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dedicatoria

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El Cabildo eclesiástico acogió numerosas solicitudes y vendió los pequeños sitios<br />

solicitados a buen precio en oro, que sirvió eficazmente para la edificación de la gran<br />

iglesia. Con cierta lucrativa intención, la autoridad eclesiástica impuso que estas ventas<br />

funerarias se harían solo a las personas que fuesen conquistadores o fundadores de la<br />

ciudad, pues eran los más adinerados y nobles. Y así fue, mientras los nobles y ricos del<br />

Quito Colonial, enterraban a sus muertos en La Catedral, en la Capilla Mayor y debajo<br />

de los grandiosos templos y conventos de frailes franciscanos, agustinos, mercedarios y<br />

dominicos; los que no eran ricos ni nobles, no tuvieron otra opción que buscar un sitio<br />

adecuado para enterrar a sus familiares, en los extramuros de la ciudad, donde se halló<br />

como el mejor lugar un terreno ubicado al lado sur de la quebrada de los Gallinazos, a la<br />

salida de la urbe, con frente al Panecillo; allí se consagró en forma ritual y católica un<br />

cementerio general con el nombre de Camposanto. Éste fue el primero que hubo en<br />

Quito, al menos, el primero donde podían enterrarse blancos y mestizos, negros y<br />

mulatos. Este sitio actualmente corresponde al espacio localizado inmediatamente<br />

detrás, al sur, de lo que después fue el Hospital Real de la Misericordia y Caridad,<br />

rebautizado luego como Hospital San Juan de Dios, y ahora Museo de la Ciudad, en la<br />

ladera que mira a la ex quebrada de Jerusalén, actual Av. 24 de Mayo.<br />

Para el siglo XIX, cada parroquia de la ciudad tenía su propio cementerio, junto a la<br />

iglesia parroquial respectiva, en donde debían ser enterrados, de modo obligatorio, los<br />

cadáveres de las personas pertenecientes a esa circunscripción religiosa. Entre estas<br />

parroquias constan: San Sebastián, San Marcos, San Roque, Santa Bárbara y San Blas,<br />

cuyo campo estaba despoblado en su contorno.<br />

El cementerio de San Marcos ocupaba el área del parque o plaza central, se extendía<br />

desde la Fundación Caspicara hasta la Inclana, y fue exclusivo para los vecinos del<br />

barrio, “primero era un solar anexo a la Casa Parroquial, pero a partir de 1828 el párroco<br />

fundó uno propio, en el sitio en donde actualmente está el parque” 143 .<br />

143 JURADO, Fernando, Quito Secreto, Ediciones del Banco Central del Ecuador, Quito, 1998, Pág. 110.<br />

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