LA BIBLIOTECAN° 4-5 | Verano 2006Nombres, linajes y recorridosNombres, linajes y recorridosLA BIBLIOTECAN° 4-5 | Verano 2006Borges [...] imaginaría tardíamenteun Lugones, precisamenentecomo aquel al que “lehubiera gustado que le gustaraun trabajo mío”, es decir, untrabajo de Borges, confundidosambos en (nuevamente) lacronología, reconciliados en laeternidad. Pero esta historia dela eternidad no podría ser nuncauna historia de la literatura,salvo que la practicase el propioBorges incluyendo a Coleridge,Carriego, Keats, Sarmiento yWhitman, todos nadando en elmismo vapor hipnotizado de <strong>las</strong>ruinas circulares.En ese perdurable ensayo borgeano selee que Ricardo Rojas comete la “astucia”–hay desdén aquí–, de presentar lapoesía de los gauchos o de los payadorescomo la derivación de una preexistenteraíz esencial que la poesía de losautores gauchescos recogería en formaliteral. Así, serían elaboradas sobremétricas y presuposicioneslexicalesque generaríanel artificiodel “color local”.Sin embargo,embate Borges,solo es posibleconsiderar lagauchesca como“género comocualquier otro”.Es que su baseparadojal sería laexacerbación decriollismos sacadosde un ficticiodiccionarioad-hoc. RicardoRojas, que postulaba la creación deuna “filología argentina”, había cometidoentonces “hábiles errores” al confundirla lengua real de los gauchoscon <strong>las</strong> poesías de escritores urbanosque pretendían exponer sus versificacionesno espontáneas como emanacióndel habla gauchesca.Esta burla de Borges (terrible: elogiara alguien por sus imaginadas deficiencias)tendrá largas consecuencias. Enprimer lugar, el establecimiento de losfundamentos del género gauchescocomo una invención autónoma de susactos dialogales efectivos, supuestamenteoriginados en la carne mismadel habla cotidiana. Esto es, una críticaal continuum entre la materiaempírica de la práctica conversacionaly la creación poética que la disponecomo obra. Ésta no podría yapostular una referencia en el mapapreviamente experimentado de unalengua. Segundo, la crítica entendidacomo mordacidad, al señalar en Rojasese “hábil error”, con lo cual elige unacto sobrador para referirse al autor deHistoria de la literatura argentina. Erael “arte de injuriar” a través de sutilesconstrucciones retóricas –en este caso,la bofetada selecta de un oxímoron–,que recorrió un largo camino en elejercicio de la crítica al que Borges seaplicó con entusiasmo.Pero en su propia opción universalista,en apariencia tan alejada de la historiade la conciencia literaria nacional,Borges va a intercalar subrepticioselementos del “carácter nacional”. Nosolamente porque acepta que un enclavenacional como argentina, relativamenteperiférico de Occidente, puedarecoger todos los afluentes del legado,sin prejuicios ni desagrados. Tambiénpor <strong>las</strong> menciones que hace al pudorargentino, la reticencia argentina, ademásde afirmar que la historia argentinapor la cronología y la sangre estámuy cerca de nosotros”. No hay dudade que Borges reintroduce aquí loscomponentes particularistas y raigalesque de otra manera su escrito intentaanonadar. Si el pudor, la sangre, eltiempo, no son ingredientes abisalesdel ser, sería muy difícil encontrarotros, lo que hace que Borges, criticandoal pobre Rojas por creer quela gauchesca es un localismo o unacoloración inherente a la médula y lagrafía nacional, incurra luego en unamucho más embarazosa apología de laheráldica nacional (el linaje, la familia,<strong>las</strong> batal<strong>las</strong>, el sentimiento aristocráticode recato, etc.).Si Borges hubiera escrito una imposiblehistoria de la literatura argentina,se habría basado en la genealogía deun Enrique Banchs o en la oníricacolecta de un indiferenciado “orbede símbolos”, en la que igualmenteimaginaría tardíamente un Lugones,precisamenente como aquel al que“le hubiera gustado que le gustara untrabajo mío”, es decir, un trabajo deBorges, confundidos ambos en (nuevamente)la cronología, reconciliadosen la eternidad. Pero esta historia dela eternidad no podría ser nunca unahistoria de la literatura, salvo quela practicase el propio Borges incluyendoa Coleridge, Carriego, Keats,Sarmiento y Whitman, todos nadandoen el mismo vapor hipnotizado de<strong>las</strong> ruinas circulares.Pero es lógico que Borges postularaal mismo tiempo una línea de sangrelegendaria y un sueño de eternidad.De ninguna de <strong>las</strong> dos formas –porexceso y por carencia–, hubiera llegadoa comprender los probablementemodestos propósitos que embargabanal hacedor de una historia de la literaturanacional, sobre todo si ésta debeacercarse a ciertos conceptos comoel de conciencia estética colectiva.Lugones sólo hubiera entrado en elparnaso de Borges cuando mañana yotambién habré muerto y se confundannuestros tiempos y la cronología se perderáen un orbe de símbolos. 