Descargar PDF - Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado
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CAPÍTULO 6 111<br />
LA GUERRA CIVIL 1992-1996 Y LA APARICIÓN DE LOS TALIBÁN<br />
mayor influencia en Asia Central a través precisamente del Junbesh,<br />
incentivando para ello un nacionalismo de corte étnico que buscaba<br />
marcar distancias con los colectivos afganos de origen persa (v.gr.<br />
Giustozzi, 2005).<br />
Tomadas en conjunto, el resultado de estas corrientes de fondo<br />
oscurece el panorama de la fase post-soviética. Para Afganistán se<br />
trataba de una mala noticia. Para ese proyecto de Estado afgano que<br />
debía resurgir de entre las cenizas de una década de guerra contra un<br />
invasor externo, fue una sentencia de muerte. Porque la guerra por el<br />
control de Kabul iba a tener consecuencias colaterales nefastas. Sin ir<br />
más lejos, iba a impedir que el resto del territorio fuese<br />
adecuadamente atendido en sus muchas carencias. La anarquía<br />
presidía la antigua corte, ahora tomada por los nuevos señores de la<br />
guerra. Muchos de ellos tan buenos guerreros como malos<br />
gobernantes. Pero lo peor de todo no era eso. Lo peor era que también<br />
presidía las zonas rurales, las más alejadas de esa corte objeto de<br />
disputas. Las más necesitadas de ayuda y las más proclives –siempre<br />
había sido así- a la insurrección. Algunos analistas opinan que “en<br />
1992, Afganistán volvía a ser el Estado que había sido en 1880, antes<br />
de que Abd-al-Rahman tomara el poder” (Giustozzi, 2009: 32).<br />
Ciertamente. El Estado se estaba desintegrando por momentos. Así<br />
que, como consecuencia de ello, el feudalismo amenazaba con volver<br />
a hacer aparición en medio de la nada.<br />
Efectivamente, lo que va surgiendo en plena guerra civil no es<br />
exactamente un Estado, puesto que le faltan sus atributos más<br />
elementales. El monopolio de la violencia legítima weberiano, capaz<br />
de imponer en caso de necesidad un derecho común no alcanza mucho<br />
más allá de Kabul. La administración no funciona. Los servicios<br />
mínimos han dejado de ser operativos. Lo que se produce, como<br />
siempre en estos casos, es un vacío de poder que los más avezados<br />
aprovechan para instalar sus propios señoríos, con sus ejércitos<br />
privados, sus cárceles privadas, sus servicios públicos-privados (valga<br />
la incongruencia) y sus aduanas particulares respecto de las cuales no<br />
tenían que rendir cuentas a nadie que no fuesen ellos mismos. Si no<br />
hay Estado, el Estado de derecho se convierte en un absurdo. Y la<br />
arbitrariedad del señor de la guerra de turno se convierte en la norma.