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Las Armas y las letras.pdf - Federación Libertaria Argentina

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LA BIBLIOTECAN° 4-5 | Verano 2006Reflexiones sobre la condición intelectualReflexiones sobre la condición intelectualLA BIBLIOTECAN° 4-5 | Verano 2006Finalmente, y como no podíadejar de serlo, el escritor es uncrítico de los textos de otros.Entre los dudosos descubrimientosteóricos del siglo literariopasado (descubrimientos oinvenciones que, además, pocoa poco se han ido transformandoen trivialidades), se hallanlos de afirmar que todo escritores ya un crítico literario, o quetodo escritor es el primer lectory, por ende, juez de su obra,o que en la p<strong>las</strong>mación de lapropia obra entran obligatoriamenteconsideraciones críticasque el autor se ha formuladosobre la obra de los otros.una apelación al futuro, quizás a unanueva conducta moral.En muchísimas ocasiones se ha habladosobre el tema, pero en pocas sehan explorado <strong>las</strong> razones que llevanal artista y su obra, poco menos quenecesariamente, a tal encrucijada. ¿Porqué el arte y la literatura tienen queterminar revistiendo, en casos de grandescreadores, ese carácter transgresor,impío, profanatorio?Por el momento, pienso que la únicarespuesta interna que puede ensayarse(al menos, en literatura) surge de suejercicio mismo. Y en el núcleo másconcreto: la lengua. Es como si el propiolenguaje, eltrabajo con él, suexploración hastael límite y másallá de los límitescondujeran inevitablementea <strong>las</strong>ubversión, al enfrentamiento,alescarnio. Comosi la invención derealidades verbalessupusiera el obligatorioataque ala realidad vigente,la violación deciertos principios,la destrucción detodo dogma. Ensuma, una agresióninsoportable para cualquier autoridadque se precie de serlo. (Si no fueseasí, no se comprendería la similitud en<strong>las</strong> reacciones de tan diferentes regímenespolíticos, iglesias, credos.)Todo hombre que escribe, siente, enalgún momento de su vida, que <strong>las</strong>palabras conocidas no le alcanzan,que debe buscar, descubrir o inventarotras nuevas. Lo que exige la desmesuray la trascendencia no es sólo “labúsqueda sollozante” de un Baudelaire(quien, dicho sea no de paso, señaló,a mediados del siglo XIX, que es unpobre escritor aquel que no tiene uncrítico dentro); no es sólo, tampoco,“el desorden de los sentidos” de unRimbaud; también el racionalismo deun Rousseau, cuando emprende susConfesiones, lo conduce a la desesperaciónen la empresa: “Para lo que yotengo que decir –asienta– se necesitaríainventar un lenguaje nuevo, tannuevo como mi proyecto”.La legalidad, los sistemas, <strong>las</strong> religiones,los (y <strong>las</strong>) órdenes, el pensamientototalitario, han creído encontrar remediopara tales violaciones: éste sería eldel fuego purificador. Desde que hahabido libros, vienen incendiándose<strong>las</strong> bibliotecas y quemándose textos,real o metafóricamente, hasta hacersecarne en la historia de la cultura la ideade que la amenaza específica contra latransgresión literaria es ígnea.No es casual que sea en Viena, y enpleno desarrollo del nazismo, dondeElías Canetti concibe su primera novela,Auto de fe, o que en Fahrenheit451 Ray Bradbury ilustre el avancetotalitario con su empecinamiento porquemar lo escrito. Y su fracaso. Porqueno basta con borrarlo, ya que lo que haentrado por la letra en la memoria delos hombres, no sale jamás.En nuestra América, Juan Rulfo, nomenos impuro, ni menos transgresor,también interiorizó en sus textostamaños pecados y tales castigos.Sabiendo cuánto infringía con su obra,colocó sobre <strong>las</strong> llamas al Llano, y ensu única, breve e infinita novela PedroPáramo designó Comala al pueblo delos grandes pecados y la dudosa purificación.Rulfo, justamente, que supotrabajar más con el silencio que con lapalabra; Rulfo, cuyos murmullos valenmás que los gritos en la gran memoria,en la gran vigilia literaria.Finalmente, y como no podía dejarde serlo, el escritor es un crítico delos textos de otros. Entre los dudososdescubrimientos teóricos del siglo literariopasado (descubrimientos o invencionesque, además, poco a pocose han ido transformando en trivialidades),se hallan los de afirmar quetodo escritor es ya un crítico literario,o que todo escritor es el primer lectory, por ende, juez de su obra, o que enla p<strong>las</strong>mación de la propia obra entranobligatoriamente consideracionescríticas que el autor se ha formuladosobre la obra de los otros.No sé de dónde exactamente procedenestas leyendas, tan fascinantes comoinciertas. Quizá, para ser tales, de algunosdichos de aedos sobre sus contemporáneosy competidores, de másde un sobreentendido rabelesiano,de la implacable quema que efectúanel barbero y el cura en El Quijote...o, más cerca de nuestro espacio, de<strong>las</strong> disputas sobre Descubrimiento yConquista entre cronistas (que jamásdejan de ser narradores y rivales). Otal vez, más cerca todavía en el espacio,el tiempo y la veneración folklórica,de aquel que “ha visto muchoscantores” que “se cansaron en partidas”aun antes de largar.Conferir categoría crítica a esos arreglosde cuentas entre colegas (algunasveces, justos; siempre subjetivos e inestables),parece un exceso y una desviacióndel lenguaje, y tiene menos quever con una tarea intelectual, reflexiva,reposada y ecuánime que con amistadesy enemistades cuyos motivos generalmentedesconocemos los de afuera.En todo caso, si esta práctica roza loque llamamos “crítica” o “crítica dearte” o “crítica literaria”, se vincularíamás bien con la vilipendiada crítica delgusto, y con una rama de la psicologíafantástica que alimenta cursos de liceosy universidades, y hasta columnas derevistas y diarios especializados, en losque profesores,alumnos e investigadoressiguenempeñándose enrevelar “qué habráquerido decirel autor”.Sería preferiblededicarse a lostextos (esos laboratorios,esasmáquinas del inconsciente en los quetantas veces se escribe más y otra cosaque lo que se dice y, aun, que lo que sequiere decir). Y luego, si perseguimos<strong>las</strong> significaciones en lo que es el texto,no en lo que se dice que es, habríaque preguntarse dónde puede verse,dónde puede registrarse, reconocerse,una auténtica actividad crítica, radical,profunda, no siempre programática,pero tampoco del todo espontánea;una actividad crítica que acompañe ala actividad creativa.Es cierto que hay autores con alta concienciay alto ejercicio de ambas prácticas,pero es también verdad que casoscomo el de un Henry James, un EzraPound, un Paul Valéry o un Jorge LuisBorges no son tan comunes, y aun enestos excepcionales ejemplos habría quedeterminar en qué medida se cubre, seedulcora, se transforma, se traiciona(hasta sin desearlo), se falsea, en fin, elrelato de los antecedentes, los motivos,<strong>las</strong> intenciones, los procesos que llevarona la constitución de un texto.Por eso, me parece que, del mismomodo que tratamos de leer <strong>las</strong> significacionesde un relato o de un poema... me parece que, del mismomodo que tratamos de leer <strong>las</strong>significaciones de un relato o deun poema en los elementos y enlos procesos que los constituyen,más allá de lo dicho y de <strong>las</strong>referencias, podríamos buscaren esos mismos trazos <strong>las</strong> huel<strong>las</strong>de una actividad crítica.340 34105. Reflexiones sobre la condici340-341 340-341 16/11/06 22:46:55

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