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DESPUES DE LA LLUVIA - Rebelión

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de noviembre de 1974 la tercera división del ejército dictó una orden de detención contra<br />

este estudiante de medicina de la Universidad de Concepción bajo la acusación de ser uno<br />

de los responsables del aparato militar del MIR en la ciudad.<br />

Quince días después Peebles fue arrestado en el paso fronterizo de Caracoles. Durante<br />

dos meses y medio permaneció en la base naval de Talcahuano, hasta que el 2 de febrero de<br />

1975 fue secuestrado allí por un grupo operativo de la DINA, que le trasladó junto a la<br />

flaca Alejandra y a otro detenido, Erick Zott, a Colonia Dignidad en un automóvil conducido<br />

por Pedro Espinoza y en el que también iba Fernando Laureani. Peebles percibió que<br />

aquel lugar, cuyo nombre y ubicación sólo pudo conocer tiempo después, funcionaba como<br />

una verdadera “escuela de torturadores”, según declararon Erick y él mismo ante García<br />

Castellón el 4 de marzo de 1998.<br />

“Me sacaron de la celda amarrado, estaba vestido con un pantalón y la camisa, cuando<br />

traté de ponerme los zapatos escuché una voz con acento portugués que me dijo: ‘¡No!’ y<br />

rápidamente intercambió algunas palabras en portugués con los otros agentes”. Aquel hombre<br />

brasileño, alto, corpulento, tomó a Peebles y lo zarandeó. Después le llevó a otra habitación<br />

donde le amarraron a una catre de metal y le colocaron un casco en la cabeza.<br />

Su minucioso relato es espeluznante: “El casco tenía una combinación de hebillas que<br />

se podían ajustar a mi cabeza. Además, estaba recubierto de una esponja, de tal manera que<br />

cuando me golpeaban, la esponja amortiguaba el golpe. También tenía orejeras movibles<br />

para poder aplicar corriente en los oídos y una amarraderas de caucho que se ajustaban en<br />

las mandíbulas. Esto era para que cuando me daban una patada o un puñetazo, mi mandíbula<br />

no se desarticulara... Bueno, me pusieron además muchos alambritos chiquitos pegados<br />

con tela adhesiva en las muñecas, muslos, glande, pecho, cuello y me aplicaban corriente<br />

alternadamente. De repente sentía dolor en el pecho y a veces me dolía más la pierna<br />

izquierda que la derecha o el glande. Aparte de esto, había un agente que manejaba con la<br />

mano una especie de pulpito como de goma que al pegarme me daba golpes de corriente.<br />

Además, me pusieron un terminal único, era como una aguja que punzaba con corriente y<br />

otro tenía como una pieza para los ojos, boca, dientes debajo de la lengua y a veces, cuando<br />

estaba gritando, me lo metían hasta el fondo del paladar. También tenía otro en el ano, en<br />

el fondo de la uretra y uno debajo de las uñas... Todo esto me lo hicieron durante horas y<br />

horas”.<br />

Mientras, el coronel Pedro Espinoza le formulaba hasta treinta preguntas, seguidas<br />

cada una de varias descargas eléctricas sobre su cuerpo. “Tanto era el dolor que me retorcía<br />

y varias veces llegué a levantar la cama. Incluso, hasta doblé el catre, que era de fierro, y las<br />

huinchas del somier las hice tiras por la fuerza de la desesperación. Esto sorprendió mucho<br />

a mis torturadores. Los tipos trataron de entrar otra cama a la pieza, pero fue todo un lío”.<br />

Luis destacó que en Colonia Dignidad la tortura estaba muy sistematizada. “Me di<br />

cuenta de que tenían una cantidad de instrumentos electrónicos, de donde emanaban los<br />

terminales que me habían adherido. Estos aparatos estaban en unas mesitas situadas a los<br />

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