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Descargar PDF - Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado

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118 ¿QUO VADIS AFGANISTÁN?<br />

Pero su opción no fue muy acertada, después de todo. Ni<br />

siquiera a corto plazo. Porque los hazaras no tardaron en unirse al<br />

pastún Hekmatiar, que seguía martilleando Kabul con su artillería. Ver<br />

para creer. Ante la gravedad de los hechos, el presidente Burhanuddin<br />

Rabbani intentó una jugada maestra para resolver el inconveniente que<br />

Hekmatiar planteaba, nombrándolo subrepticiamente primer ministro<br />

de su gobierno. Corría el mes de marzo de 1993 y todavía no había<br />

transcurrido un año desde la “liberación” de Kabul. Para entonces no<br />

eran pocos los kabulíes que empezaban a echar de menos a<br />

Najibuillah. O a los soviéticos. O a Daud. O a Zahir Shah. Y no<br />

digamos a Abd-al Rahman. Porque parecía que una vez más se<br />

cumplía aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Así que<br />

Rabbani optó por el camino más corto pero, como suele suceder en<br />

estos casos, también era el camino más arriesgado. Una apuesta tan<br />

audaz podía salir muy bien. O podía salir muy mal. No existía el<br />

término medio. Y salió muy mal. Efectivamente, la desconfianza entre<br />

las partes era excesiva. Además, estaba fundamentada. Un incidente<br />

acaecido en esos días será suficiente para comprender el clima de<br />

crispación existente.<br />

Hekmatiar no se sentía seguro en la capital. Nunca fue un<br />

hombre muy querido en Kabul. Pero ahora empezaba a ser odiado.<br />

Sólo aceptaba entrevistas cuando estaba rodeado por sus<br />

guardaespaldas. Pero cuando el presidente Rabbani se dirigía a la base<br />

de Hekmatiar, ubicada en Charasyab, con el fin de negociar los<br />

pormenores del nuevo gobierno, su vehículo fue tiroteado, con lo que<br />

regresó a toda prisa a Kabul. Así que la peculiar versión afgana de la<br />

diarquía no hizo más que ahondar en la crisis de gobierno que, dadas<br />

las circunstancias, lo era también de Estado.<br />

Para culminar el entuerto, a los pocos meses Rashid Dostum<br />

decidió cambiar de bando. Entraba dentro de los cálculos. Además de<br />

arrastrar su fama de comunista, arrastraba la de traicionero (Griffin,<br />

2001: 54). Pero cada vez que eso sucedía (que era con cierta<br />

frecuencia) Afganistán temblaba. Esta vez argumentó lo mismo que<br />

casi siempre, es decir, que se le ninguneaba en el gobierno de Kabul.<br />

Con lo cual se ninguneaba a los uzbekos. Lo cual era cierto. Pero no<br />

novedoso. Ahora bien, añadió la falta de sensibilidad del gobierno<br />

esencialmente tayiko de Rabbani para con las reivindicaciones de<br />

autonomía de sus siete provincias. Lo cual era surrealista, ya que

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