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Descargar libro - Manuel Requena

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3.- UNICOS, QUERIDOS Y CERCANOS<br />

LAS MANOS Y LA SALIVA DEL MAESTRO.<br />

11.- JUAN MARCOS, SORDOMUDO<br />

12.- CLEOFAS, CIEGO.<br />

Dos hombres con su mundo distinto, separado, aunque paralelo al resto de los hombres, se<br />

hicieron hermanos. Tenían ambos una limitación física importante, uno no oía, o quizás la gente<br />

pensaba que no oía, porque no respondía a nada, ni casi sabía hablar. El otro era ciego. Eran<br />

jóvenes ambos, pero rondando ya los treinta años. Ninguno estaba casado, ni siquiera habían<br />

sentido el amor pasional del eros, porque sus limitaciones físicas, en su tiempo, cercenaba la<br />

plenitud el hombre en todos los aspectos. Ambos tenían su mundo independiente, cada uno se<br />

relacionaba con la gente a su modo y manera, y los dos se encontraron personalmente con Jesús,<br />

también a su modo y manera. Dentro de su forma personal, cada encuentro fue muy semejante,<br />

según lo cuenta Marcos, después amigo íntimo de ellos. No fue ni en el templo, ni en la<br />

sinagoga, ni ante la gente o los discípulos, ni siquiera en un pueblo, sino en un recodo del<br />

camino, y estando Jesús a solas con ellos, aparte de todos. Los dos tuvieron un contacto físico y<br />

personal con Él como no se cuenta de ninguna otra persona en ningún Evangelio. Por la imagen<br />

de Jesús que se nos transmite en los Evangelios, especialmente en el de de Marcos, imbuido de<br />

la misoginia judía que recoge también Pablo de Tarso, y después es asumida exageradamente<br />

por la Iglesia, podría pensarse que el Maestro fue muy parco en los contactos físicos con mujeres<br />

y con hombres. Casi por encima, se nos cuenta que incluso resucitado, puso algún reparo al<br />

abrazo de María Magdalena. Pero a S. Juan y a S. Marcos, que lo conocieron en plena juventud,<br />

se le “escapan” en su relato, cada uno a su manera, unos detalles de intimidad que nos dicen<br />

que Jesús no se manifestó para todos así. No puso en escena el reino solo en la palabra hablada,<br />

aséptica y escueta, por luminosa que fuera. Sabemos que Juan se reclinó en su pecho durante<br />

la comida, sabemos que abrazó a los niños, sabemos que alguna prostituta lo besó al menos en<br />

los pies, lo embadurnó de aceites aromáticos, y lo secó con su cabellos, ¡Un escándalo para los<br />

puritanos fariseos! Y en Marcos, que estaba presionado sin duda en su relato por la visión<br />

puritana y machista de S. Pablo en las relaciones personales, de la que no pudo librarse ninguno<br />

de los dos, y también por la escuela ruda, pero de judaísmo tradicional de Pedro, que revisaría<br />

su texto con lupa, vemos la cercanía personal de Jesús con los suyos, de una forma que uno<br />

queda asombrado al descifrar algunas claves del relato. Confieso aquí que descubrir esas claves<br />

fue para mí como el encuentra un tesoro inmenso. En el relato sencillo y misterioso de S. Marcos<br />

he encontrado tantas raíces personales, tantas connivencias y puntos de comunión con las<br />

personas que describe, idénticos a los míos, que de alguna forma me siento vinculado con su<br />

Iglesia, con aquella comunidad pequeña que recibió e hizo crecer en su seno al mismo Verbo de<br />

Dios. Mi identificación personal en la fe y –de alguna forma- en la experiencia de Jesús, confieso<br />

que la he sentido de forma extraordinaria con estos dos discípulos cuya llamada voy a<br />

comentar.<br />

Tan solo Marcos nos cuenta el primer encuentro personal de ambos con Jesús. Son dos<br />

personajes solo suyos, del segundo evangelio. Pero es maravilloso, asombroso, casi increíble,<br />

ver la inercia de vida en que se manifiesta la Palabra en ellos, con todo el sentido que Marcos le<br />

imprime, de misterio y cercanía, de ida y de vuelta, de espiritualidad manifestada en las cosas<br />

más sencillas y ‘carnales’, -como el tacto y la saliva-, de dejarlo todo, aunque no fuera mucho, y<br />

seguir a Jesús por el camino.

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