LA BIBLIOTECAN° 4-5 | Verano 2006Tribunas literarias, memoria editorialTribunas literarias, memoria editorialLA BIBLIOTECAN° 4-5 | Verano 2006No era precisamente mi debut enfaenas editoriales. En la Facultad deDerecho me hice cargo, primero comosubdirector y luego como director, deuna colección que había creado RafaelSaiegh: los “Cuadernos del Centro deDerecho y Ciencias Sociales”.Eran unos libros breves, cuya publicaciónfinanciaba Emilio Perrot –uneditor jurídico que tenía una libreríadentro de la Facultad–, escritos porprofesores a quienes les interesabaen especial algún tema de su materia–sobre el que generalmente interrogabanen los exámenes– pero que todavíano habían encarado la redacciónde un tratado o volumen más extenso.Como se tornaban imprescindiblespara aprobar sus asignaturas, sevendían mucho: Perrot entregaba unporcentaje al Centro de Estudiantesy admitía que cada cierto número detítulos de ese tipo se intercalara algunono jurídico, de contenido ideológicoprogresista, acorde con la orientaciónde la directiva estudiantil.En ese trabajo –junto con quienluego sería mi socio abogadil, OscarFinkelberg, que había devenido subdirectorde la colección cuando pasé adirigirla– me tocó corregir pruebas degalera, oler por primera vez el plomocaliente de <strong>las</strong> linotipias, el seductorperfume de la tinta de imprenta y elmenos atractivo de la cola de encuadernación.Pero también tratar con losprofesores como autores y controlarla tirada: para esto, en el sótano delo que hoy es la Librería Histórica,de Azcuénaga casi <strong>Las</strong> Heras, frente aIngeniería, entonces Librería Perrot,firmábamos uno por uno los ejemplaresentregados por la imprenta, enagobiantes tardes de sábado.De modo que, cuando la dictadurafrustró mi proyecto académico y elínfimo capital del que disponíamoscon mi socio nos impidió instalaruna librería como había sido nuestraidea inicial, inspirada por Álvarez, nofue extraño que nos pareciera formidablela idea de lanzar una editorial.Jorge Álvarez aportaría el crédito –quetodavía tenía– en imprentas y papeleras,más la logística y administracióna cargo de su personal; y nosotros,módicos 300 dólares –donación paternapor partes iguales–, todo el trabajode organización, constitución de <strong>las</strong>ociedad, dirección literaria, prensa,publicidad y lo que cuadrara. En unbrainstorming (literalmente, “tormentade cerebros”, algo usual en la actividadpublicitaria de la época) que se hizoen nuestro bufete, con varios amigosy la conducción orientativa de la brillantePirí Lugones, se llegó a decidir,luego de desechar los apellidos de lossocios por difíciles, y otras propuestasvagamente poéticas, que se llamaríaEdiciones de la Flor.Confluyeron la idea del flower power(el poder de la flor de los hippiesen boga), la suerte del truco contres cartas del mismo palo y ciertaidea elitista que al parecer teníamos:hacer una “flor de editorial” connombres de primera línea y ciertaexquisitez literaria.La inversión original se dedicó a pagosmuy concretos e identificables:1) El diseño del logotipo, que se leencomendó al luego muy laureadoRonald Shakespear, quien no hacesado –durante casi tres décadas– deproponer modificarlo sin cargo, porquehabía dejado de gustarle; amableoferta desechada, porque hubierasido como renunciar a la camiseta delequipo amado.2) La impresión de la papeleríaimprescindible.3) La compra de derechos de traducciónde tres libros: el ya mencionadoAdén Arabia, de Paul Nizan, con prólogode Sartre; una Antología poética deGeorges Brassens –dos títulos nuncaantes publicados en castellano– y, porsabio consejo de Álvarez, uno pocoimaginable en el proyecto editorialoriginal: Cuatro teorías sobre la prensa,de los norteamericanos Fred Siebert yTheodore Peterson.La hipótesis de Jorge era que si sepublicaba en los comienzos de laactividad de una editorial un libro deautores de Estados Unidos, se entraba,a los ojos del USIS (el Serviciode Informaciones de Estados Unidos,con sede por esa época en la BibliotecaLincoln) en la categoría que se podríahaber llamado US friendly y, en consecuenciael escrutinio del HermanoGrande sobre <strong>las</strong> ulteriores publicacionesdebería ser menos severo. Nohay que olvidar que por entonces laGuerra Fría se desarrollaba en escalaplanetaria y la <strong>Argentina</strong> del onganiatoera un terreno muy abierto para elcampo pro norteamericano.Pero como también era convenientenutrir el