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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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Fabricio no tuvo suerte los días siguientes. Quería arrancar <strong>de</strong> la mampara un trozo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l<br />

tamaño <strong>de</strong> la mano; un ventanillo que pudiera ser colocado a voluntad y que le permitiera ver y ser visto;<br />

es <strong>de</strong>cir, hablar, siquiera por señas, <strong>de</strong> lo que pasaba en su alma; pero el ruido <strong>de</strong> la sierrecilla muy<br />

imperfecta que había fabricado con la cuerda <strong>de</strong> su reloj <strong>de</strong>ntada mediante la cruz <strong>de</strong> hierro alertó a<br />

Grillo, moviéndole a pasar largas horas en la celda. Creyó notar, por otra parte, que la severidad <strong>de</strong><br />

Clelia disminuía a medida que aumentaban las dificulta<strong>de</strong>s materiales que se oponían a toda<br />

comunicación. Fabricio observó muy bien que ya no bajaba ostensiblemente los ojos o miraba a los<br />

pájaros cuando él procuraba dar señales <strong>de</strong> su presencia con ayuda <strong>de</strong> su mísero trozo <strong>de</strong> alambre; veía<br />

con gozo que no <strong>de</strong>jaba nunca <strong>de</strong> aparecer en la pajarera en el momento preciso <strong>de</strong> dar las doce menos<br />

cuarto, y tuvo casi la presunción <strong>de</strong> creerse causa <strong>de</strong> aquella exacta puntualidad. ¿Por qué?; esta i<strong>de</strong>a no<br />

parece muy razonable, pero el amor <strong>de</strong>scubre matices invisibles para los ojos indiferentes y saca <strong>de</strong> ellos<br />

consecuencias infinitas. Por ejemplo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Clelia no veía al preso, casi inmediatamente <strong>de</strong> aparecer<br />

en la pajarera levantaba los ojos hacia su ventana. Esto ocurría en aquellos días fúnebres en que casi<br />

nadie dudaba en <strong>Parma</strong> <strong>de</strong> la próxima con<strong>de</strong>na a muerte <strong>de</strong> Fabricio. Sólo él lo ignoraba, pero la horrible<br />

i<strong>de</strong>a ya no <strong>de</strong>jaba a Clelia, y, ¿cómo entonces iba a reprocharse el excesivo interés que le inspiraba<br />

Fabricio? ¡Iba a morir, y por la causa <strong>de</strong> la libertad, pues era <strong>de</strong>masiado absurdo con<strong>de</strong>nar a muerte a un<br />

Del Dongo por dar una estocada a un histrión! Verdad es que aquel amable mancebo estaba ligado a otra<br />

mujer. Clelia se sentía profundamente <strong>de</strong>sgraciada, y, sin confésarse claramente el género <strong>de</strong> interés que<br />

le inspiraba su suerte, se <strong>de</strong>cía: «Si le matan, huyo a un convento y no volveré a aparecer jamás en esa<br />

sociedad <strong>de</strong> la corte. Me horrorizan. ¡Asesinos distinguidos!».<br />

El octavo día <strong>de</strong> prisión <strong>de</strong> Fabricio, Clelia tuvo ocasión <strong>de</strong> avergonzarse mucho. Miraba fijamente y<br />

absorta en sus tristes pensamientos la mampara que ocultaba la ventana <strong>de</strong>l preso, el cual no había dado<br />

aquel día ninguna señal <strong>de</strong> presencia. De pronto retiró el cautivo un trocito <strong>de</strong> tabla <strong>de</strong>l tamaño <strong>de</strong> la<br />

mano, y Clelia vio que la miraban sus ojos con expresión gozosa. No pudo sostener esta prueba<br />

inesperada: se retiró precipitadamente hacia sus pájaros y se puso a aten<strong>de</strong>rlos, pero sus manos trémulas<br />

<strong>de</strong>rramaban el agua que les distribuía. Fabricio podía notar perfectamente su emoción. Clelia no pudo<br />

soportar aquella situación y tomó el partido <strong>de</strong> escapar corriendo.<br />

Para Fabricio, este momento fue, con mucho, el más feliz <strong>de</strong> su vida.<br />

¡Con qué entusiasmo habría rechazado la libertad si se la hubieran ofrecido en aquel momento!<br />

El día siguiente fue terrible para la duquesa. Todo el mundo en la ciudad daba por seguro que<br />

Fabricio no tenía salvación; Clelia no tuvo el triste valor <strong>de</strong> mostrarle una dureza que no respondía al<br />

estado <strong>de</strong> su corazón; pasó hora y media en la pajarera, atendió a todas sus señas y más <strong>de</strong> una vez<br />

respondió a ellas, al menos con la expresión <strong>de</strong>l interés más vivo y más sincero. Se alejó unos momentos<br />

para escon<strong>de</strong>r sus lágrimas. Su coquetería <strong>de</strong> mujer sentía muy vivamente la imperfección <strong>de</strong>l lenguaje<br />

empleado: si hubieran podido hablarse, ¡cuántos diversos medios habría podido hallar para saber la<br />

exacta naturaleza <strong>de</strong> los sentimientos que Fabricio abrigaba hacia la duquesa! Ya Clelia no podía apenas<br />

engañarse: odiaba a la duquesa Sanseverina.<br />

Una noche Fabricio dio en pensar un poco seriamente en su tía; le sorprendió mucho comprobar que<br />

apenas podía reconocer su imagen; el recuerdo que conservaba <strong>de</strong> ella había cambiado totalmente; ahora<br />

tenía para él cincuenta años.<br />

—¡Dios mío! —exclamó con entusiasmo—, ¡qué bien inspirado estuve para no <strong>de</strong>cirle que la amaba!

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