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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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idículo <strong>de</strong> los tratados <strong>de</strong> astrología que hojeaba mi maestro y creo que los respetaba especialmente<br />

porque, como no entendía más que algunas palabras sueltas, mi imaginación se encargaba <strong>de</strong> prestarles un<br />

sentido, y el más fantástico posible.»<br />

Poco a poco su ensoñación fue tomando otro giro. ¿Habrá algo <strong>de</strong> real en esa ciencia? ¿Por qué había<br />

<strong>de</strong> ser distinta <strong>de</strong> las otras? Algunos imbéciles y aun personas perspicaces convienen entre ellos que<br />

saben el mexicano, por ejemplo, y a este título se imponen a la sociedad, que los respeta, y hasta a los<br />

gobiernos que los pagan. Les colman <strong>de</strong> favores precisamente porque carecen <strong>de</strong> inteligencia, y el po<strong>de</strong>r<br />

no tiene que temer que subleven a los pueblos y cultiven lo patético con ayuda <strong>de</strong> los sentimientos<br />

generosos. Por ejemplo, el padre Bati, al que Ernesto IV acaba <strong>de</strong> conce<strong>de</strong>r cuatro mil francos <strong>de</strong> pensión<br />

y la cruz <strong>de</strong> su or<strong>de</strong>n por haber reconstruido diecinueve versos <strong>de</strong> un ditirambo griego.<br />

«Pero, Dios mío, ¿tengo verda<strong>de</strong>ramente el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> juzgar ridículas estas cosas? ¿Soy yo quien<br />

<strong>de</strong>bo quejarme? —se dijo <strong>de</strong> pronto parándose—; ¿no acaba <strong>de</strong> ser otorgada esta misma cruz a mi<br />

profesor <strong>de</strong> Nápoles?» Fabricio experimentaba un sentimiento <strong>de</strong> profundo malestar: la hermosa<br />

exaltación <strong>de</strong> virtud que acababa <strong>de</strong> hacer palpitarle el corazón se transformaba ahora en el vil placer <strong>de</strong><br />

entrar a la parte en un robo. «En fin —se dijo con los ojos apagados <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong>scontento <strong>de</strong> sí<br />

mismo—, puesto que mi alcurnia me da el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> aprovecharme <strong>de</strong> esos abusos, sería por mi parte<br />

una insigne necedad no aceptar mi parte; pero que no se me ocurra criticarlos en público.» Estas<br />

disquisiciones no carecían <strong>de</strong> razón, pero Fabricio había caído <strong>de</strong> las alturas <strong>de</strong> felicidad sublime a que<br />

había llegado una hora antes. <strong>La</strong> i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l privilegio había secado esa planta, siempre tan <strong>de</strong>licada, que se<br />

llama felicidad.<br />

«Si no se pue<strong>de</strong> creer en la astrología —prosiguió, tratando <strong>de</strong> aturdirse—; si esta ciencia es, como<br />

las tres cuartas partes <strong>de</strong> las <strong>de</strong>más ciencias no matemáticas, una reunión <strong>de</strong> tontos entusiastas y <strong>de</strong><br />

hipócritas listos y pagados por aquellos a quienes sirven, ¿a qué se <strong>de</strong>be que yo piense tan a menudo y<br />

con emoción en una circunstancia fatal? En otro tiempo salí <strong>de</strong> la cárcel <strong>de</strong> B***, pero con el uniforme y<br />

la guía <strong>de</strong> un soldado preso por justa causa.»<br />

<strong>La</strong> razón <strong>de</strong> Fabricio no consiguió llegar más lejos; giraba <strong>de</strong> mil modos en torno a la dificultad sin<br />

po<strong>de</strong>r superarla. Era todavía <strong>de</strong>masiado joven; en sus momentos <strong>de</strong> ocio, su alma se entregaba con<br />

<strong>de</strong>licia a gustar las sensaciones producidas por circunstancias romancescas que su imaginación estaba<br />

siempre pronta a procurarle. No había llegado a emplear el tiempo en estudiar con paciencia las<br />

particularida<strong>de</strong>s reales <strong>de</strong> las cosas para luego adivinar sus causas. Todavía lo real le parecía vulgar y<br />

fangoso; concibo que no agra<strong>de</strong> mirarlo, pero entonces no se <strong>de</strong>be razonar sobre ello. Sobre todo, no<br />

<strong>de</strong>bemos construir objeciones con las diversas piezas <strong>de</strong> nuestra ignorancia.<br />

Por eso, sin carecer <strong>de</strong> inteligencia, Fabricio no pudo llegar a discernir que su semicreencia en los<br />

presagios era para él una religión, una impresión profunda recibida a su entrada en la vida. Pensar en tal<br />

creencia era sentir, era un gozo. Y se empeñaba en <strong>de</strong>scubrir cómo aquello podía ser una ciencia<br />

probada, real, como la geometría, por ejemplo. Buscaba con ardor en su memoria todos los casos en que<br />

a los presagios observados por él no había sobrevenido el acontecimiento afortunado o infausto que<br />

parecían anunciar. Pero, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> creer que seguía un razonamiento y avanzaba hacia la verdad, su<br />

atención se <strong>de</strong>tenía con predilección en el recuerdo <strong>de</strong> los casos en que al presagio había respondido<br />

ampliamente el acci<strong>de</strong>nte feliz o adverso que parecía pre<strong>de</strong>cir, y su alma se sentía tocada <strong>de</strong> respeto y <strong>de</strong><br />

emoción; habría experimentado una repugnancia invencible por cualquiera que negara los presagios,

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