catálogo de autores argentinoscontemporáneos importantes–la década del 60 había despertado elinterés por su lectura– y era imposiblecompetir con los grandes sellos (porentonces nacionales), para contratarsus obras más recientes adquirimos,con módicos anticipos, los derechosde publicación de Los años despiadados,una novela de David Viñas bastanteanterior a su consagración con Losdueños de la tierra, y Vacaciones, unanouvelle de Bernardo Verbitsky, quienen esos años habría de deslumbrar conVilla Miseria también es América.Como ninguno de esos títulos permitíauna aparición impetuosa enel muy poblado mercado editorial,con mi socio pergeñamos una antologíade cuentos sobre Buenos Airesambientados en diversas épocas. Conayuda de muchos amigos recolectamosmaterial pococonocido u olvidado;le pedimosa Cortázar algúntexto inédito ynos envió desdeParís, generosamentey conbuenos deseos,uno que habríade aparecer mástarde en Lavuelta al día enochenta mundos;y encomendamosa DavidViñas un cuentopara el cierre.Escribió así undelirante “Sábado de Gloria en laCapital (socialista) de América latina”,ambientado en un futuro indeterminado,un relato de política ficción enel que <strong>las</strong> masas revolucionarias convergíansobre el Obelisco cantandopoemas de Tejada Gómez.El libro es, posiblemente, el más longevode la historia editorial argentina:en la última Feria del Libro de BuenosAires –mayo de 2006– se vendieron,a precio de oferta, 11 ejemplares.Y todavía deben quedar algunos enel depósito. ¡TREINTA Y NUEVE AÑOSDESPUÉS DE SU APARICIÓN!No se trató de un fracaso editorial, sinode un error de cálculo de Álvarez, queera nuestro consejero experto en materiade tiradas. La primera –y única–edición, constó de 10.000 ejemplares,un número razonable entonces paraun libro de éxito publicado por una430 43107. Tribunas literarias.indd 430-431 13/11/06 21:45:57
LA BIBLIOTECAN° 4-5 | Verano 2006Tribunas literarias, memoria editorialTribunas literarias, memoria editorialLA BIBLIOTECAN° 4-5 | Verano 2006editorial conocida, pero desmesuradopara una debutante. Aunque se debenhaber vendido en su momento unos6.000 –¡muchísimo!–, eso implicó quequedaran 4.000 –¡muchísimos!– paratratar de seguir vendiéndolos a lo largode casi cuatro décadas.Una genial intuición de Pirí Lugones–nuevamente ella– gestó el otro títulodel lanzamiento. Convencida de quenos sería muy difícil conseguir textosoriginales de los grandes escritoresargentinos del momento, pero tambiénde que el tamaño de sus egosles impediría rehusarse a lo que lespropondríamos, “inventó” El libro delos autores. Para armarlo, les pedimos aBorges, Sabato, Mujica Lainez, Viñas,Abelardo Castillo y Rodolfo Walshque eligieran su cuento favorito en laliteratura universal y escribieran unpequeño prólogo explicando <strong>las</strong> razonesde su elección.No falló. Borges eligió “Wakefield”de Hawthorne. Sabato, “Bartleby” deMelville. Mujica Lainez, “El horrorde Dunwich” de Lovecraft, un cuentoque no estaba publicado en castellanoy cuya traducción asumí, con la preocupaciónde que la versión debía seraprobada por Manucho antes de publicarse.El mundo del Necronómiconme asedió durante semanas y llegué asoñar con los chotacabras, el nombrede diccionario que debí elegir para <strong>las</strong>aves a <strong>las</strong> que Lovecraft hacía graznardesenfrenadamente a cada momento.David Viñas estuvo nacionalista: eligió“El matadero”, de Echeverría. Castillo,clásico: “La sirenita”, de Andersen. YWalsh creó un enigma: por muchosaños sospechamos que “La cólera de unparticular”, presentado por él como deautor chino anónimo y cuya procedenciaubicaba en una recopilación francesade relatos de autores de ese origenque habrían escrito entre los años 481 y221 antes de Cristo, y que podía leersecomo una metáfora de la heroica luchade los vietnamitas contra el Imperio,era obra del propio Rodolfo. Pero estudiosacadémicos recientes ubicaron elcuento y hacen pensar que era efectivamenteauténtico.Muchos años después, cuando vivíaen Caracas, le recordé a Borges –queestaba de visita y firmaba sus obras enuna librería–, que yo era el incipienteeditor que le había pedido su participaciónen este libro. “¿Qué elegíyo?”, preguntó. Se lo dije y siguió: “¿YSabato?”. Tras mi respuesta, reflexionó:“El mío era mejor...”.