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DESPUES DE LA LLUVIA - Rebelión

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Aquella mañana las esposas de Marco de la Vega y Mario Arqueros habían llegado<br />

muy temprano a las puertas de la cárcel y al poco tiempo les indicaron que entraran. Llenas<br />

de esperanza, pensaban que por fin iban a verles, pero allí el capellán castrense les informó<br />

de que sus esposos habían “fallecido”. Ante el profundo dolor que le embargó Hilda gritó a<br />

los gendarmes: “¡Y ustedes asesinos, qué están mirando, vamos a tener justicia algún día y a<br />

ustedes y a todos esos milicos criminales los vamos a juzgar!”. 309<br />

Poco después el general Lagos las recibió en la intendencia. “Señoras, lo que ha sucedido<br />

es para mí muy triste y grave. (...) Perdónenme que no les pueda explicar qué ha<br />

pasado... esto ha sido realmente muy grave para mí... les doy mis condolencias”. Y se levantó<br />

para darles la mano, gesto que ellas aceptaron. Entonces se dirigieron al depósito, donde<br />

tuvieron que reconocer sus cuerpos acribillados. “Marco estaba en una sala muy grande –<br />

indica Hilda–. Tenía una gran angustia por encontrarle, la sala estaba llena de cuerpos<br />

tirados, ensangrentados, lo pude reconocer por el vestón. Me dirigí hacia allí, tenía puesto<br />

debajo un pijama celeste, es decir, que los sacaron de la cama. Su cuerpo presentaba numerosas<br />

perforaciones de bala, pero lo que más me llamó la atencion fue el orificio que tenía<br />

debajo del ojo izquierdo. Pregunté y un soldado me dijo que era ‘el tiro de gracia”.<br />

Sus hijos no tardaron en comprender la tragedia, tal y como recuerda Isabel: “Nadie<br />

nos dijo nada, nos enteramos por las circunstancias. Pienso que mi mamá nos quiso<br />

sobreproteger, todo el mundo lloraba, gritaba... Lo más impresionante fue no poder velarle,<br />

a mi papá le llevaron directamente al cementerio”.<br />

El general Lagos intentó sin éxito hablar con Pinochet y al día siguiente, 20 de octubre,<br />

dispuso que sin una orden suya no despegara el puma, que había regresado de Calama<br />

aquella madrugada. Y pidió a su jefe que se desplazara hasta la intendencia. “Enfrentado<br />

con el general Arellano, le enrostré su criminal actitud y le manifesté mi indignación por<br />

esos crímenes cometidos a mis espaldas en un lugar bajo mi jurisdicción”. Arellano intentó<br />

convencerle de que Arredondo había actuado por iniciativa propia. “Me molestó sobremanera<br />

este subterfugio con el que se declaraba poco menos que inocente y asignaba la responsabilidad<br />

a un subalterno, en circunstancias que el jefe de esa comitiva era él”. Lagos agregó<br />

que “no encontraba adjetivo para calificar lo hecho” porque había invadido sus responsabilidades<br />

al ordenar la ejecución de unas personas que aún estaban procesadas y que por tanto<br />

tenían derecho a la defensa y que “lo hecho constituía un crimen tan monstruoso como<br />

cobarde, pues se había dado brutal muerte a gente indefensa”.<br />

El general Sergio Arellano le replicó que respondía de los hechos y sólo entonces le<br />

mostró el documento firmado por Pinochet que le acreditaba como su oficial delegado para<br />

revisar y acelerar los procesos y que le otorgaba capacidad de mando sobre él. Entonces, éste<br />

le exigió que abandonaran su división y le advirtió de que rendiría cuentas de lo sucedido a<br />

309 Escalante, pp. 203-206.<br />

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