaman simplemente ‘hijos de Zebedeo’, y Jesús les llamó “hijos del trueno”,<br />

quizás porque el mismo Zebedeo en sus maneras y salidas bruscas de pescador, a Jesús se le<br />

antojó como un trueno. O quizás mejor porque ambos habían oído la voz del Padre que para los<br />

demás había sonado como un trueno, y ellos fueron capaces de traducirla en su corazón,<br />

comprendiendo que aquel hombre, Jesús el de Nazaret, era el Mesías, el Hijo de Dios, el Rey de<br />

Israel.

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