Descargar libro - Manuel Requena
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ealmente de Dios. Y fue precisamente José, el que, al ir desapareciendo de escena los maestros<br />
de la ley avergonzados de sus propias impertinencias, quedó en primera fila, y emplazado a<br />
preguntar algo a Jesús que lo pusiera en entredicho ante al pueblo. Y José se atrevió. Su rabia y<br />
su vergüenza ajena le salieron en forma de pregunta concreta. En medio del silencio expectante<br />
de todos le preguntó a Jesús por el primer mandamiento de la Ley, por la esencia de los<br />
mandamientos. Quiso ponerlo a prueba, y fue él el probado. Me figuro cual sería la sorpresa del<br />
maestro de la ley, cuando oyó de boca del propio legislador la promulgación de la esencia de la<br />
Ley. La reacción de endorfinas de José, sería superior a la del propio Moisés en la cumbre del<br />
Oreb. ¡Dios enseñando directamente al hombre la esencia de la Ley: El amor!<br />
Inmediatamente coincidieron, al menos en la expresión del mandamiento, y entre ellos se<br />
manifestó un 'filing' ya existente, como si se conocieran y comprendieran desde hacía mucho<br />
tiempo, como si se esperasen después de una antigua promesa de encuentro mutuo. Sin saber<br />
cómo, José de Arimatea se acordó de otra ocasión, única en su vida, en la que sintió que estaba<br />
ante el legislador original, y sintió ganas de amar a aquel que estaba cerca, incluso más que a sí<br />
mismo, quizás como a Dios. De esa ocasión, hacía ya mas de veinte años, y ocurrió en el mismo<br />
templo donde estaban ahora. Un niño perdido en el barullo de una fiesta de Pascua, le preguntó<br />
a él lo mismo que él preguntaba ahora a Jesús: “¿Cual es para ti el primer mandamiento de la<br />
Ley?” Recordó de pronto que la conversación con aquel niño de doce años le produjo en el alma<br />
un efecto semejante al que sentía ahora: La comprensión intuitiva del sentido auténtico de la<br />
Ley entera. Desde el encuentro con aquel niño, que se llamaba también Jesús, había estado<br />
buscando la forma de sentir la seguridad de que el amor como esencia de la Ley había de<br />
triunfar algún día. Ahora se sitió cerca de la solución, al ser confirmado en que su inquietud no<br />
estaba lejos del Reino de Dios. Podría decirse que estaba tan cerca, que se estaba quemando.<br />
Aquel maestro de la Ley que había sido enseñado hacía veinte años por un niño, se acercó a<br />
Jesús ya predispuesto, con cariño, para aprender y no para criticarlo. Lo que no se esperaba<br />
seguro, fue aquella avalancha de amor que se le vino encima. Jesús fue la manifestación perfecta<br />
de la virtud de Dios: 'Lo-digo-y-lo-hago'- O 'lo-que-digo-se-hace', 'lo que digo se cumple'. Con<br />
esa perspectiva, ¡qué vendaval de amor se le vino encima a José, cuando Jesús pronunció,<br />
cumpliendo en ese momento el mandamiento supremo del amor que lo iba a llevar hasta la<br />
muerte! Sin saberlo, el escriba rico José, se convirtió de pronto en el prójimo que Jesús estaba<br />
amando, en su "próximo". Y repitió el mandato con tono de voz y piedad nuevo. Sin duda se<br />
amaron los dos, y ambos aprobaron la síntesis de los mandamientos, no tanto por decirla, sino<br />
por cumplirla. 'No estás lejos del reino de Dios', le dijo Jesús. Y lo dejó tocado de por vida, y<br />
para la Vida. Y funcionó la gracia, y superó a la Ley, y se hizo Dios presente en el corazón de un<br />
hombre, y José de Arimatea comenzó a gustar la salvación prometida a Israel. Aquel hombre<br />
sencillo, que venía de Nazaret de Galilea, que económicamente no era nadie, vestido con una<br />
simple túnica talar de una sola pieza, blanca, sin filacteria ni adorno alguno, y al que todos<br />
llamaban ya Maestro, -y algunos incluso el Mesías-, le cuestionó todas sus creencias. Lo había<br />
oído discutir en el templo con todos los estamentos religiosos sobre la resurrección de los<br />
muertos, sobre la legitimidad de los tributos a Roma y al César, sobre el verdadero culto a Dios,<br />
sobe el auténtico mandamiento del amor.... pero sobre todo lo había visto actuar. Lo había visto<br />
comer en casa de pecadores reconocidos, y aunque sus compañeros escribas y maestros de la ley<br />
se lo habían reprochado, Él no les había echado en cara que también ellos comían con los<br />
mismos 'pecadores', pero no para cambiarlos de vida, sino para hacer negocios con ellos. Quizás<br />
por eso se atrevió a abordarlo personalmente. Le pareció lo único auténtico que había oído en<br />
muchos años. Lo hizo José delante de todos, en el Templo, y justamente después de que el<br />
Nazareno les diera un vapuleo a los fariseos, herodianos y saduceos. José valientemente se