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DESPUES DE LA LLUVIA - Rebelión

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Comunista de Chile entre 1958 y 1989 133 , compartió la suerte de su pueblo: la prisión, el<br />

exilio y la pérdida irreparable de un ser querido y de muchísimos compañeros.<br />

El 14 de septiembre efectivos militares detuvieron a su hijo Luis Alberto y le condujeron<br />

al Estadio Nacional ya que la dictadura no dudó en convertir el mayor recinto deportivo<br />

del país, escenario de competiciones y eventos políticos y culturales de extraordinaria<br />

envergadura, en un inmenso campo de concentración por donde hasta principios de noviembre<br />

pasaron cerca de veinte mil prisioneros, muchos detenidos en fábricas (Sedylan,<br />

Luchetti, Elecmetal, Indugás, Granjas Agrícolas, Progreso...), poblaciones (La Legua, Nueva<br />

Matucana), ministerios (Obras Públicas, Vivienda) o diarios (El Siglo, Clarín, Puro Chile)<br />

o procedentes de otros centros de detención como el Estadio Chile. 134<br />

Cuando llegaban al Estadio los presos bajaban a culatazos de los vehículos y debían<br />

atravesar un pasillo delimitado por hileras de carabineros que les golpeaban con su fusil. Ya<br />

dentro, en unas mesas situadas debajo de la tribuna presidencial, los militares registraban<br />

sus datos en unas hojas mecanografiadas y en el apartado de cargos anotaban acusaciones<br />

tremebundas como “extremista peligroso”, “espía soviético”, “activista del comunismo” o<br />

“dedicado a la infiltración de las Fuerzas Armadas”. En función de su “peligrosidad” un<br />

suboficial los conducía a uno de los 32 camarines a través de la pista de ceniza del maratón<br />

y de los inmensos graderíos de cemento, vacíos en algunas partes pero repletos en otras de<br />

detenidos custodiados siempre por militares armados con ametralladoras. 135<br />

La jornada empezaba a las siete y media de la mañana, cuando un suboficial abría las<br />

puertas de los camarines e indicaba a los prisioneros que podían salir a los graderíos situados<br />

a la izquierda de la tribuna principal, cubierta por una gran marquesina, donde debían<br />

escuchar de manera reiterada marchas militares nazis o chilenas. Como desayuno recibían<br />

una taza de café con leche. Hacia las diez de la mañana algunas voluntarias de la Cruz Roja<br />

llamaban por los altavoces a quienes habían recibido algún paquete con alimentos o ropa,<br />

pero casi siempre los recibían mermados después de las inevitables “revisiones”. Entre las<br />

cuatro y las cinco de la tarde les repartían el almuerzo, la última comida del día, apenas un<br />

tazón con cereales cocidos, a veces con grasa, con agua y un trozo de pan.<br />

133 Para los años anteriores al golpe de estado, véanse las recopilaciones de sus principales discursos: Camino<br />

de victoria. Horizonte. Santiago de Chile, 1969. Chile, 1970-1973. Sofía Press. Sofía, 1978. Y también:<br />

Labarca, Eduardo: Corvalán 27 horas. Quimantú. Santiago de Chile, 1972. Sobre la historia del Partido<br />

Comunista, véanse: Loyola, Manuel y Rojas, Jorge (comps.): Por un rojo amanecer. Hacia una historia de<br />

los comunistas chilenos. Santiago de Chile, 2000. Varas, Augusto (comp.): El Partido Comunista en Chile.<br />

F<strong>LA</strong>CSO. Santiago de Chile, 1988.<br />

134 Sobre la reclusión de Luis Alberto en el Estadio Nacional, véase también: Rodríguez, Ricardo E.: ¿Cuántas<br />

veces en un siglo mueve sus alas el colibrí? Txalaparta. Tafalla, 1999.<br />

135 Según el profesor estadounidense Adam Schesch, “si visitan la zona más cercana a la cordillera, podrían<br />

ver los camarines antiguos, sin remodelación, tal como los conocimos nosotros”. El Siglo, 24 de mayo de<br />

2002. Edición digital: http://www.elsiglo.cl<br />

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