¿Cómo podía marcar su entrada almundo una editorial sin dinero?Descartada la idea de una fiesta, unavez más fue Pirí quien encontró <strong>las</strong>olución. Encomendamos la elaboraciónartesanal de unas hermosas cajasforradas en papel blanco suntuosode verdad, con el logotipo de la editorialimpreso en dos colores, en <strong>las</strong>que cabían ajustadamente esos primerosdos títulos, y se <strong>las</strong> enviamos adoscientas personas entre periodistas,escritores y gente del medio que podíadar eco a nuestro nacimiento. La listabásica nos había sido suministradapor nuestro amigo Miguel Brascó,por entonces hombre de prensa y relacionespúblicas de una gran empresa,en la que tenía azorados a sus jefes,sentado a su escritorio con una bufandaanudada al cuello. Corría julio de1967 y Ediciones de la Flor exhibía supartida de nacimiento.1967-1970: la etapa amateurLos términos del contrato de distribucióncelebrado por Álvarez para Dela Flor con Librería del Colegio –quehabía sido adquirida por EditorialSudamericana para asumir bajo esenombre la venta a librerías de suspropios títulos y los de otros sellos–,ocultaban a mis ojos aún no expertosque el déficit crecía mes a mes.Sudamericana compraba en firme el25 por ciento de la tirada que hacíamosde cada novedad, pagando esacompra con pagarés a largo plazo. Conel manejo financiero de esos documentos–que era impensable descontaren bancos, por lo cual caíamos enmanos de la usura más despiadada– secubrían los costos de los nuevos librosy los gastos generales, que eran muypocos. Pero rara vez Del Colegio hacíaun pedido ulterior de ejemplares, porlo cual la empresa sobrevivía como unenfermo mantenido a suero: no moría,pero tampoco adquiría fuerza.Con Los años despiadados, la novela deViñas, aprendimos una lección: nuncase debe dar a un autor para revisar<strong>las</strong> pruebas de un libro escrito por élmucho tiempo atrás, porque quien locorrige no es la misma persona que loescribió, algo que Heráclito ya habíaanticipado sin saberlo. Como la ediciónoriginal era de 1956, Viñas agregóen <strong>las</strong> galeras, para esta reediciónde 1967, todas <strong>las</strong> “ma<strong>las</strong> palabras”que no resultaban aceptables doceaños antes. El resultado fue que huboque componer el libro –en linotipo,recuérdese– prácticamente de nuevo,con el costo consiguiente. <strong>Las</strong> pruebascorregidas con la trabajosa caligrafíadel autor se conservaron como “prueba”,precisamente, de los cambios en<strong>las</strong> costumbres y normas sociales.Aparecieron entonces los primerostítulos de poesía traducida: la ya mencionadaAntología poética de Brassens;Nueva poesía USA: de Ezra Pound aBob Dylan, selección y traducciónde Marcelo Covián; El conferenciantemuerto, de LeRoi Jones –quienluego de su conversión a la fe musulmanacambiaría su nombre–; En elinvierno de <strong>las</strong> ciudades, de TennesseeWilliams; Últimos poemas de amor, dePaul Éluard, en traducción de CésarFernández Moreno, que obtendríaun premio de la Fundación Éluard.También se editaron poetas argentinos,comenzando por una Antologíade Leopoldo Marechal, preparada porAlfredo Andrés (cuya elaboración mepermitió inolvidables tardes en la casade Marechal y su mujer, la mentadísimaElbiamor); Mate pastor, deHoracio Sa<strong>las</strong>; El solicitante descolocado,de Leónidas Lamborghini.El libro de Brassens nos dio una lecciónacerca del mercado. Como lostextos se componían en plomo, unavez impreso ellibro el materialvolvía a fundirse,excepto que,previendo unareedición muyinmediata, se lepagara a la linotipiapara que loconservara porun tiempo. Los3.000 ejemplaresde la primera edicióndel poeta delarrabal parisiensese vendieron enpocos días, lo quenos impulsó a imprimir otros 3.000para aprovechar la tipografía guardada.Parece que había 3.000 adictos aBrassens, pero no 3.001: la segundaedición duró en nuestro depósito másde veinte años...También un poeta y, como se comen-Con Los años despiadados, lanovela de Viñas, aprendimosuna lección: nunca se debe dara un autor para revisar <strong>las</strong> pruebasde un libro escrito por élmucho tiempo atrás, porquequien lo corrige no es la mismapersona que lo escribió, algoque Heráclito ya había anticipadosin saberlo. Como la ediciónoriginal era de 1956, Viñas agregóen <strong>las</strong> galeras, para esta reediciónde 1967, todas <strong>las</strong> “ma<strong>las</strong>palabras” que no resultabanaceptables doce años antes.432 43307. Tribunas literarias.indd 432-433 13/11/06 21:45:58
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