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220 ¿QUO VADIS AFGANISTÁN?<br />
Estado islámico, con vocación de representar y defender a todos<br />
aquellos que luchan en tanto que musulmanes” (Roy, 2003: 52). No en<br />
vano, él fue el gran avalador de las madrasas en Pakistán, y bajo su<br />
égida su cifra se multiplicó rápidamente (Coll, 2005: 180). En esa<br />
línea, desconfía de las tribus afganas por considerarlas sospechosas de<br />
nacionalismo pastún (Marsden, 2002: 54). Pero, sobre todo, por<br />
considerarlas poco dóciles a sus propias instrucciones. De modo que<br />
al final el favorecido es, como sabemos, Gulbuddin Hekmatiar. Un<br />
pastún sin mucho pedigrí. Pero también un fervoroso yihadista. Y,<br />
sobre todo, alguien que podía aceptar sin discusiones el proyecto<br />
pakistaní. Todo ello con la connivencia de la CIA y por extensión de<br />
la Casa Blanca, por supuesto 3 .<br />
Hekmatiar fue un personaje al que Pakistán se encargó de<br />
agasajar y de apoyar hasta la saciedad. Pero él nunca logró<br />
corresponder con resultados. Su incuestionable determinación no se<br />
vio coronada por el éxito. En el contexto de la crisis final del gobierno<br />
pro-soviético de Najibullah, el líder tayiko Masud se le adelantó en la<br />
conquista de Kabul. No insistiré en vicisitudes que ya han sido<br />
expuestas en el capítulo correspondiente, pero sabemos que Hekmatiar<br />
llegó a bombardear Kabul repetidamente en un intento desesperado<br />
para hacerse con el poder aunque sea a destiempo. Lo cierto es que<br />
Pakistán estuvo detrás de sus maniobras hasta la pérdida de confianza<br />
acaecida en 1995-1996, cuando Hekmatiar es arrinconado por los<br />
propios talibán en su avance hacia la capital (Griffin, 2001: 119). Eso<br />
significa que Pakistán, a través de su mandatario, estimuló el<br />
bombardeo indiscriminado contra la capital de un gobierno legítimo<br />
(desde luego, del más legítimo en mucho tiempo) por las razones de<br />
tipo geopolítico que hemos ido viendo. Básicamente, el temor a que<br />
Burhanuddin Rabbani y su equipo no se avinieran a convertir<br />
3<br />
Washington siempre consideró que el general Zia era su hombre en Pakistán. Pero el<br />
tiempo ha demostrado que detrás de esta apuesta puede haber otro grave error de<br />
enfoque. Por lo pronto, Ahmed Rashid considera que la ceguera de Washington llega a<br />
extremos insospechados debido a que una parte de los fondos asignados a la<br />
insurgencia van a terminar alimentando el programa nuclear pakistaní o esa otra<br />
insurgencia cachemir. La única explicación de tal desbarajuste es que los<br />
estadounidenses no financiaban directamente a los interesados, sino que esos fondos<br />
iban a parar al gobierno de Islamabad. Y de éste solían pasar a manos de sus servicios<br />
de inteligencia, el ISI. De esta manera los objetivos de la ayuda inicial eran<br />
parcialmente desvirtuados en función de los intereses nacionales pakistaníes (v.gr.<br />
Rashid, 2009: 47-49). Pero éste fue, precisamente, el principal logro de Zia.