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DESPUES DE LA LLUVIA - Rebelión

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aquel día no me dio un beso porque salió temprano de la casa creyendo que yo aún dormía.<br />

No pude despedirme de él”.<br />

Horas después otros militantes de izquierda y él sufrieron en el regimiento de Telecomunicaciones<br />

un falso fusilamiento, uno de los métodos empleados por los militares para<br />

aterrorizar a sus prisioneros. “Nos rodearon un centenar de soldados y apostaron en el suelo<br />

ametralladoras –explicó días después en Pisagua a su amigo Haroldo Quinteros–. Supimos<br />

que nuestra hora había llegado. Alcancé rápidamente a ponerme de acuerdo con los demás<br />

sobre algunas consignas para antes de caer. Es cómico, en los mítines de la izquierda era a<br />

veces muy difícil estar de acuerdo en las consignas, sobre todo entre nosotros y los comunistas”.<br />

Haroldo –militante socialista– le preguntó cómo afrontó aquel momento. “Nada especial.<br />

Al principio sentí miedo, pero luego supe que iba a morir, y entonces se pasa todo”.<br />

Y añadió que si caía lo haría como “el escalón más alto de la especie humana”, como un<br />

revolucionario, según las conocidas palabras del Che. 232<br />

El 12 de septiembre su padre averiguó dónde estaba y allí, en el campo de fútbol, su<br />

madre le divisó desde lejos por última vez. “Le mandé unos cigarrillos, que él repartió, y<br />

también una manta. En un momento dado se quitó el poncho negro que todos los detenidos<br />

llevaban puesto y se colocó la manta y por eso le reconocí. El no me vio. Se sentó en<br />

cuclillas como los otros cuarenta jóvenes que había allí. Estaban rodeados por militares que<br />

les apuntaban con sus carabinas desde los graderíos”. Al día siguiente varios presos, entre<br />

ellos Humberto, fueron trasladados a Pisagua, una caleta aislada entre el océano y el desierto<br />

situada 1.900 kilómetros al norte de Santiago, donde los golpistas habían desalojado el<br />

pequeño caserío de pescadores y su penitenciaría para emplear el lugar como campo de<br />

concentración.<br />

“Desde el 11 de septiembre la población de Pisagua ha aumentado en cerca de 300<br />

personas –leemos en Ercilla–. Sus nuevos habitantes son los personeros del fenecido régimen<br />

acusados de estar implicados en actos de terrorismo o en hechos dolosos. Por orden del<br />

intendente de Tarapacá, general Carlos Forestier, lo más destacado del marxismo y del<br />

violentismo de Iquique, Arica y otras localidades ha sido alojado en casas e improvisadas<br />

construcciones, a la espera de las resoluciones de los consejos de guerra” 233 . No era aquélla<br />

la primera vez que aquel lugar cumplía esta función pues ya durante la guerra del Pacífico<br />

albergó a prisioneros de guerra peruanos y a finales de los años 40 y principios de los 50 a<br />

centenares de militantes comunistas perseguidos por el gobierno de González Videla 234 .<br />

232 Quinteros, Haroldo: Diario de un preso político chileno. Ediciones de la Torre. Madrid, 1979. p. 29.<br />

233 Ercilla, 17 de octubre de 1973. p. 17.<br />

234 Sobre la persecución de los comunistas entonces, véase el reeditado libro de Volodia Teitelboim: Pisagua.<br />

La semilla en la arena. LOM. Santiago de Chile, 2002. Y también los discursos parlamentarios de Neruda,<br />

donde denunció la traición de González Videla y la represión contra sus camaradas: Neruda, Pablo: Yo<br />

acuso. Txalaparta. Tafalla, 2003. En particular, la pieza que da título a este libro: pp. 187-220.<br />

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