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DESPUES DE LA LLUVIA - Rebelión

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sido sacado de su recinto hospitalario sin autorización médica. Cualquier cosa que le pase<br />

en este momento puede ser gravísima. Necesito verlo, necesito estar con él”.<br />

“No me puedes pedir esto –repuso Pinochet–. Esto no lo puedo hacer yo. Seguramente<br />

la FACh tendrá algún cargo contra tu marido. Tú tienes que agradecerme, Moy, que me<br />

hayas pedido audiencia y en menos de doce horas te haya sido concedida”.<br />

Ella le espetó que él nunca había tenido que solicitar audiencia para ir a su casa y<br />

siempre fue bien recibido. Mientras, Pinochet vociferaba que le iba a retirar la nacionalidad<br />

a Hortensia Bussi. “¿Por qué gritas tanto? Hace ya mucho tiempo que no te puedo oír ni en<br />

la tele, gritas demasiado”. Ante su insistencia el dictador señaló: “Si hago algo lo voy a hacer<br />

por ese niño chico que merece un padre”. “De ese niño chico me encargo yo, que soy su<br />

madre. Si tú haces algo será porque reconoces que José es un ser maravilloso, el ser humano<br />

a quien tanto conociste”. Entonces hizo ademán de marcharse. “Mira, lo único que puedo<br />

hacer es apurar el proceso. Voy a hablar con el fiscal para que puedas ver a tu marido”. 108<br />

Aquella tarde, ante la gravedad de su estado de salud, José Tohá fue obligado a escribir<br />

una nota que un soldado de la FACh entregó a su esposa: “Mi querida Moy, te envío estas<br />

líneas para que sepas que estoy bien, no he tenido quebrantos mayores de salud, estoy<br />

tranquilo y te pido tengas seguridad y confianza. Te siento a ti y a los niños más cerca que<br />

nunca. Muchos cariños para Carolina y José. Recibe los besos y el amor de José”. Fue la<br />

última carta que recibió de él y le impresionó sobremanera el sinuoso trazado de su letra,<br />

consecuencia de su extrema debilidad física y su depresión. Dos días después José retornó al<br />

Hospital Militar y le prohibieron recibir visitas para continuar los interrogatorios.<br />

Hasta el 9 de marzo no volvió a verle y tuvo que hacerlo vigilada por un soldado<br />

pertrechado con una imponente ametralladora. “Estaba tendido en la cama y aparecí en la<br />

puerta –afirmó Moy ante la citada Comisión Internacional–. Me habían dado una hora y se<br />

supone que a solas. Entré y José desde la cama apretaba los ojos para ver quién era, cuando<br />

la distancia apenas era de tres metros, tal era el grado de declive físico al que le condujeron.<br />

Me tendí en la cama a su lado y le hice cariños y caricias. El me repetía estas palabras: ‘Se<br />

paran a los pies de mi cama y hacen escarnio de mi indefensión’. Su vista estaba fija en una<br />

agujero que había en la pared, encima del closet, estaba seguro de que nos estaban grabando.<br />

Tenía claro que tenía que estimularle, hablarle de los niños, de la solidaridad internacional,<br />

de mis conversaciones con el general Prats, incluso de mis entrevistas con Pinochet (...)<br />

José casi no habló. Decía: ‘Hay que proteger a los niños...’. Le decía que pronto saldría de<br />

allí y que nos iríamos”. En otro momento, su esposo le confió sus terribles presagios: “Los<br />

niños no me van a ver nunca más, me van a ejecutar”. 109<br />

108 Scherer García, Julio: Pinochet. Vivir matando. Aguilar. México, 2000. pp. 30-32.<br />

109 Politzer, Patricia: Miedo en Chile. p. 372.<br />

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