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Descargar libro - Manuel Requena

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Había hecho demasiado ejercicio durante el día, y sus heridas estaban sangrantes. Las vendas<br />

limpias se le habían acabado, y el hedor era insoportable incluso para él mismo. Pensó que<br />

quizás esa misma noche moriría, y retomó su oración solitaria, en un lugar solitario junto a la<br />

orilla de aquel río, tantas veces signo de la vida.<br />

Toda la noche la pasó en oración, rumiando cada palabra del salmo 38 de David que parecía<br />

escrito para él:<br />

Señor, no me castigues con ira, no me reprendas con furor; pues tus flechas se han clavado en<br />

mí, ha caído sobre mí tu mano; todo mi cuerpo está enfermo, debido a tu furor; no tengo hueso<br />

sano, debido a mi maldad; mis delitos sobrepasan mi cabeza, me aplastan como un peso<br />

insoportable; mis heridas apestan y supuran, debido a mi locura; camino cabizbajo, totalmente<br />

abrumado, todo el día ando triste; las espaldas me arden, no hay en mi cuerpo nada sano; agotado,<br />

totalmente deshecho, el gemir de mi corazón se hace un rugido.<br />

Señor, tú conoces todos mis deseos, mis gemidos no son ningún secreto para ti; el corazón me<br />

palpita, las fuerzas me abandonan, hasta la luz de mis ojos he perdido.<br />

Mis compañeros y mis amigos se alejan de mis llagas; hasta mis familiares se mantienen a<br />

distancia; los que buscan mi vida me tienden asechanzas, los que quieren mi ruina anuncian<br />

desventuras, andan tramando engaños todo el día.<br />

Pero yo me hago el sordo y no oigo nada, me hago el mudo y no abro la boca; me he hecho como un<br />

hombre que no oye ni tiene réplica en sus labios.<br />

Pero tú eres, Señor, en quien espero, tú me responderás, Señor, Dios mío; me digo: "Que no se<br />

rían de mí, que cuando yo tropiece no se burlen de mí".<br />

Ya estoy a punto de caer, el dolor no me deja ni un momento.<br />

Yo reconozco mis delitos, me angustian mis pecados.<br />

Muchos y poderosos son mis enemigos, muchos los que me odian sin motivo; me devuelven mal<br />

por bien, me atacan porque siempre busco el bien.<br />

Señor, no me abandones; Dios mío, no te quedes lejos; ven corriendo a socorrerme, ¡Señor,<br />

salvador mío!.<br />

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, y él en lo más lúcido de su oración, oyó<br />

Simón que alguien se acercaba, y sin que le diera tiempo a otra cosa que a mirar, vio que Jesús,<br />

el Maestro, llegaba muy cerca del lugar solitario donde estaba, se arrodilló, e inclinó su cabeza<br />

hasta la tierra. Luego se puso en pie, levantó los brazos hacia el cielo, y empezó a orar en un<br />

tono de voz confidencial e íntimo, que a Simón le llegó al corazón, porque retomó el mismo<br />

salmo que él estaba recitando.<br />

Su forma de decir no era como la de Simón, con ansia desesperada, sino con un ritmo pausado,<br />

meciéndose en las palabras y en el tono. Cada palabra, y casi cada silaba, parecían cobrar nuevo<br />

sentido en su oración.<br />

Cuando llegó al final “No me abandones, Señor, Dios mío no te quedes lejos; Ven aprisa a socorrerme,<br />

sonaron dos voces al unísono: “¡Señor mío, mi salvación!” (Sal. 37)<br />

Simón estaba seguro de que aquel hombre sabía que él estaba allí escondido, porque se sintió<br />

unificado con él durante más de una hora, pero en ningún momento lo llamó, o descubrió su<br />

presencia. Cuando adolorido por la postura, iba a salir y presentarse, estaba amaneciendo. Y en<br />

ese momento llegaron corriendo y dando voces los pescadores del lago buscando al Maestro.<br />

“Todos te buscan, Señor” le dijeron, y Él, sin descubrir la presencia de Simón, contestó<br />

“Vámonos a otra parte, a los pueblos vecinos, a predicar el Reino, para esto he salido (Mc 1,<br />

35-39)<br />

Al momento empezó a llegar también la gente, y todos, con Jesús, comenzaron a andar. Simón<br />

no esperó más. Cada uno sabe cuando llega su memento y para él llegó. Salió también al camino

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