1Lo que en Rojas era una colecciónde obras que remitían a una historiacultural situada y concisa, en Borgeslos autores son un diálogo en sueñosfrente a la perennidad literaria. Perono por eso dejaría de ser una historialiteraria homogénea, dependiendo dequé amplitud tuviese la capacidadsoñadora de su autor. Es claro queen ese sitial onírico de “percibidorabstracto del universo” o de “un sueñosin soñador” Borges podría conjugaruna realidad de sangre y vindicta –elíntimo cuchillo que obliga a describirun destino sudamericano– con unarealidad de la temporalidad –la visiónque obliga a refutar el tiempo a pesarde lo imposible que resultaría–, lo quele daría un poder inusitado respectoa la literatura historicista y al lirismode “los raros” del período anterior.Arrasaría a ambos.En aquellos momentos, la rareza eracierta apología de la locura simbolista,pero se estaba lejos de sospechar lamanera borgeana en la cual el tiempopampeano se convertiría en eternidadRicardo Rojas,por Juan Rearte162 16302. Nombres, linajes y recorrido162-163 162-163 13/11/06 21:32:10
LA BIBLIOTECAN° 4-5 | Verano 2006Nombres, linajes y recorridosNombres, linajes y recorridosLA BIBLIOTECAN° 4-5 | Verano 2006del mismo modo que una eternidadpercibida en la campiña inglesa –porejemplo, en El jardín de senderosque se bifurcan–, podría operar losmismos trazos de abstracción queun suburbio porteño de 1929. Estealegorismo radical, como veremos,deja un sendero abierto, librementebifurcado a los intentos actuales deescribir una historia verosímil y críticade la literatura argentina.De ahí que el crítico Martín Prietopueda seguir otro partido en su recienteBreve historia de la literatura argentina2 . Hay en él una importante alusióna Rojas, que se proyecta sobre muchostramos de su libro y en los propiospreludios de los capítulos. Pero sobretodo en el intento de interrogarse quehabría que incluir o excluir hoy paraseguir “el mapa de Rojas”.Sin duda, en el problema de Rojas,hay un tema que en mucho evoca <strong>las</strong>disquisiciones de Adorno en su Teoríaestética –ni más ni menos–, respecto alpeso de la obra en la definición de launidad del arte. Si no hay tal unidad,es porque <strong>las</strong> obras actúan como “sifueran enemigas unas de otras”. Pero almismo tiempo, hay un hilo conductorque <strong>las</strong> trasciende, por lo menos en losmétodos o materiales que les son inherentes.Prieto comprende estrictamenteeste dilema –que es el de Rojas–, ylo proyecta de un modo interesante ala consideración de qué sería hoy unavaloración respecto a autores y obrasargentinas que escriben argentinos enotro idioma o que escriben o traducenextranjeros en lengua nacional.Así, si se hiciera el balance de lo quese incluiría o excluiría hoy de la literaturaargentina siguiendo el criteriode intensidad idiomática más allá delo que circunscribe el territorio yuna nacionalidad, ya fijada, deberíamencionarse a Hudson aunque no aBianciotti. Pero para Prieto es el casoGombrowicz el que abre una relevantecuestión respecto a la condiciónnacional de su obra, que él ve conescepticismo prudente, aunque unalectura menos indulgente que interesada,no tanto de Ferdydurke comodel Diario argentino, arrojaría resultadosaceptables para la hipótesis de la“argentinización” de Gombrowicz, nosólo porque la literatura y la políticaargentinas del siglo XX serían cotejablesen ciertos aspectos con el romanticismopolaco del siglo XIX. Lo ciertoes que Rojas, para Prieto, merece unaconsideración mayor que lo que prefigurabala mojiganga de señoritos zahirientesy divertidos –como Groussacy Borges–, y lo muestra escribiendobuenamente su propia, denostada historiade la literatura argentina.Prieto festeja en Rojas <strong>las</strong> argucias dela periodización, ciertas postulacionessobre la gauchesca y el atinado tratamientode <strong>las</strong> fuentes, pero a cambiode la idea de nacionalidad culturalque mantiene el autor de