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DESPUES DE LA LLUVIA - Rebelión

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Después regresaban a aquellos camarines de unos 25 metros cuadrados donde se<br />

hacinaban hasta 150 personas que soportaban un frío espantoso por las noches ya que<br />

dormían sobre las baldosas y apretujados unos sobre otros, sin mantas ni sábanas hasta el 20<br />

de septiembre, cuando las donó la República Federal Alemana. En cada camarín había<br />

baños con dos o tres inodoros cuyo olores apenas contenía un extractor de aire que los<br />

soldados manipulaban desde el exterior. Sus puertas se cerraban con un fuerte candado y<br />

una gruesa cadena desde el exterior y la oscura boca de una ametralladora asomaba por la<br />

ranura. 136<br />

Los interrogatorios y las torturas tenían lugar en las dependencias del velódromo que<br />

forma parte del complejo dominado por la granítica estampa del Estadio Nacional. Entre<br />

las vejaciones documentadas mencionamos la violación de las mujeres, a veces incluso por<br />

varios militares, la rotura de extremidades, el tratamientos con drogas inyectables y orales,<br />

la incrustación de bambú en las uñas, la ingestión forzosa de excrementos humanos, la<br />

tortura con descargas eléctricas, la inyección de aire en los senos, los golpes con bayonetas<br />

en la vágina, la asfixia de la cabeza en una bolsa de nylon o en tambores de agua, los<br />

colgamientos en el “pau de arara”, los torniquetes en la cabeza, piernas y brazos, la incomunicación<br />

en celdas, de pie, sin comer ni dormir durante seis días, las torturas psicológicas...<br />

137<br />

Algunos prisioneros fueron identificados por un hombre que acompañaba a los militares<br />

y que sembró el terror, tal y como explicó Esteban Carvajal: “Ocurrió en cierta<br />

ocasión algo terrible. Fue en la mañana. Llegó la tropa haciéndonos salir a todos e indicándonos<br />

que nos ubicáramos en las galerías. Junto con la tropa venía un hombre encapuchado.<br />

De inmediato comenzaron las conjeturas. Había temor. Todo el mundo se distribuyó.<br />

El encapuchado caminaba seguido por milicos y se detenía frente a cada grupo. Observaba<br />

a los detenidos y de pronto señalaba a uno. A un capitán que iba junto a él le decía: ‘Ese,<br />

ése’. El efecto en nosotros fue demoledor. (...) El hombre pasaba de un grupo a otro con<br />

seguridad, como quien sabe lo que hace. De nuestro sector sacó a ocho. (...) El miedo era<br />

cosa viva. Ese día no dormí. Nadie durmió pensando que el encapuchado volvía. Nos<br />

consolábamos pensando que ése podía ser un simple método de intimidación, pero estábamos<br />

convencidos de que a los compañeros elegidos por el hombre misterioso no volveríamos<br />

a verlos. Todos nos preguntábamos lo mismo. ¿Quién era el encapuchado?”. 138<br />

136 Sobre el Estadio Nacional, véase también: Montoya, María Elena: Rompiendo el silencio. Yo te acuso<br />

Pinochet. Centro de Investigación y Capacitación de la Mujer AC. México, 1999. Esta ciudadana colombiana<br />

tenía 19 años cuando estuvo detenida. Después de ser dejada en libertad, su madre le prohibió que<br />

hablara de lo que vivió en aquel lugar de tortura y muerte. Dos décadas después empezó a escribir<br />

algunos de aquellos recuerdos que interrumpían su sueño y herían su alma.<br />

137 Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos: El Estadio Nacional. Santiago de Chile, 1987. pp. 35-36.<br />

138 Villegas, Sergio: El Estadio. Once de septiembre en el país del edén. Emisión. Santiago de Chile, 1991. p. 33.<br />

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