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DESPUES DE LA LLUVIA - Rebelión

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Pinochet, quien haría escala en la ciudad en su regreso a Santiago desde Iquique. Por la<br />

tarde, en el aeropuerto de Cerro Moreno Lagos se apresuró a saludar a Pinochet para indicarle<br />

que debía conversar con él; el dictador le planteó algunas reticencias, pero finalmente<br />

accedió y escuchó lo sucedido en Antofagasta y Calama.<br />

“En repetidas oportunidades le pregunté si había ordenado estas matanzas y él me<br />

respondió que no, pero no lo noté impactado por la atrocidad de los sucesos de los que yo<br />

le estaba informando. Me contestaba serio y con la cabeza gacha. (...) Al final de este encuentro<br />

quedé con la impresión de que Pinochet quedó más preocupado por mi actitud de<br />

rechazo a estos asesinatos que por la atrocidad de las cosas que le contaba” 310 . Después le<br />

pidió su retirada de la institución, pero su superior le ordenó que permaneciera en su puesto<br />

y que sería trasladado a Santiago próximamente. Al final de la reunión Pinochet telefoneó<br />

a Iquique: “Que el general Arellano no haga absolutamente nada y regrese mañana a<br />

primera hora a Santiago y llegando que vaya a hablar conmigo”.<br />

El 31 de octubre, ante la petición de que informara sobre los ejecutados en su zona<br />

jurisdiccional, Lagos envió la siguiente información: “Copiapó: por resolucion del comandante<br />

en jefe, 3; por el delegado del comandante en jefe del ejército (general Arellano): 13.<br />

Antofagasta: por resolución del comandante en jefe de Antofagasta: 4; por el delegado del<br />

comandante en jefe del ejército (general Arellano): 14. Calama: por resolución del comandante<br />

del Loa: 3; por el delegado del comandante en jefe del ejército (general Arellano):<br />

26”.<br />

A consecuencia de este informe el jefe de la junta le citó para el día siguiente en<br />

Santiago y aprovechó aquella oportunidad para volver a pedirle su pase a retiro “por no<br />

poder hacerme partícipe de los hechos perpetrados a mis espaldas ni ante el país, ni ante el<br />

ejército, ni ante mi familia”. No obtuvo respuesta y además le reservó una desagradable<br />

sorpresa porque aquella noche su edecán, el coronel Enrique Morel, le transmitió la exigencia<br />

del dictador de que en su oficio no debía especificar los crímenes de la caravana de la<br />

muerte. Entonces fue consciente de que “existía una verdadera connivencia entre Arellano y<br />

Pinochet”.<br />

El 2 de noviembre Joaquín Lagos se dirigió al Diego Portales, donde un funcionario lo<br />

reelaboró. Después abordó a Pinochet y le inquirió: “¿Tú ordenaste que rehiciera mi informe?”.<br />

“Sí, claro, yo lo ordené”. “¡Pero eso no puede ser Augusto, con esto me van a acusar<br />

a mí de estos crímenes!”. “Quédate tranquilo, Joaquín, a ti no te va a pasar nada. Quédate<br />

tranquilo no más”. “¡Cómo me voy a quedar tranquilo, si esto que ha pasado es el desprestigio<br />

más grande que puede tener el Ejército!”, le dijo y tras reflexionar durante unos segundos<br />

le advirtió: “Tú tampoco puedes quedarte tranquilo con todo esto Augusto, porque un<br />

310 El País, 28 de enero de 2001. p. 4.<br />

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