Eurindia,es partidario del concepto de nacióncomo una “construcción”, aunque singritería ni exhibición de jergas; norecaerá desde luego en <strong>las</strong> monsergasextraídas de los cultural studies con <strong>las</strong>que el tema se munió en los últimostiempos. También romperá <strong>las</strong> marcasmás rudas de historicidad, yendo yviniendo del pasado a la actualidad, ypropondrá, Prieto, de un modo indirectopero visible, una certera revisiónde la historia de la crítica literaria enla <strong>Argentina</strong>. Por ejemplo, en <strong>las</strong> sintéticasentradas que preceden cada capítulo,se ocupa de anticipar los temastratados con algunos cebos dirigidos allector, como éste que alude a Cortázar:“Lo que se pregunta Lezama Lima ylo que responden Enrique Pezzoni yNicolás Rosa”. Con esto consigue evadirsede lo que en Rojas es el llamado ala construcción del cenotafio nacionalpor la vía de condecoraciones que sólodaría la historia literaria emanada delcuerpo precursor de la lengua.Porque Ricardo Rojas atribuía pordoquier títulos nobiliarios o simplementecondescendientes –como el queotorga a Vicente Quesada, notoriamentereticente, que reza “ciudadanovirtuoso y útil historiador”–, no sinponerlo en un complejo sistema demedidas y valoraciones que, aunqueno lo favorecen, lo reinscriben en lacolectiva trama previa de cualquierinstancia literaria 3 . Prieto, cuandohace lo mismo –crea tramas con nombresa los que les solicita comparecerante un mismo interrogante–, nopretende más que agrupar un núcleoproblemático dado, que finalmenteexpande a lo largo del tiempo comoun artilugio válido para debilitar elpeso de la explicación histórica y proponer,más que otra cosa, un conjuntode voces de críticos –en gran medida,de la generación del propio Prieto–,intentando lo que probablemente leinteresa por encima de cualquier otracuestión, una historia de la literaturaargentina a través de una historia de lacrítica literaria argentina.Entonces, Prieto asienta en primer términoaquella pregunta de Lezama Limasobre Cortázar, respecto a si éste finalizao inaugura un período literario caracterizadopor formas vanguardistas, alo que Pezzoni responde que Rayuelaculmina <strong>las</strong> operaciones de la vanguardia–a diferencia de lo que dice Ana MaríaBarrenechea– y Nicolás Rosa, a su vez,propone que no estamos ante una novelade vanguardia sino de descubrimientode ciertos misterios vitales. Como se ve,Prieto procede desde la urdimbre crítico-literariaen la que cada obra suscitasobre sí otra malla de enjuiciamientosque se enfrentan. No necesariamentepara contradecirse, aunque mutuamentese encaran, como cuando a propósitode La traición de Rita Hayworth dePuig se componeuna escena, unaasamblea imaginariadonde opinanJuan CarlosOnetti, RicardoPiglia y AlbertoGiordano, endiferentes épocas yestilos, como porsi acaso tambiénhubiera una “historiade la eternidad”para enfocar<strong>las</strong> nove<strong>las</strong> y susrupturismos.Ha mencionadoPrieto a Enrique Pezzoni. Es evidenteque este crítico ineludible y sutil nose habría de proponer escribir unacrítica argentina, pues su estilo rehuyeel mundo de la cultura histórica –perovéase como lo adopta momentáneamenteen el reconocimiento que hacede <strong>las</strong> apreciaciones de Murena sobreBorges 4 – sino que busca una secretateoría estética en Borges a través definas cosechas de texto, dándole realimportancia al ideal borgeano de la“inminencia de una revelación”. DeseaPezzoni fijar allí la radicalidad del yo ydel propio mundo borgeano, mezcla deenigma y develamiento que su prosa,con interna alegría y sin rastro de servidumbre,evoca también. Nombrar,denominar un libro El texto y sus vocesparecería cierta concesión a una conocidamodalidad de la crítica de losaños 80, pero revelaba los alcances del... Prieto asienta en primer términoaquella pregunta de LezamaLima sobre Cortázar, respectoa si éste finaliza o inaugura unperíodo literario caracterizadopor formas vanguardistas,a lo que Pezzoni responde queRayuela culmina <strong>las</strong> operacionesde la vanguardia –a diferenciade lo que dice Ana MaríaBarrenechea– y Nicolás Rosa, asu vez, propone que no estamosante una novela de vanguardiasino de descubrimiento de ciertosmisterios vitales.164 16502. Nombres, linajes y recorrido164-165 164-165 13/11/06 21:32:12
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