actitudes lascivas. Semejante impiedad exponía a la familia donde se verificaba a no contarcon la presencia de los espíritus amigos cuando se les invocase.Cosas tabú eran las numerosas piedras de hechura y color raros que guardaban los indioscon toda veneración. En los tiempos del totemismo contenían espíritus y en los posterioreshasta el día, sólo virtudes mágicas. Unas participaban de las propiedades del amuleto yalejaban los influjos maléficos; otras de las del talismán para atraer beneficios, variar lanaturaleza de las cosas. Se prohibía arrojarlas al fuego, molerlas o pisotearlas con intenciónpremeditada.A los tiempos remotos de la organización totémica hay que remontarse para hallar laexplicación de algunas supervivencias de plantas y animales tabuados. No hace más demedio siglo que se prohibía echar al fuego como leña los árboles tenidos como sagrados ode virtudes mágicas; tampoco se podían contar los que se reverenciaban por los viajeros yservían para colgar de sus ramas algunas ofrendas. En las tribus de las pampas argentinas semantuvieron más pronunciadas que aquí estas huellas del lejano totemismo. Nadie teníaderecho, asimismo, para herir o matar ciertas aves y animales que se habían respetado portradición. Entraba en este número, en primer lugar, el león, al que ni siquiera se nombrabapara evitar su enojo. La misma interdicción dominaba en algunas tribus del oriente acercadel tigre. Esto y la circunstancia de haber en territorio araucano varios parajes y hasta unacordillera con su nombre, ha hecho suponer que el terrible felino del otro lado de los Andessolía pasar al occidente, como pasaban hasta los cerros de la costa las manadas dehuanacos. En igual grado de prohibición, aunque no de temor, se hallaban el zorro,personificación a veces de un brujo; el aguilucho (ñanku), el cóndor (manke) y muchosotros animales y aves terrestres y de mar, que en parte han sido mencionados ya en páginasprecedentes.Estas plantas y animales eran, sin duda, en otro tiempo el tótem de las diferentesagrupaciones y los hombres los consideraban, por lo tanto, como afines suyos más quecomo seres inferiores; la idea de parentesco les impedía cazarlos o comer su carne.Relacionados con el antiguo totemismo hay que considerar también algunas creencias delos indios modernos, que el progreso de la razón ha dejado como simples supersticiones.Tal es la prohibición de matar o herir ciertos reptiles de forma y color determinados; el quepisaba una culebra sufría una parálisis de la pierna o alguna fiebre que hacía necesaria lapresencia de la machi y el correspondiente desagravio al principio oculto.Las interdicciones de carácter sagrado que han llegado hasta el presente como vestigios,autorizan para inferir que en las comunidades antiguas debieron estar muy extendidas yaplicadas a los espíritus, a los seres, objetos y fenómenos naturales.Las costumbres sexuales del indio, obrando sobre su modo de ser íntimo y determinandosus reglas de conducta, formaban uno de los componentes de mayor trascendencia de lavida colectiva. Puede suponerse, en consecuencia, el gran número de tabú sexuales queregirían los actos del indígena relativos a este particular.
Como en todo, en la concepción fisiológica de los araucanos aparecía lo dominante ycaracterístico de su mentalidad, el principio de lo mágico y la lógica especial de losindígenas, sin trabazón razonable de los hechos, sin el control de la experiencia.A este grupo de prohibiciones pertenecía la mujer cuando se hallaba de parto o en elperíodo de menstruación. Había dos clases de sangre demasiado peligrosas para el hombre,el flujo menstrual y la evacuación uterina que seguía al nacimiento. Eran sangres malas; alcontrario, la del hombre se consideraba buena, como símbolo de la fuerza, de la vida, y laque se ofrecía a los espíritus en los sacrificios, como el alma del animal.La mujer permanecía en estado de tabú hasta ocho días después del alumbramiento y todolo que tocaba adquiría ese mismo carácter. Para regresar al hogar y no contagiar de lasdolencias de la enfermedad a los hombres, debían bañarse ella y su hijo, porque el aguatenía la propiedad de purificar. En los tiempos últimos de la raza había desaparecido estainterdicción.Las relaciones sexuales eran interdictas durante el flujo mensual. Creía el hombre queenvejecía o tomaba el germen de graves enfermedades, y la mujer que éste le cobraría odio,y siendo soltero, que le llevaba partículas de su organismo con que podía ejecutar algunaoperación maléfica. Aparece en este detalle del acto sexual, como en muchos otros, unvalor mágico bien marcado.Había, asimismo, interdicción conyugal para los que iban a la guerra, para los jugadores dechueca y los jinetes en vísperas de carreras.La mujer con marido era tabuada para todos los hombres menos para éste; a ninguno se lepermitía la libertad de abrazarla ni tocarla. No podía bailar sino con otras mujeres y convarones parientes, ni recibir en la casa a nadie del otro sexo en ausencia de su dueño.Eran igualmente interdictas las uniones matrimoniales entre parientes muy cercanos, comoentre tío y sobrina, primos, hijos de dos hermanos varones.<strong>El</strong> régimen de la poligamia y las costumbres no coartadas de las solteras, que formaban otraclase de mujeres no interdictas, hacían muy activa la vida sexual de los araucanos. Quedan,pues, muchos pormenores que anotar al respecto. Aunque este libro se ha escrito parahombres que desean conocer a fondo los estudios de la sexualidad indígena, sin versecohibidos por un falso pudor, es preferible reunir estas investigaciones en cuaderno aparte,sólo para especialistas. Conviene saber desde luego que en la moral sexual araucanaabundan los valores mágicos en la misma proporción que en las demás actividades de laraza.En el orden social, agrícola y doméstico estuvieron en usos los tabúes que siguen, vigentesmuchos, bien que de un modo atenuado, hasta hoy mismo.<strong>El</strong> acceso a la habitación sin anuencia del jefe de la familia; para pedir la entrada a la casahabía formalidades inviolables; existían otras para solicitar la pasada por una propiedad. En
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