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El pueblo mapuche - Folklore Tradiciones

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procedía de manera habilidosa, sin provocar sospechas y esquivando huellas quecomprometieran a la comunidad. <strong>El</strong> aplauso al ejecutor se exteriorizaba, sobre todo, cuandoel perjuicio iba contra el extranjero o una agrupación antagónica. Entonces el robo tenía unmérito más, se reputaba lícita y lucrativa represalia de los daños causados por esosenemigos.Los indios tenían un procedimiento para castigar al ladrón (hueñefe) de tribu extrañasorprendido en flagrante delito y otro para el que no había sido descubierto. <strong>El</strong> primerosufría en el mismo sitio en que se le sorprendía o cerca de la casa del cacique ellanceamiento, ejecutado por un grupo de mocetones. Sólo una promesa seria y garantida depagar una cantidad determinada a plazo fijo, lo ponía a cubierto de recibir la última pena oheridas graves. No gozaba de estas franquicias del resarcimiento futuro el ladrón de niños,rapto frecuente en la guerra con los españoles y ejecutada por los indios auxiliares para laventa de esclavos; se le lanceaba en el acto. Para descubrir el hurto de autor ignorado serecurría a las prácticas mágicas, entre las cuales figuraba en primer término la adivinación.Se comprende que en una sociedad agrícola y ganadera fuese el robo de animales másfrecuente que cualquiera otro, tanto por el valor monetario que representaban, cuanto por lafacilidad que había para hacerlos desaparecer por el consumo de la carne o paratransportarlos rápidamente a lugares distantes. Los indígenas extremaban por esto suvigilancia al ganado: noche y día el ojo de los cuidadores estaba sobre los bueyes, caballosy ovejas; se especializaban algunos individuos en esta faena por su perspicacia de aves derapiña para atisbar a la distancia o en la oscuridad y para percibir ruidos muy leves. Seturnaban estos vigilantes durante la noche cerca del corral para impedir la desaparición dealgunos animales. Todavía se toman muchas precauciones, sin las que en pocos díasquedarían vacíos los corrales y los campos de la familia.En conformidad al elemento de lo portentoso y recóndito que actuaba en la mentalidad delos araucanos y trascendía a todos sus actos, acostumbraban ocultar en el interior o en lapuerta de los corrales, piedras brujas de variadas formas, que tenían la virtud de impedir lafuga del ganado y de entrabar la acción de los ladrones.A pesar de tanto atisbo, cualquier descuido de los vigilantes era aprovechado por losladrones para deslizarse por entre los árboles, arrastrarse por el pasto y lacear con prestezaalgún buey o correrlo fuera del terreno de los dueños.No sorprendido el autor del hurto, comenzaban las diligencias para descubrirlo. La primeraconsistía en seguirle el rastro al animal. Entre los araucanos, como entre todas lascolectividades aborígenes, se manifestaba muy desarrollada la retentiva de las imágenes deforma, que permitía seguir la huella de personas y animales al través de los caminos, de laarena y la yerba de los campos. Había hombres sobresalientes en esta memoria visualmotora,que se utilizaba cuando el común de la gente perdía la huella; se llamabanpünontufe, rastreadores. Hasta algunas mujeres poseían esta facultad extraordinaria. Se lasbuscaba con mucha solicitud para que hicieran aparecer animales perdidos o robados, y selas reputaba como videntes o adivinas. Maniobraban gesticulando misteriosamente ydirigidas por un individuo que les iba diciendo: «anda, anda, busca». La mujer, en unestado hipnótico, probablemente simulado, obedecía y llegaba hasta el fin.

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