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El pueblo mapuche - Folklore Tradiciones

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XVIII apuntan en sus libros noticias acerca de estos usos. <strong>El</strong>los informan que una vezaprehendido el matador, los deudos del extinto lo ultimaban como a un animal de caza; loapuñaleaban en el corazón o le partían el cráneo a golpes de maza y en ocasiones loestrangularan atándolo del cuello a la cola de un caballo que echaban a correr. En suma,todo hecho, real o supuesto, que causara la muerte engendraba la deuda de sangre, quelegaba la víctima a su familia.Pero, a consecuencia de algún adelanto en la cultura y el consiguiente crecimiento de lapropiedad mobiliaria y de la ganadería, la tendencia utilitaria fue sobreponiéndose a lavenganza de sangre. <strong>El</strong> indio sentía más apego a los adornos, a los arreos de montar, a lasarmas y animales que al sentimiento atávico de la venganza.Ya en el siglo XVII esta trasmutación se había operado por completo. <strong>El</strong> padre Rosalesinforma:«Y a ninguno le ahorcan o quitan la vida por muerte ninguna, aunque se dé a un cacique,por no tener justicia entre sí y porque los parientes del muerto dicen: que qué provechotienen ellos de que al matador le ahorquen, que no quieren otra justicia sino que les paguenla muerte y con la hacienda les restaure el daño».Quedaba así la elección de los parientes la venganza de sangre o la compensación. Ejercíala persecución del matador o el arreglo pecuniario, la familia del difunto; primero los hijos,enseguida los hermanos y después los otros parientes cuando faltaban aquéllos; bien por logeneral, todos se amaban para llegar al olvido de la ofensa o a la reparación armada. Ngenla se denominaba en esta escala el deudo más cercano, el dueño del muerto.Tanto la responsabilidad del ofensor como la acción de los ofendidos tenían caráctercolectivo. <strong>El</strong> daño que recibía un miembro del grupo familiar afectaba a todos los que locomponían; el que causaba un solo individuo comprometía también al conjunto. Por eso,cuando se dificultaba la aprehensión del occiso, caía sobre su parentela en globo el peso dela reparación.Las tarifas que por tradición regían en todas las agrupaciones, fijaban el valor de cadamuerto en animales y especies. Subía, por cierto, la avaluación cuando se trataba de unhombre representativo por sus bienes u otra cualidad meritoria en el sentir del indígena. Lamuerte de un cacique no cabía en el arancel ordinario; importaba un malón, de mucho másrendimiento que cualquier acomodo de indemnización. <strong>El</strong> criterio indígena no distinguía lamuerte intencional de la fortuita; todas eran iguales, puesto que nadie fallecía por accidentenatural sino por heridas y por daño de algún agente oculto. Concebida de esta manera laextinción de la vida, no podían caber en el procedimiento las circunstancias atenuantes.Se reconocían dos clases de homicidas: el de la misma agrupación emparentada que matabadentro de su parcialidad y el extraño que cometía el asesinato en la misma. Sobre el

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