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Comentario Biblico San Jeronimo 01.pdf - Comunidad San Juan

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228 LEVITICO 4:27-28<br />

El capítulo concluye con una recapitulación análoga a la del sacrificio<br />

ritual (7,37ss) y que se extiende a todas las categorías de criaturas<br />

que han sido tratadas.<br />

27 B) Parto (12,1-8). El resto de la materia sobre la pureza legal se<br />

refiere a ciertos casos de impureza temporal (-»Instituciones religiosas,<br />

76:113-19), comenzando por la más importante: el parto. Este era considerado<br />

como causa de impureza por numerosos pueblos antiguos. El<br />

estado de impureza no era producido por el acto de la concepción ni<br />

por el alumbramiento como tal, sino más bien por la pérdida de sangre<br />

relacionada con este último (vv. 4a, 5b y 7b). La vitalidad de la mujer,<br />

vinculada a su sangre, quedaba disminuida por el parto, y esto hacía<br />

que ella resultara objetivamente separada de Yahvé, la fuente de la vida,<br />

hasta que se restableciera su integridad. La impureza era más pronunciada<br />

durante el período inmediatamente siguiente al nacimiento —es<br />

decir, los primeros siete días después de nacer un niño y los primeros<br />

catorce después de nacer una niña—, período en el que su impureza era<br />

tan contagiosa como durante el tiempo de menstruación (15,19-24). Pasado<br />

este período inicial, la falta general de integridad, que prohibía<br />

todo contacto con lo sagrado, se prolongaba otros treinta y tres días, si<br />

el nacido era niño, y sesenta y seis, si era niña. El parto de un niño<br />

era considerado como una bendición mayor probablemente a causa de<br />

la mayor fuerza y vitalidad relacionada con el varón.<br />

Al término del período indicado, la mujer efectuaba su propia purificación<br />

mediante el ofrecimiento de sacrificios de expiación en forma<br />

de un holocausto (cordero) y un sacrificio por el pecado (pichón o tórtola).<br />

La ofrenda era la misma por el nacimiento de un varón o de una<br />

hembra. En el caso de que la mujer perteneciera a la clase pobre, se<br />

permitía para ambos sacrificios una ofrenda de aves (tórtola o pichón).<br />

La ofrenda de la Virgen María con motivo de su purificación fue la de<br />

los pobres (Le 2,22-24).<br />

28 C) Lepra (13,1-14,57). Las alusiones a la lepra en el AT son numerosas;<br />

así, por ejemplo, Ex 4,6; Nm 12,10-15; 2 Sm 3,29; 2 Re 5,<br />

1.27; 7,3; 15,5. Aunque la lepra que nosotros conocemos en la actualidad<br />

no era desconocida para el hombre antiguo, el hebreo sárdat (Vg.,<br />

lepra) tenía un sentido más amplio e incluía otras enfermedades cutáneas.<br />

Esta sección del Lv no se refiere a la enfermedad de Hansen, sino<br />

a una serie de trastornos temporales, todos ellos curables, cuyos síntomas<br />

se describen en 13,1-44. La higiene primitiva consideraba tales enfermedades<br />

como muy contagiosas y exigía el aislamiento de la persona<br />

afectada; pero en el Lv, aunque no puede excluirse una preocupación<br />

higiénica, lo que interesa es la falta de la integridad corporal necesaria<br />

para el culto de Yahvé, la cual tenía como resultado un ostracismo religioso<br />

y social. Ciertos agentes corruptores, presentes en la ropa o en las<br />

viviendas —por ejemplo, moho y otros hongos parásitos— convertían<br />

tales objetos en «leprosos» e impuros a causa de su aparente semejanza<br />

con algunas enfermedades de la piel. En todos estos casos, lo que requería<br />

una legislación protectora era la presencia de la fuerza maléfica<br />

4:29-31 LEVITICO 229<br />

de la corrupción. Dado que gran parte del material sobre la pureza legal<br />

y los medios para recuperarla está ausente de la literatura preexílica, De<br />

Vaux estima que nos hallamos ante una incorporación masiva de material<br />

tomado de distintas fuentes, relacionadas con creencias y supersticiones<br />

arcaicas, por los escritores del código P, tan preocupados por la<br />

pureza (De Vaux, IAT 584-86).<br />

29 a) EN EL CUERPO HUMANO (13,1-46). El carácter popular de los<br />

trastornos hace imposible determinar la naturaleza exacta de las enfermedades<br />

citadas. No todas las enfermedades cutáneas implicaban impureza,<br />

sino únicamente las que se tenían por activas y, por tanto, infecciosas.<br />

Su carácter maligno se manifestaba de distintas maneras: por la<br />

extensión (vv. 7, 22, 27 y 35), por la penetración en la piel decolorando<br />

el pelo en derredor (vv. 3, 20, 25 y 30) y por una ulceración abierta<br />

(«carne llagada») (vv. 10, 15 y 42). Las erupciones ordinarias, las costras<br />

producidas por furúnculos o quemaduras, las afecciones del cuero<br />

cabelludo, las erupciones faciales y la calvicie no eran señales de impureza<br />

mientras no presentaran síntomas infecciosos. La blancura de la<br />

piel después de una enfermedad cutánea era señal de curación e indicaba<br />

pureza (vv. 13, 16-17 y 38-39).<br />

La determinación del estado activo o inactivo de la enfermedad correspondía<br />

al sacerdote, quien ejercía esta función no como médico (no<br />

se prescribe tratamiento alguno), sino como juez e intérprete de la ley,<br />

cuya decisión favorable era un requisito necesario para proceder a los<br />

ritos de purificación que permitían el reingreso en la comunidad. En<br />

los casos dudosos se imponía un período de cuarentena que duraba a<br />

veces una semana (vv. 21 y 26) o a lo sumo una quincena (vv. 4ss y<br />

31ss). Durante el tiempo de su impureza, el enfermo debía permanecer<br />

fuera de la ciudad y advertir de su condición a los no advertidos mediante<br />

los habituales signos indicativos de su estado: vestidos rasgados,<br />

cabello largo y suelto (cf. comentario a 10,6), barba cubierta (Ez 24,17)<br />

y el grito repetido de «¡impuro!».<br />

30 b) EN LOS VESTIDOS (13,47-59). También se veía presente la<br />

fuerza maléfica de la corrupción en los vestidos y tejidos atacados de<br />

moho o en los objetos de cuero, lo cual los hacía impuros. Tras la inspección<br />

inicial del sacerdote, el objeto permanecía siete días aislado<br />

(47-50); si durante ese tiempo se extendía la corrupción, el objeto debía<br />

ser quemado; si no, se lavaba y se mantenía en cuarentena otra semana<br />

(51-54). Si a la inspección siguiente no había disminuido por lo menos<br />

la infección, el objeto era destruido; si la excrecencia llevaba camino de<br />

desaparecer, se cortaba la parte infectada, y el objeto podía usarse de<br />

nuevo siempre que no reapareciese la excrecencia. Si no había quedado<br />

ni rastro de moho, el objeto era declarado puro y restituido a su primer<br />

uso después de un segundo lavado (55-58).<br />

31 c) PURIFICACIÓN (14,1-32). El tratamiento de las distintas formas<br />

de impureza, que continuará en 14,33-57, es interrumpido aquí por<br />

la purificación ritual de la persona leprosa. Esta constaba de dos cere-

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