Descargar libro - Manuel Requena
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aldea, sabiendo que sus pequeñas cosas habían servido ya, e iban a seguir sirviendo algún día al<br />
Maestro, que se le manifestó claramente como el Dueño de todo.<br />
Después de aquello, Jesús y sus discípulos habían venido algunas veces a casa del padre de<br />
Marcos en Jerusalén, e incluso alguna noche la habían pasado en el huerto de Getsemaní donde<br />
ellos tenían los olivos, orando, escuchando al Maestro, durmiendo y soñando con el reino de los<br />
cielos prometido. Casi tres años después de su primera subida a Galilea para conocer al<br />
Maestro, fue cuando su padre le había regalado su primer borriquillo. Antes de que nadie<br />
hubiese montado en él, sin estrenar aún ni para carga ni para monta, cuando estaba<br />
enseñándoselo a sus amigos jóvenes, comentando orgulloso todo lo que iba a hacer con aquel<br />
jumento que a él se le antojaba el caballo de Alejandro Magno, justo en el momento en que le iba<br />
a colocar la albarda nueva, aparecieron por la luz del callejón Andrés y Juan, aquellos<br />
pescadores de Betsaida, y sin decir palabra empezaron a desatar al burro, con manifiesta<br />
intención de llevárselo. -¿Qué hacéis desatando al pollino?! -¿Quiénes sois vosotros?! gritaron<br />
los jóvenes que estaban con Marcos, adelantando la cabeza y el pecho sobre los dos también<br />
jóvenes discípulos - Y el mismo Marcos, como dueño, tuvo que intervenir para que no llegara la<br />
cosa a mayores, porque un animal como aquel era importante para los muchachos de Jerusalén.<br />
Andrés solo tuvo que pronunciar la contraseña que el mismo Jesús le había dado:<br />
-“El Señor lo necesita, pero enseguida lo devolverá"<br />
Ya nadie dijo nada, ni fueron necesarias más explicaciones. Todos aquellos jóvenes sabían quién<br />
era el que llamaban “El Señor”, y aunque no se imaginaban para qué podía querer un burro<br />
como aquel, desataron el pollino, lo aparejaron con sus propios mantos, y Marcos con sus<br />
amigos, se fueron detrás de los dos discípulos arreándolo. Al pasar al otro lado del torrente<br />
Cedrón, junto a los huertos de olivos, encontraron a Jesús rodeado de un gentío venido de los<br />
pueblos del norte. Habían venido de toda Galilea. Allí estaban los de Nazaret, los de<br />
Cafarnaúm, los de Betsaida….. Estaban todos. Muchísimos de los que Jesús había curado y sus<br />
familias estaban también allí para celebrar con Él la pascua. Los que buscaban a Dios, y los que<br />
solo buscaban una ocasión de viajar a Jerusalén para las fiestas parecían haberse dado cita entre<br />
Betania y Jerusalén aquella mañana de abril. Era la gente, simplemente La Gente, el pueblo<br />
impulsado a reunirse por ese sentido de convocatoria que tiene todo pueblo. La gente sencilla,<br />
que hace hitos importantes, históricos, no solo de los acontecimientos solemnes, sino también de<br />
los más simples. Marcos y sus amigos jóvenes, se incorporaron pronto a la algazara, a los gritos<br />
de fiesta y de triunfo, a las voces de alegría y victoria, que proclamaban presente en aquella<br />
mañana primaveral de Jerusalén, el reino de los cielos, el reino de la paz prometido, accesible a<br />
los hombres sencillos, aunque por una puerta quizás demasiado estrecha para poder ser<br />
traspasada por muchos a los que el poder y el dinero habían engordado. Todos los galileos<br />
venidos a Jerusalén a celebrar la pascua, convocados por ese impulso especial, aunque no<br />
supiesen aún para qué, se habían reunido a sus puertas acompañando al humilde carpintero de<br />
Nazaret, uno de tantos, uno como ellos, que había proclamado presente en la humildad, el reino<br />
de David. La gente siempre está dispuesta a ver hecha realidad su esperanza aunque sea en<br />
signos contradictorios. Cuando llegaron Juan y Andrés con el asno, Jesús miró a Marcos, que<br />
venía detrás del jumento. Se entendieron. Y sin más palabras, el Señor de todo se subió al<br />
borrico sobre el aparejo improvisado con sus propios mantos. Y así, jinete en un pollino, y<br />
adornado en los gritos de esperanza de su pueblo sencillo, empezó a caminar hacia la puerta de<br />
Jerusalén. No se sabe quien fue el primero que empezó a gritar, pero en el momento que recoge<br />
el relato, todo aquel gentío era una sola voz, gritando al ritmo que marcaban los ramos de<br />
palma que llevaban en las manos:<br />
¡¡Hosanna!!<br />
Bendito es el que viene