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DESPUES DE LA LLUVIA - Rebelión

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“Aquel lugar con que soñé no existe”<br />

El 19 de octubre de 1973 el general envió una carta a su hijo Alberto, a su nuera<br />

Patricia y a sus nietos Cristián y André: “Cuando uno ha sufrido la experiencia de esa<br />

opresión, preso e incomunicado por largo tiempo, con cargos infundados, verdaderas felonías<br />

y traiciones de personas que uno creía que eran sus amigos, entonces ya no se piensa,<br />

sino que se asegura que algo anda mal, que el mundo está loco o que uno ha estado equivocado<br />

durante 50 años”. Confiado en la promesa del fiscal, les comunicó que “quedaré<br />

sobreseído o mejor expresado, libre de polvo y paja. Como satisfacción, claro que es excelente,<br />

toda vez que tengo las manos y la conciencia limpias, pero los días que he pasado, las<br />

angustias, los sufrimientos, pensando que a lo mejor jamás volvería escribirles o verlos, son<br />

días, horas, minutos o segundos que jamás me devolverán”. En estas líneas también percibimos<br />

su nobleza: “Nunca supe odiar a nadie, siempre he pensado que el ser humano es lo<br />

más maravilloso de esta creación y debe ser respetado como tal. Pero me encontré con<br />

camaradas de la FACh, a los que he conocido por 20 años, alumnos míos, que me trataron<br />

como a un delincuente o como a un perro. (...) Vivimos una dictadura de corte derechista<br />

total, aun cuando se hable de nacionalismo. Contar los muertos o pretender conocer la<br />

cifra es imposible. Pero suman varios miles”.<br />

A principios de diciembre el comandante Edgar Cevallos, uno de los principales jefes<br />

del Servicio de Inteligencia de la FACh y uno de sus torturadores más crueles, le detuvo en<br />

su domicilio y le condujo a la cárcel pública. Allí a quienes le preguntaban cómo se sentía,<br />

Bachelet les decía, a pesar del hacinamiento, que estaba en el “hotel Sheraton”, con sus<br />

verdaderos amigos y camaradas de la Fuerza Aérea, en comparación con el suplicio de la<br />

base aérea de Colina, la AGA o el hospital de la FACh. Además, aprovechó cualquier oportunidad<br />

para conversar con otros prisioneros e infundirles fuerzas y se preocupó por la<br />

suerte de sus subordinados en la dirección de finanzas de la FACh.<br />

También tuvo tiempo para realizar trabajos en cobre laminado, material que pronto<br />

aprendió a modelar y que, tras sus insistentes demandas ante las autoridades del penal, le<br />

facilitaban sus familiares. Semanas después fue ingresado de nuevo en el hospital de la<br />

Fuerza Aérea, por una recaída en su estado de salud, y en febrero le visitaron allí su esposa,<br />

su hija y su hermano Fernando, a quien le regaló este poema grabado en una lámina:<br />

“Tengo el alma, Señor, adolorida<br />

por unas penas que no tienen nombre,<br />

y no me culpes, no, porque te pida<br />

otra patria, otro siglo y otros hombres.<br />

Que aquel lugar con que soñé no existe,<br />

con mi país de promisión no acierto:<br />

¡Mis tiempos son los de la vieja Roma,<br />

y mis hermanos, con la Grecia han muerto!”<br />

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