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DESPUES DE LA LLUVIA - Rebelión

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Venid a ver ahora su casa violada,<br />

sus puertas y cristales destrozados,<br />

venid a ver sus libros ya cenizas,<br />

a ver sus colecciones reducidas a polvo,<br />

venid a ver su cuerpo allí caído,<br />

su inmenso corazón allí volcado<br />

sobre la escoria de sus sueños rotos,<br />

mientras sigue corriendo la sangre por las calles”.<br />

“He tenido tres exilios”<br />

El 11 de septiembre hacia las siete y media de la mañana José Balmes se dirigió a La<br />

Moneda, donde una hora después debía departir con una delegación cultural mexicana.<br />

“Normalmente escuchaba las noticias por la radio antes de las siete, pero no sé por qué ese<br />

día no lo hice. Cuando llegué a la Plaza Italia los militares me impidieron continuar; ahí<br />

puse la radio, me enteré de lo que sucedía y me dirigí a la Escuela. Si hubiera tenido que<br />

estar antes en el Palacio, hubiera llegado y hubiera sido detenido, como Enrique París y<br />

aquellos compañeros...”. Al mediodía los profesores, alumnos y trabajadores de la Escuela<br />

de Bellas Artes de la Universidad de Chile cerraron el edificio y establecieron contacto con<br />

las facultades de Medicina y Filosofía y Letras para tratar de intercambiar información, en<br />

medio de la confusión generalizada. Hasta la mañana siguiente no tuvieron noticias de los<br />

golpistas, pero, cuando ya habían decidido partir, alguien avisó de que estaban rodeados<br />

por tanques. Un primer grupo de unos cincuenta soldados entró rápidamente y el propio<br />

Balmes les guió hasta el vestíbulo principal. De inmediato, los soldados, armados con<br />

fusiles ametralladoras, ordenaron a gritos que se tumbaran y exigieron sus cédulas de<br />

identidad.<br />

“¿Quién es el director?”. “Yo”. “Al suelo mierda. ¿Cómo se llama?”. “José Balmes”.<br />

“Ah, éste es el rojo español que participaba en las francachelas con Allende”. Ante su irreprimible<br />

xenofobia Balmes aclaró: “Yo soy chileno”. “Me pidieron el carnet y entonces hice<br />

una humorada: ‘Lo dejé en La Moneda el otro día’. Era verdad. Había ido al Palacio y se me<br />

quedó olvidado, pensaba recogerlo el mismo 11 de septiembre”. En ese momento aparecieron<br />

dos oficiales, uno alto y rubio, el otro bajito y gordo, que escenificaron la acostumbrada<br />

“disputa” entre el militar “bueno” y el “malo”, y, mientras el primero le amenazó con fusilarle<br />

al instante, el segundo opinó que debían llevarle al Estadio Nacional. Al final, le preguntaron<br />

dónde estaban las armas que supuestamente escondían.<br />

“Encerraron a los demás colegas en mi oficina y registraron todas las aulas. Pensaban<br />

que algunas máquinas muy raras de tecnología de bellas artes eran para fabricar armas”.<br />

Cuando estos oficiales vieron dos camionetas que pertenecían al Museo de Arte Contemporáneo,<br />

le pidieron las llaves y se marcharon. Balmes regresó junto a sus compañeros y su<br />

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